El caso Montoro ha venido a desmoralizar a la tropa genovesa, que andaba eufórica y a la ofensiva total para terminar de darle la puntilla al sanchismo a cuenta del caso Koldo, de las juergas de Ábalos y del entrullamiento de Santos Cerdán. Nadie en el Partido Popular podía imaginarse un escándalo de semejantes proporciones (toda una trama de lobistas en el corazón mismo del Ministerio de Hacienda) a pocas horas de que sus señorías cerraran el Congreso de los Diputados para irse de vacaciones. Pero ha ocurrido. Ha estallado la bomba, lo más grande, un asunto de corrupción que ríete tú del pisito de Jésica. Puede ser que el caso sea antiguo, y que no tenga el salseo de unas cuantas prostitutas, tal como defiende puerilmente el portavoz Juan Bravo. Pero es un pedazo de escándalo que toca de lleno al PP y en el peor momento, justo cuando parecía que Sánchez se tambaleaba. La baraka del presidente del Gobierno empieza a ser cosa de meigas: cuanto más acorralado está, más le ayuda el azar a salir del apuro.
¿Y ahora qué?, debe preguntarse Feijóo. ¿Cómo torear este morlaco, este caso de corrupción campanudo y feo como pocos? De momento, el líder del PP ha dado orden de parar máquinas y replantear la estrategia. No tiene demasiado sentido pedir la dimisión de Sánchez, incluso pateando los escaños del Parlamento como un burro en celo, cuando hay un exministro, un primer espada de Rajoy, acusado de montar un chiringuitazo de tres pares de narices en los despachos mismos de Hacienda. Así que toca tranquilizarse, desconectar e irse a la playa a darse un baño. Ya habrá tiempo de replantear el plan de oposición para lo que quede de legislatura, que probablemente será larga. De entrada, Feijóo ha fijado la consigna a seguir: “Investíguese lo que se tenga que investigar”. Lo cual no es mucho decir, la verdad. El juez de Tarragona ha encontrado un filón en el bufete Montoro y Asociados (más tarde Equipo Económico) y no parará hasta llegar al final de la trama, le guste o no a Feijóo.
El problema es que la declaración a la prensa no ha convencido demasiado al anterior equipo de Gobierno. En los mentideros políticos de Madrid circula el rumor de que Mariano Rajoy está que trina. No entiende por qué Alberto no lo ha defendido con más vehemencia y rotundidad, como se ha hecho tantas veces con otros prebostes genoveses acorralados por la Justicia. No se trataba de decir aquello de Mariano, sé fuerte, hacemos lo que podemos, pero sí le hubiese gustado al Señor de los Hilillos que Feijóo hubiese roto al menos una lanza por él, por la limpieza del marianismo. Eso es lo que esperaba el registrador de la propiedad. Pero ni un cable, ni un apoyo público, ni un gesto o guiño cómplice. Nada de nada. Res de res. Rien de rien. Lo cual lleva a pensar que el feijoísmo ha decidido romper con el marianismo como forma de superar el pasado y tantas causas pendientes por corrupción (hasta 30) que lo están lastrando y obstaculizando en su tortuoso camino a la Moncloa. En política no hay amigos ni entre gallegos.
Mariano no es hombre que se ofusque ni pierda los nervios con facilidad. De hecho, cuando España se le rompía en dos por tierras catalanas él seguía a lo suyo, con total pachorra, indolente y sin sentarse a negociar nada con los indepes. Ya pasaría la fiebre soberanista, nadie iba a molestarle ni a quitarle su hora y pico diaria de camicorrer al trote cochinero y de leer el Marca. Sin embargo, esto es diferente, clama al cielo y enerva al presidente de los trabalenguas imposibles. Que el actual dirigente de tu partido suelte eso de “investíguese lo que haya que investigar”, quitándose el muerto de encima, haciendo un pasapalabra, sin abrir la boca para defender la gestión de un compañero de fatigas y presidencias, duele y mucho.
Todo lo cual lleva a pensar que Feijóo calla por prudencia, para curarse en salud, para no tener que poner la mano en el fuego por nadie, que últimamente España parece la unidad de quemados de La Paz. Imaginemos por un momento que Feijóo se moja y dice que Rajoy no sabía nada de las movidas lobistas de Montoro y luego se demuestra que sí. Sería letal para su carrera política y para su desesperado intento por llegar a la Moncloa. De hecho, la prensa ya ha filtrado que, siendo presidente del Gobierno Mariano, algunos ministros fueron a quejársele amargamente de que en Hacienda estaban pasando “cosas raras”. Cosas como redes de influencias, reformas legislativas a la carta para favorecer a según qué empresas gasistas, pingües beneficios para la mercantil Equipo Económico, de la que fue socio fundador y presidente el propio Montoro. Cosas como cohechos, fraudes, prevaricaciones, negociaciones prohibidas, corrupciones en los negocios, falsedades documentales. O sea, que el ministerio era una cueva de ladrones.
Nadie en su sano juicio pondría la mano en el fuego por ningún integrante de aquel Consejo de Ministros maldito. M Punto Rajoy se ha convertido en un incómodo pasajero para Feijóo en su accidentado viaje al Elíseo monclovita. Mariano, el amnésico Mariano, pasará a la historia como el presidente de los 60 casos de corrupción y los 1.236 cargos del partido investigados, procesados o condenados (material suficiente no para una moción de censura, la que acabó con él, sino para media docena). Pese a todo, durante el último Congreso del Partido Popular se atrevió a soltar chascarrillos como que en el Gobierno de Sánchez “se ha visto de todo”. Pues anda que en el suyo.