En 1936, tres años antes de que se desatara el infierno en la Tierra con la Segunda Guerra Mundial, Francia vendió a bombo y platillo que su Línea Maginot, la mayor construcción militar de la era moderna, era invulnerable, indestructible, eterna. La muralla fortificada contaba con ferrocarriles subterráneos, clínicas sanitarias, confortables habitaciones con aire acondicionado para las tropas de guarnición y comedores para que los soldados pudieran degustar las mejores viandas. Una ciudad bajo tierra supuestamente a prueba de bomba. Sin embargo, las tropas de Hitler pasaron sobre ella como un león aplastando un castillo de naipes. Curiosamente, aquel orgullo patrio galo salió prácticamente intacto (sirvió de poco o nada contra la aplastante maquinaria del Tercer Reich) y hoy por hoy ha quedado como atracción visitable por turistas y curiosos.
Netanyahu confía en su Línea Maginot aérea, la Cúpula de Hierro, un constructo con el que el Gobierno hebreo trata de tranquilizar a la población, millones de personas metidas en sus refugios nucleares y sin perder de vista la temblorosa máscara antigás, por si acaso. El enloquecido líder judío le ha contado a su gente que, bajo esa cúpula infalible, poco menos que un manto divino desplegado por el padre Yahveh para proteger a su grey, todos estarán a salvo. Anoche se demostró que no es así. De los doscientos misiles lanzados por Irán, algunos de ellos lograron sortear la máquina bélica más sofisticada del mundo, impactando en suelo israelí. Y de no haber sido por el apoyo de los destructores norteamericanos fondeados en la zona, el destrozo hubiese sido aún mayor. Hoy estaríamos hablando de muertos, de un número elevado de heridos, de edificios devastados en la capital de Israel.
La andanada contra diferentes localidades hebreas, entre ellas Tel Aviv y Jerusalén, fueron la respuesta, ayer noche, a las últimas ofensivas judías contra Líbano, Cisjordania, Siria y Yemen. Netanyahu ya no da órdenes según la estrategia militar, la lógica o la racionalidad. Desde los sangrientos atentados del pasado mes de octubre, se comporta como una bestia herida que cornea allá donde puede y contra todo lo que se mueva. Hoy es Hamás, mañana será Hezbolá, los ayatolás iraníes o los rebeldes yemeníes. Todo lo que huela a antisionismo es susceptible de ser disparado, bombardeado, destruido. Y no importa la eficacia de las acciones bélicas ni el número de bajas entre la población civil. Se trata de hacer sangre, cuanta más mejor, aunque la venganza sirva para poco. Así es la ley del Talión.
La operación militar ordenada anoche por el régimen de los ayatolás tenía un objetivo principal: decirle a Israel que no son unos desarrapados con palos y piedras salidos del desierto. Irán es un país con un arsenal nada despreciable. Ayer, el régimen integrista de Teherán lanzó, por primera vez contra otro país, sus sofisticados misiles hipersónicos Fattah, un temible armamento de última generación diseñado en las fábricas iraníes. No es esa la única baza con la que cuentan. Probablemente estén más cerca de lo que cree Occidente del arma nuclear. Nadie, ni siquiera los observadores de la OIEA (la agencia para la energía atómica), saben hasta dónde han llegado los científicos persas. El pasado mes de febrero, este organismo reconocía que el Gobierno iraní ha proseguido con el enriquecimiento de uranio “justo por debajo de los niveles aptos para armamento”. Y añadían, con frustración, los técnicos internacionales: “Irán no es completamente transparente en lo que respecta a su programa nuclear”. Más nos vale a los occidentales no comprobar si en las fábricas subterráneas iraníes hay ya ojivas de medio o largo alcance cargadas con cabezas nucleares.
En cualquier caso, le conviene a Netanyahu no subestimar a Irán, un país con una fuerza militar a tener en cuenta (tiene mucho y lo que no tiene se lo puede abastecer Corea del Norte o China). La idea infantil del belicoso Aznar de que se puede derrotar a los iraníes solo con soplarles es tan descabellada como peligrosa. El presidente de honor del PP es un niño fuera de la realidad con un cómic de guerra y superhéroes en la cabeza. Del autor de la frase “pueden estar seguros de que el régimen iraquí tiene armas de destrucción masiva” nos llega ahora otra sentencia lapidaria para la historia: que nos conviene estar codo con codo con Israel porque si Israel no gana, la guerra llegará a las playas del sur de Europa. Las ideas de guardería de Ansar no hay que creérselas nunca. Es evidente que no aprendió nada del fiasco de Irak ni de cómo la Casa Blanca le tomó el pelo como a un pardillo. El hombre inmaduro acomplejado por el rancho Bush y atormentado por el 11M sigue creyendo que los yanquis son los buenos y ganan guerras a los malos sin sacarse la gorra. Por lo visto aún no se ha enterado de que las tropas estadounidenses se volvieron para casa, tras años de muertos y devastación, sin poder evitar que el Daesh se hiciera dueño y señor de buena parte del territorio. Ahora nos propone un órdago más fuerte y suicida todavía: la guerra total en Oriente Medio, la doctrina Netanyahu que, llevado por la paranoia extrema, propone agitar el avispero hasta destruir a todos los países vecinos para ensanchar fronteras. Si por Aznar fuese, ya estaba la Legión española destinada en los lejanos desiertos y presta a invadir la nueva Persia.
Esto es lo de siempre. La gran industria capitalista de la guerra enriqueciendo a cuatro desalmados. Ayer, mientras los misiles caían sobre Israel, se disparaban las acciones de las mutinacionales petroleras y armamentísticas de Wall Street, que vivió una jornada eufórica con 24.000 millones de dólares de beneficios. Algunas voces en el propio Ejército israelí ya se han alzado contra las tropelías de Netanyahu. Atacar por atacar, como pollo sin cabeza, no tiene sentido, más allá de la impactante campaña de propaganda que el líder está exhibiendo ante el pueblo asustado y poseído por la psicosis colectiva. Ver cómo los misiles iraníes sobrevuelan tu ciudad, lanzando fogonazos de fuego en medio de la noche, no es agradable por mucho que el Gobierno judío garantice la eficacia del sistema antimisiles. Israel sigue cometiendo el eterno error de siempre: creer que un Estado rodeado de enemigos feroces tiene futuro. Ningún escudo defensivo puede garantizar la seguridad de un país. No hay arma secreta que pueda frenar el odio humano. A lo largo de la historia, uno tras otro todos los muros han caído. Tarde o temprano, llegará la grieta, la fisura, el misil sorteará la Cúpula de Hierro (mejor Cúpula de mantequilla) y el país arderá como hoy están ardiendo Gaza, Líbano o Cisjordania. El diálogo para alcanzar la paz sigue siendo la única salida viable. Mucho mejor que una Línea Maginot que no es más que un delirio o engaño de políticos locos.