Las derechas se mofan del espíritu de concordia al que apela el rey

30 de Noviembre de 2023
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Felipe VI ha invitado a trabajar por una “España sólida y unida, sin divisiones ni enfrentamientos”, durante su discurso que da comienzo a la XV Legislatura. Del monarca emanan palabras que por desgracia ya no se escuchan en el hemiciclo, como concordia, entendimiento y respeto mutuo entre ciudadanos. Está muy bien que el jefe del Estado trate de recuperar, en vano, los viejos valores de la buena política. Pero seguramente en Zarzuela resuenan también los aullidos de la extrema derecha que estos días quiere asaltar Ferraz, el tristemente célebre “Borbón defiende a tu nación” o el no menos violento “Borbones a los tiburones”, de modo que el rey ya habrá tomado buena nota de a qué punto crítico hemos llegado.

Este país, al igual que otras democracias liberales de Occidente, se encuentra en pleno revival ultra, en plena ofensiva trumpista, que en realidad es el nuevo fascismo por otros medios, y Su Majestad entenderá que discursos como el que ha pronunciado hoy en el Congreso de los Diputados son necesarios, pero no suficientes. Ahí, delante de él, ante sus propias narices regias, hay un puñado de exaltados que se pasan su mensaje de tolerancia y respeto por el arco de la victoria. Gente como Abascal, que ha llegado a pedir a la Policía que se mantenga al margen, inactiva, mientras la muchachada neonazi trata de irrumpir con palos y bates de béisbol en las casas del pueblo socialistas, tal como hacían aquellos camisas pardas de las SA cuando Hitler ordenaba reprimir reuniones comunistas y huelgas de obreros. Gente como Ortega Smith, que ayer mismo arrojó su vómito más viscoso y antidemocrático llamando “gentuza” a sus adversarios de la izquierda. Gente como el propio Miguel Tellado, el nuevo portavoz del PP puesto a dedo por Feijóo que ha invitado a Pedro Sánchez a largarse de España en un maletero emulando a Puigdemont. O sea, toda una invitación al exilio, tal como hizo el franquismo con la disidencia durante cuarenta años de dictadura. Estos son los demócratas conservadores que nos han caído encima como una maldición secular.

En los tiempos crispados que corren, resulta edificante y balsámico que el rey llame a la concordia, pero quizá, mientras decía estas cosas tan elevadas y necesarias, tan impecablemente democráticas, debería haber mirado con reproche hacia un lado del hemiciclo, hacia la bancada reaccionaria, donde algunos lo contemplaban bostezando o haciendo oídos sordos, como esos fieles católicos que escuchan al cura en misa de doce mientras se entretienen con las musarañas, leen chats en el teléfono móvil o se ríen por lo bajini del utópico sermón, nerviosamente y dando codazos al feligrés de al lado.

En las Cortes Generales ha aterrizado una banda de boinas verdes nostálgica del Régimen anterior que ni le interesa la democracia ni la entienden. ¿Cómo hablar de concordia y entendimiento con alguien que en su delirio paranoico ve a un traidor y no a un rival político? ¿Cómo intercambiar opiniones civilizadas con quien está instalado permanentemente en la estrategia rupturista, antisistema y guerracivilista? ¿Cómo sentarse a negociar nada con estos legionarios belicosos echados al monte que no quieren oír hablar de otra cosa que no sea aquella España imperial de los Tercios de Flandes? Intentar la concordia con ellos es como tratar de dialogar con un feroz tigre de Bengala en medio de la jungla.

No, aquí no es la izquierda la que está rompiendo España ni el supuestamente exitoso Régimen del 78. Todos los partidos del arco progresista están dando una soberana lección de responsabilidad, de paciencia ante las provocaciones, de sensatez y sentido de Estado en un momento trascendental y delicadísimo para el país. Concordia la que no demostró el Partido Popular casadista cuando en lo peor de la pandemia se dedicó a conspirar para derrocar a Sánchez. Concordia la que no han tenido los populares, que llevan cinco años bloqueando el diálogo por la renovación del Poder Judicial. Concordia la que escasea en Génova 13, donde el ayusismo gamberro y frívolo se opone a cualquier estrategia de pacificación de Cataluña. Ayer mismo, sin ir más lejos, el hooliganRafa Hernando comparaba a los terroristas de Hamás con los catalanes al asegurar algo tan esperpéntico como que la guerra de Gaza es como si construyesen túneles en Barcelona para bombardear Madrid. Esto es lo que entienden estos señores por “una oposición serena”, este es el consenso que dicen añorar.

Hace falta concordia en la política española, claro que hace falta, pero la crispación no está viniendo precisamente de la izquierda. Aquí hay un partido como el PP que para no perder votos por el flanco derecho ha entrado en una delirante competición con Vox por ver quién dice el improperio más grueso, la vejación más denigrante contra el presidente del Gobierno, la burrada más descarnada y brutal. ¿Cómo se convive con un vicioso del insulto y del histrionismo que no puede parar? ¿Cómo jugar a la democracia con quien ni siquiera es capaz de aplaudir el discurso institucional de la presidenta del Congreso, Francina Armengol?

No sabemos lo que durará la legislatura que ahora echa a andar. Hoy mismo, el propio Puigdemont ha amenazado a Sánchez con impulsar una moción de censura si el Estado no se pliega a su referéndum de autodeterminación. Y advierte: “Podríamos votar con el PP para derribar el Presupuesto”. Está claro que Junts tumbará la ley de cuentas públicas del Gobierno para el próximo año, la primera batalla parlamentaria, aliándose con lo peor de la caverna españolista más anticatalana. Al final, la cabra tira al monte y las derechas, ya sean de aquí o de allá, siempre terminan yendo juntas de la mano para defender sus intereses como clases privilegiadas. Puede que el Gobierno de coalición no dure ni un año, es más, nace con tal fragilidad que si llega a los seis meses será todo un milagro. Pero de lo que estamos completamente seguros es de que las palabras bienintencionadas del rey quedarán, una vez más, en el limbo, allá arriba, en los frescos del techo del Parlamento, junto a las marcas de los tiros de Tejero. Y no será porque la izquierda no quiera escucharlas, sino porque PP y Vox están más al trumpismo ultranacionalista a calzón quitado que al espíritu de la Transición.

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