El caso Monedero amenaza con llevarse por delante lo poco que queda ya de Podemos. Las denuncias de acoso sexual se suceden y la cúpula podemita ha decidido salir a la palestra para explicar las medidas que adoptó contra el gran gurú cuando le llegaron los rumores de “baboseo” con mujeres. Ayer, la elegida para apagar el incendio fue Ione Belarra, la propia líder de la formación política. Pero sus explicaciones no solo sonaron a excusas de mal perdedor, sino que incurrió en alguna que otra falsedad preocupante. Belarra se limitó a decir que ellos hicieron lo que había que hacer ante los comportamientos presuntamente machirulos de Juan Carlos Monedero, uno de los fundadores del proyecto. Y acto seguido pasó a matar al mensajero, como suele ocurrir con el político al que pillan en algún renuncio. Todo propio de casta.
Belarra, arrinconada por las preguntas de los periodistas que querían saber por qué Podemos no contó lo que estaba pasando con este señor, se limitó a lanzar puyas contra la prensa (que según ella le tiene manía a Podemos) y de paso andanadas veladas contra Más Madrid, al que acusó de despedir “con honores” a Íñigo Errejón, implicado en otra violación.
Sin embargo, la portavoz que en su día fue puesta ahí, a dedo, por Pablo Iglesias, no reparó en que la hemeroteca suele resultar fatal contra quien falta a la verdad o cuenta una verdad a medias. Belarra asegura que Monedero fue apartado de su cargo en cuanto la dirección supo de sus andanzas y aventuras. Sin embargo, algo no cuadra. La primera denuncia llegó en 2016, cuando una militante denunció un episodio “grave” tras un acto de partido en Cataluña. Además, la Universidad Complutense de Madrid ha denunciado otro caso de acoso sexual de una alumna en septiembre de 2023. Entonces la dirección de Podemos ya sabía del presunto manoseo, de los tocamientos y los comentarios “inapropiados” de Monedero a “mujeres muy jóvenes”. Lo lógico hubiese sido apartarlo completamente de cualquier actividad política, denunciar los hechos en el juzgado de guardia e informar a la prensa como ejercicio de coherencia ideológica y de transparencia con la militancia y los votantes. No se hizo pese a que todos, todas y todes lo sabían. Lejos de eso, Monedero siguió marcando perfil (y paquete) como macho alfa de la organización. Los chats de Telegram entre altos cargos de Podemos, aireados ayer por La Sexta, demuestran que en diciembre de 2023 el ideólogo podemita seguía tomando parte de los órganos de decisión. Se le amparó, se le dio cobijo, se le concedió el honor de seguir formando parte del proyecto que él mismo había fundado, aunque fuese en la sombra.
Belarra argumenta que las denuncias no se hicieron públicas en su momento para “garantizar el anonimato y privacidad” de las víctimas, pero lo cierto es que ese cierre de filas, ese intento de encapsular el escándalo, ha venido a confirmar que ha sido peor el remedio que la enfermedad. Lo que queda ahora es la imagen destrozada de un partido que llegó como gran abanderado del feminismo cuando la verdad descarnada es que algunos de sus más destacados dirigentes se daban al instinto básico de la manada, a la caza furtiva de carne fresca, a la depredación sexual sin freno ni control.
A la articulista Rosa Belmonte se le atribuye aquella frase mítica (“Podemos fue un proyecto para follar que se les fue de las manos”) y, aunque nos pese, empezamos a pensar que algo de razón hay en esa caricatura algo exagerada. Primero Íñigo Errejón y su escabroso asunto con la actriz Elisa Mouliaá; ahora otro de los padres fundadores implicado en una serie de denuncias que tendrán que dirimirse en sede penal pero que han terminado por dar la estocada de gracia al proyecto, si es que no estaba muerto y enterrado ya. Por no hablar de las sospechosas gracietas de Pablo Iglesias, a quien en cierta ocasión pillaron queriendo azotar a Mariló Montero “hasta sangrar”. Pocas cosas más nauseabundas hemos visto a lo largo de este medio siglo de democracia como la cínica impostura de ese grupo salvaje de estudiantes de la farsa y el disfraz que, prevaliéndose de su condición de doctores y catedráticos, hacían algo más que enseñarle política a la mujer.
Llegaron a voz en grito con el “hermana yo sí te creo”, pero siempre que no haya un jefazo don Juan implicado en algún tonteo, habría que añadir. Llegaron con los libros de Hessel, Varoufakis, Chomsky y Bauman bajo el brazo, los tochos sobre la nueva izquierda y el movimiento de los indignados, pero en realidad todo era un postureo para acercarse a una chica inocente, darle la brasa sobre la igualdad y la justicia social y ponerle la mano encima. Las contradicciones del modo de vida neoliberal, que dijo aquel.
Ya da igual si todo este intercambio de dosieres sexuales es producto del fuego amigo o de la eterna guerra entre pablistas y errejonistas. Hace tiempo que Podemos fracasó como proyecto, seguramente porque nunca estuvo cerca de asaltar los cielos, como habían prometido sus dirigentes. No obstante, lo más triste y trágico no es el incumplimiento electoral, sino el roto que le han hecho a la causa de la izquierda y del feminismo en el momento más sensible: justo cuando el trumpismo abre la veda de la cultura de la violación impune en todo el mundo. El votante progresista cada vez más desafecto puede entender que la gente de Ábalos y Koldo cayera en la tentación y metiera la mano en el cazo o en el negocio de las mascarillas, empañando todavía más la imagen del PSOE. Pero nunca podrá perdonar la gran estafa ideológica de una pandilla de hipócritas sermoneadores que interpretaban el papel de revolucionarios feministas cuando llevaban un retrógrado de manual, de los de toda la vida, dentro de sí. Tendremos que empezar a pensar en instalar los puntos morados con espacios seguros para las mujeres en la propia sede de Podemos. Porque aquello parecía una secta destructiva en plan Familia Manson con mucho falso maestro rodeado de discípulas dispuesto a abrir la mente, los chakras y lo que hiciera falta.