Feijóo remodeló su núcleo duro y equipo de colaborades de cara al asalto final a la Moncloa. Caras nuevas, el rostro de la limpieza y la pureza, la honesta virginidad frente a la corrupción del sanchismo. Sin embargo, no ha pasado ni un mes desde aquel Congreso Nacional de la refundación y empiezan a salirle las primeras ranas en el estanque putrefacto. Noelia Núñez, un suponer.
La diputada del PP ha tenido que dimitir de todos sus cargos (más bien el jefe la ha invitado a irse a su casa) después de que la hayan pillado engordando su currículum de forma grosera. Ella aseguraba estar en posesión de un doble grado en Derecho y Ciencias Jurídicas que no ha completado y también acreditaba estudios en Filología Inglesa en universidades extranjeras, sin confirmación de titulación. Solo le faltó añadir que había trabajado para la NASA, que eso siempre viste mucho. La titulitis enfermiza de Noelia ha precipitado su prematura caída en desgracia y allá donde vaya la señalarán por pilla, tramposa y fullera. Y quizá, a fin de cuentas, ese sea el problema de quienes inflan currículums: un exceso de ego y vanidad, una ambición desmedida del espíritu. No había hecho más que dimitir y la muchacha seguía mintiendo sin parar, esta vez al entrevistador de Todo es mentira, al que intentó colársela con el número de créditos obtenidos en su supuesta media carrera de Derecho. Impresionante.
La gran esperanza blanca de Feijóo para robarle el voto joven a Vox, con su aire de pija Harvard y su estilo entre dama de hierro y buenrollista, estaba llamada a ocupar puestos de alta responsabilidad en el proyecto del PP. Todos en Génova alababan lo preparada que estaba la niña, así como su meteórica carrera, solo comparable a otras divas del conservadurismo patrio que, como Isabel Díaz Ayuso, Cayetana Álvarez de Toledo o la misma Ester Muñoz, nueva musa del partido, marcan perfil y estilo propio. Sin embargo, las mentijirillas académicas de Noelia cortan de raíz su prometedora trayectoria política porque, allá donde vaya, siempre será esa pícara farsante de la que no te puedes fiar. Los jefes genoveses la han debido convencer de que, dimitiendo ahora, fulminantemente y asumiendo su responsabilidad, tendrá una segunda vida política, como Carlos Mazón tras la dana. Que abandone toda esperanza; que no piense ni por un momento que cuando esto se enfríe las cosas volverán a ser como antes. Noelia Núñez se mueve en un mundo cruelmente competitivo, el de la política, donde se quema a los jóvenes perpetuando a los viejos. A Montoro se le perdona cualquier cosa, incluso que convirtiera el Ministerio de Hacienda en la cueva de Alí Babá; ella está marcada para siempre y otros adolescentes la pasarán por encima. No que me hayas mentido, que ya no pueda creerte, eso me aterra, decía Nietzsche.
A Noelia la habían concebido artificialmente como un producto de marketing y laboratorio, como fabricada por inteligencia artificial para ser la Ayuso rubia, el recambio de la lideresa madrileña para el caso de que esta termine estrellándose con el asunto de su novio-el-defraudador-confeso. Lo tenía todo para triunfar, todo menos un brillante expediente académico. En los trágicos tiempos de posverdad que estamos viviendo no se premia la cultura del esfuerzo, sino la del pelotazo rápido; no se valora la formación, la honestidad o una mente preclara, sino el éxito a toda costa. Llega una hornada de jóvenes airados con mucho TikTok, mucho talento para el influencer y el bulo y mucha fachada (nunca mejor dicho). Y la Facultad de Derecho quita tiempo para lo verdaderamente importante: petarlo en las redes, viajar mucho y hacer dinero fácil. Así que a la niña había que construirle una biografía académica apresurada, la que no había tenido tiempo, ganas o el talento de hacer.
Ya lo dijo La Pantoja, gran ideóloga de la posverdad: “¿Tú tienes vida?... Pues vive tu vida o cómprate una”. A Noelia, más allá de su piquito de oro, de su buena presencia y de su falta de escrúpulos para arrearle al sanchismo, con razón o sin ella, le faltaba lo más importante en el mundo de las apariencias de hoy: una vida profesional, una orla junto a los grandes cerebros de su generación. Así que le fabricaron una más falsa que la de esos personajes de Philip K. Dick que un buen día se levantan por la mañana sin memoria, con amnesia y sin saber quiénes son.
Dice el sociólogo Félix Ortega que el funcionamiento actual de los medios de comunicación hace que los ciudadanos no puedan diferenciar la verdad de la mentira. La información es propaganda. Nos polarizan para tener controlado el mercado de las audiencias. Noelia Núñez se había construido un personaje acorde con la moda de joven ácrata de derechas que triunfa: el de la chica aplicada, decente y de misa de doce a la que le encanta estudiar. Lástima que se saltara la primera lección: la Ética a Nicómano de Aristóteles que define la virtud como la costumbre del buen obrar.
La criatura Noelia recupera el papel de aquellos Zipi y Zape que intentaban trucarle las notas a su padre (el don Pantuflo de hoy es Feijóo). A la chica la deben haber trastornado tantos manuales de la derecha patria que confunden la política con el teatro. Todo farsante es, en realidad, un actor frustrado. Y ese es el gran defecto de las nuevas generaciones en tiempos de posverdad. Los cachorros del PP que llegan frescos y animosos al ring del Congreso de los Diputados creen que dominando las cuatro reglas de la retórica de Quintiliano, más el puñado de principios sofistas y la tecla tuitera de la escuela Trump ya tienen medio camino andado como profesionales de lo público. Y no es cierto. Dice la joven doctorcita que cursó estudios en la Universidad de Guatemala. No debió aprender mucho, porque fue a Guatepeor.