Nunca intentes humanizar a un nazi

El discurso racista de Santiago Abascal se endurece por momentos y ya se diferencia poco del esgrimido por los fascismos del siglo pasado

15 de Julio de 2025
Actualizado a las 11:15h
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El discurso de Abascal contra la inmigración demuestra que no se puede humanizar a alguien que ha caído en el fanatismo
El discurso de Abascal contra la inmigración demuestra que no se puede humanizar a alguien que ha caído en el fanatismo

La rueda de prensa de Santiago Abascal para tratar sobre los disturbios racistas de Torre-Pacheco fue sencillamente delirante. Quiso desvincularse de la barbarie, cuando todo el mundo sabe que su mensaje político de rabia y violencia cala en según qué gente propensa. Al jefe de Vox ya solo le falta la camisa parda de la SA para ser un auténtico escuadrista hitleriano, tal es su discurso antiinmigración calcado al del partido nazi, solo que cambiando el odio al judío por la islamofobia. La fórmula es la misma. Se aprovecha un momento convulso o de debilidad para la democracia, se busca al gran culpable de los males de la nación (generalmente una minoría étnica a la que se convierte en enemigo a exterminar), se fabrica todo tipo de propaganda goebelsiana (a base de bulo y odio) y a la guerra. Fue así como estalló la noche de los cristales rotos. Y fue así como comenzó el estallido de violencia racista y xenófoba del pasado fin de semana en Torre-Pacheco, una pacífica localidad murciana que siempre había sido ejemplo de integración social entre nativos y extranjeros y que ha terminado convertida en el gueto de Varsovia. En 1938 los ultras rompían escaparates de comerciantes judíos, ahora revientan los bares kebabs de honrados inmigrantes marroquíes.

Ayer, el presidente de Vox dio un paso más hacia la oscuridad, a la que se ha propuesto arrastrarnos a todos (últimamente está enrachado y no parará hasta convertir su partido en un proyecto abierta y declaradamente neonazi). Tras arremeter contra el ministro Marlaska (cómplice de las violaciones de mujeres), contra los reporteros de La Sexta y contra todo lo bueno de la democracia en general, calificó de “plaga” a los inmigrantes. Este lenguaje supone asumir aquel otro del Tercer Reich que consideraba como ratas, cucarachas o bichos inmundos a los judíos. No hay ninguna diferencia en ambos léxicos. Abascal nunca defrauda a la parroquia ultra: cuando crees que ya no puede ir más lejos en el totalitarismo posmoderno, siempre va más allá.

El dirigente de Vox ha construido un fascismo en torno a la máquina (en realidad, sin maquinismo no hay movimiento fascista). Hitler utilizó el cine grandilocuente de Leni Riefenstahl, la radio y la prensa para divulgar su odio al judío y como técnica de manipulación de masas; al Caudillo de Bilbao le sobra y le basta con las redes sociales, que es más barato y directo. En este siglo de distancia, ha cambiado la plataforma de comunicación, pero el contenido sigue intacto, sigue siendo el mismo. En Tiempos modernos, Charles Chaplin hace todo un alegato contra la alienación y la explotación del trabajador, paso previo a la instauración del fascismo, fenómeno que abordará después en El gran dictador. Un momento culminante de la película llega cuando se compara a los obreros con un rebaño de ovejas que sigue a su pastor (el pastor es el patrón, el sistema, o sea el capitalismo salvaje que termina embruteciendo a las masas). Cuando el obrero ya está patidifuso en la cadena de montaje fordiana, turulato perdido y enfermo de tanto apretar tuercas una y otra vez, podría decirse que está maduro para el advenimiento del salvapatrias de turno. En todos estos años de democracia imperfecta española, eso es lo que ha estado haciendo el sistema: apretarle las tuercas al trabajador hasta volverlo loco. Se llama inducir la neurosis colectiva. Una vez que el ciudadano ha sido convertido en desalmado, despojado ya de espíritu crítico alguno, sin cultura ni formación, sin conciencia de clase, sin corazón y sin moral (hasta votar a corruptos y psicópatas sin remordimiento alguno), ya está preparado para abrazarse al nazismo sin complejos. El Führer crea el ambiente violento, el caos, el desorden, para aparecer él como única solución.

Los terribles disturbios racistas de Torre-Pacheco, la aterradora cacería al inmigrante, demuestra que hay un sector amplio de la población española (probablemente un tercio, siendo optimistas) que ya se ha perdido para siempre en los vericuetos del trastorno. A esta gente ya no le vale nada, ni la subida del salario mínimo interprofesional o mejores contratos, ni más escuelas u hospitales, ni siquiera jugosas pensiones con viajes gratis para jubilados a Benidorm. El fanatismo ha arraigado en ellos como un mal incurable y ni mil programas de TVE del bravo Jesús Cintora o sobre lo que fue el franquismo les va a sacar del delirio. La verdad les repugna como a un vampiro los ajos; la memoria histórica, con sus datos y certezas documentadas, les provoca urticaria. Es como en esas películas de zombis: una vez que al personaje le han mordido los monstruos, ya está perdido irremediablemente. Un día se le caerá un brazo, al siguiente un ojo o una pierna, pero nunca dejará de comportarse como zombi dispuesto a dar el mordisco letal. Es la tragedia de este mal. O como dice el teniente Aldo Raine (Brad Pitt) en su hilarante alegato inicial de Malditos bastardos: “No sé vosotros, pero yo no bajé de las puñeteras montañas humeantes, atravesé el condenado océano, me abrí paso a tiros por Sicilia, y después salté de un puto avión, para enseñar a los nazis humanidad”.

El escritor argentino Ernesto Sábato consideraba que la tecnología, el maquinismo, era un peligro para nuestra especie, ya que, sin control ético, conducía a la deshumanización. Qué mejor forma que esta de explicar lo que está ocurriendo en nuestros días. En la red social de Elon Musk cualquiera puede arengar a otros a coger un bate de béisbol, un palo o un machete para abrirle la cabeza a un señor de Torre-Pacheco que no le ha hecho nada malo y cuyo único crimen es ser moreno, musulmán o haber nacido en Tánger. En Hombres y engranajes, el maestro bonaerense asegura proféticamente: “Quién sabe si después de todo, lo peor no sea el capitalismo sino el maquinismo. Porque el capitalismo antiguo era cosa de hombres, empresa humana (…) mientras que el maquinismo de hoy es una monstruosa creación que ninguna semejanza guarda ya con los seres que lo lanzaron al mundo”. Es decir, el fascismo económico, con sus máquinas que arrancan al ser humano de su verdadera esencia, siempre precede al otro todavía más letal, sangriento y criminal.

Abascal y su diabólico aparato orwelliano mueven la sociedad, el mundo, la historia. El líder de Vox se sienta delante de su pantallita, se pone cómodo, se fuma un puro con los pies en la mesa, escribe cualquier burrada violenta, y al día siguiente aparece un marroquí con la cabeza abierta en el otro lado del país. A base de ensayo y error, probando aquí y fallando allá, cometiendo burdas torpezas si se quiere, está consiguiendo lo que se proponía: extender la enfermedad colectiva, el virus del odio, la pústula que se incuba durante décadas y que cuando se agrava ya no hay cura ni remedio posible. Ha de reventar sí o sí.

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