Ha muerto Mayra Gómez Kemp, el hada madrina que, con su varita mágica del Un, Dos Tres, llevó dinero, coches y apartamentos en Torrevieja Alicante a los españolitos de la Transición (a veces, también la odiada calabaza Ruperta). Mayra, con su permanente rubia que era la envidia de las mujeres de este país, siempre quedará no solo como magnífica profesional todoterreno que hacía lo que le echaran (presentar, actuar y hasta bailar, todo bien), sino como una más de nuestras familias.
Mayra era la artista televisiva total en un tiempo en que se llevaba más la vedete que enseñaba carne que la actriz de talento. Chicho Ibáñez Serrador la puso al frente del mejor programa de entretenimiento de la historia en sustitución del gran Kiko Ledgard. Ya antes había desempeñado papeles esporádicos, como cuando interpretó a una hurí del islam en aquel Un, Dos, Tres dedicado a Las mil y una noches. Recitó grácilmente un verso, dejó un regalo para los concursantes y eso fue suficiente para que Chicho, el mago de la televisión, le diera el mando para ella sola. Había nacido una estrella.
Durante los años de emisión del programa, Mayra Gómez Kemp vendió el sueño español en un país que zozobraba entre el miedo al golpismo militar y la esperanza fallida del felipismo. Millones de familias pegadas al televisor mientras ella abría su prodigioso bazar o tienda de la suerte. ¿Cómo podía ser que TVE tuviera presupuesto como para repartir premios tan caros y lujosos?, se preguntaba la audiencia. Y sin embargo, era así, cualquier cosa, por imposible que pareciera, podía ocurrir en el Un, Dos, Tres. “Si dinero, dinero; si calabaza, calabaza”, advertía la hábil presentadora a la pareja de amigos o novios residentes en Madrid llegado el momento de elegir entre dos regalos, el éxtasis del juego en que, sosteniendo la tarjeta con la sentencia final, trataba de darles el cambiazo en el último minuto. Mayra, la crupier más adorable y encantadora que haya dado el casino de la televisión, hizo de aquella puja trepidante o rifa final a cara de perro el desenlace más aplaudido desde que se inventó la pequeña pantalla. Ningún programa hasta la fecha ha logrado superar aquel instante de infarto que ni una película de Alfred Hitchcock, un minuto de oro en el que, tras leer la pista encriptada (casi siempre engañosa por demasiado evidente o directamente falsa), terminaba entregando el premio con aquella cálida y tintineante voz con acento caribeño, sin duda una de las claves de su éxito. “Se han llevado ustedes...”, exclamaba Mayra manteniendo magistralmente la tensión y el interés, y finalmente adjudicaba un flamante coche, una decepcionante vajilla comprada en el Rastro, una colección de sellos baratos o una habitación llena de patatas fritas.
En aquella época difícil en lo político y en lo económico, la traviesa y dulce Mayra nos entretenía con un concurso que parecía una gran superproducción de Cecil B. DeMille y de paso recreaba la ficción de que todos podíamos dar el pelotazo en la ruleta de la vida, como cualquier funcionario gris de Felipe González. Era la España de la crisis, de la reconversión industrial, del paro a mansalva, del timo de la OTAN y del atraso secular tras una larga dictadura, un país que pronto probaría el tocomocho felipista, como el que Mayra daba a sus concursantes en las noches del fin de semana. El PSOE de Felipe prometió a cada español un pisazo en la playa con coche nuevo aparcado en la esquina, pero la realidad fue mucho más triste, siniestra y cruel, y de la promesa del lujerío sociata pasamos a Roldán, el caso Guerra, Mariano Rubio, los fondos reservados, Filesa, Rumasa, los GAL y los ochocientos mil puestos de trabajo nunca creados. O sea, la calabaza Ruperta. Fueron los años de la loca movida, los tiempos en que una artistaza de los pies a la cabeza, que parecía recién aterrizada de Hollywood para meternos de lleno en la modernidad, nos engatusaba con la idea de que cualquiera podía ser rico de la noche a la mañana si tenía olfato para elegir bien entre dos regalos con sorpresa. Ahí empezó a venirse abajo la cultura del esfuerzo.
Mayra era la rubia buena, mientras otras rubias florero entraban y salían de los picaderos del rey Juan Carlos. Pero más allá de que fuese una diva fotogénica y resplandeciente que se comía la cámara con solo aparecer en pantalla tras los títulos de crédito, merece la pena recordar que también contribuyó a romper techos de cristal. Que fuese precisamente una mujer quien estuviese al timón del programa de mayor audiencia de la historia, implantando un nuevo modelo femenino muy alejado del mito de la chica del destape que copaba las portadas de las revistas del momento, dice mucho sobre su legado profesional. Mientras Chicho, en el propio Un, Dos Tres, proyectaba el icono de la mujer objeto con sus planos cortos del muslamen de las azafatas, Mayra jugaba a otra cosa, demostrando que no hay nada con más sex appeal que el humor inteligente.
Hoy, cuando vuelven los ecos de la corrupción socialista, el caso Koldo y otras cosas feas de este sanchismo con pies de barro que se desmorona por minutos, vemos cómo los titulares de prensa hablan del chalé gaditano que la trama corrupta puso en manos de Ábalos y no podemos por menos que recordar aquellos años inocentes de nuestra juventud en los que empezábamos a caminar por el gran show de la democracia.