María Guardiola pasará a la historia de este país por una frase lapidaria: “Mi palabra no es tan importante como el futuro de los extremeños”. En esa sentencia, obra culmen del cinismo político, se recoge lo que es la política de nuestro tiempo. La palabra es lo más sagrado que tiene una persona, ya se dedique a la política o no. Cuando Aristóteles dijo aquello de que cada uno es dueño de su silencio y esclavo de sus palabras quiso dar a entender que una palabra endeuda y compromete para siempre. Sin embargo, para María Guardiola las palabras se las lleva el viento y hoy puede decir esto y mañana lo contrario sin que importen las consecuencias.
Lo que tendría que haber hecho la presidenta de Extremadura, cuando aseguró aquello de que jamás pactaría con Vox porque no estaba dispuesta a dar un paso atrás en la lucha contra la violencia machista y los derechos LGTBI, es cumplir con su palabra.Y si no podía hacerlo, porque el jefe Alberto le exigía que se traicionara a sí misma, dimitir, irse a su casa y ser coherente con las ideas. Pero el poder es muy goloso y al final Guardiola ha optado por aparcar sus principios, pasar página, mirar para otro lado, no pensar demasiado y sentarse en la poltrona.
Gobierno con Vox
Ayer, la nueva presidenta extremeña culminó la traición a su palabra durante el solemne acto de investidura. Un día dulce, a ella se le debió hacer muy amargo. Tras someterse a las órdenes de Génova y aceptar los votos de Vox, dio las gracias a los de Abascal, con los que estará ya en deuda para siempre. Una vez que se pacta con el Diablo, el Diablo ya no suelta a su víctima, eso lo sabemos desde el Fausto de Goethe.
Finalmente, la investidura de Guardiola salió adelante con los votos de los 33 diputados de PP y Vox, y contó con 32 votos en contra, los 28 diputados del PSOE y los cuatro de Unidas por Extremadura. La flamante jefa del Ejecutivo agradeció a los voxistas el “apoyo” brindado para poder llevar a cabo el “Gobierno del cambio” en la región gracias a haber alcanzado un “buen acuerdo” por el que el partido ultra tendrá la Consejería de Gestión Forestal y Mundo Rural. Tras alabar el tono empleado por el diputado de Vox,Ángel Pelayo Gordillo, Guardiola puso en valor que se haya podido llegar a un consenso entre ambas fuerzas políticas, por encima de las “diferencias, que las hay”, y “enfrentamientos ideológicos”, unos extremos que podrían haber “encallado” el acuerdo. “Nosotros hemos firmado un acuerdo, un buen acuerdo, que ha sido posible porque hemos apartado lo que nos diferencia y nos hemos centrado en lo importante, en todo aquello que nos une”, alegó María Guardiola en su turno de respuesta a los grupos parlamentarios. En esta línea, manifestó que su partido va a cumplir el pacto y lo hará con “lealtad”, con “respeto al pueblo extremeño” y trabajando “muy duro para conseguir esa Extremadura que merecemos”. El mal trago había pasado. Un sorbo de agua y a aguantar lo que queda de sesión, debió pensar Guardiola.
Mientras tanto, Gordillo ofreció a la dirigente del PP una colaboración en el Gobierno de la región que está “seguro de que será duradera, leal y eficaz”. Vox otorgará un “voto de confianza al Gobierno naciente”, dijo el diputado de extrema derecha, y que será, según él, “el comienzo de una nueva política” en Extremadura y del “cambio que tanto tiempo llevamos esperando y que esta tierra merece desde hace décadas”.
La investidura incómoda de María Guardiola
Sin embargo, a Guardiola le tocaba tragar con un par de sapos antes de ser investida. En el mismo discurso, el diputado de Vox quiso dejar claro que para ellos la violencia machista no existe y lo hizo. “La violencia es violencia”, y como tal, “debe ser castigada y sus autores deben cumplir íntegramente sus penas, y no verse con sus condenas reducidas ni en la calle”, aseguró Gordillo. Fue la primera en la frente de Guardiola. La ultraderecha no pudo esperar a que pasara el acto institucional de ayer para sacar a relucir su discurso machista y quiso recibir a la nueva presidente como se merecía: recordándole que va a gobernar amarrada a un puñado de señoros rancios y supremacistas que niegan la violencia terrorista del hombre contra la mujer. Lógicamente, la presidenta tragaba saliva como podía mientras el ultra iba soltando su detritus heteropatriarcal.
Llegados a este punto, María Guardiola debería plantearse si merece la pena tragar con tanta inmundicia, con tanta bazofia ideológica, hasta quedar como alguien sin personalidad, no ante los extremeños, sino ante todos los españoles. Debería preguntarse si merece la pena someterse ella misma a la categoría de pelele de otros, de Feijóo, de Abascal, de gente más poderosa que está por encima de su cabeza. Debe ser muy triste saber que uno ha traicionado a sus principios, a su palabra, que es tanto como traicionarse a una misma, a la verdad y la honestidad. Se puede seguir viviendo de esa manera, claro que se puede. Incluso se puede llegar a ser feliz. La mente humana se adapta a todo. Pero cada vez que se produzca un asesinato machista y esos tipejos, los socios de Guardiola, se desmarquen de la pancarta de condena y del minuto de silencio institucional, sin duda ella recordará aquellos tiempos en los que aún era una persona íntegra y respetable, no una simple marioneta movida por otros. Cada vez que se produzca esa fotografía horrible de los diputados de Vox declarándose al margen de los valores más elementales de la humanidad, a María Guardiola le recorrerá una comezón en el estómago, tendrá que morderse la lengua y pensará sin duda que ya no está en el lado bueno de la historia, que pudo pasar a la posteridad como la heroína de la derecha española que se enfrentó a la barbarie neofascista y que empeñar la palabra a cambio de cuatro años tocando el terciopelo del poder no merece la pena.