“Estaba en un almuerzo de trabajo”, asegura Carlos Mazón. De esta manera, el presidente de la Generalitat diseña su línea de defensa para tratar de salir airoso del fiasco en su gestión de la riada de Valencia. Según la agenda oficial, lo último que hizo el honorable aquella mañana del martes negro fue una reunión con la patronal y los sindicatos, finalizada a las 14.30. Luego, el president salió del Palau para una comida privada. Subió a un coche oficial y ya no se supo más de él hasta el crepúsculo, cuando la marea ocre arrasaba la provincia entera.
¿Qué hizo el barón popular valenciano entre las tres y las ocho de la tarde, cuando por fin declaró la alerta roja? Cinco horas ilocalizable, cinco horas fuera de servicio, cinco horas out. Un presidente de gobierno, aunque sea de una autonomía, no debe ausentarse ni por un minuto del timón, de la buena gobernanza de su pueblo. Debe estar en permanente contacto con su equipo, vigilando ante cualquier contingencia (pendiente de las noticias de la radio, de la televisión, del último tuit de Óscar Puente). Se puede ausentar durante un rato, claro que puede hacerlo, faltaría más, pero, ¿cinco horas desaparecido el día en que estaba avisado de que un monstruo climático se estaba formando sobre nuestras cabezas? Algo huele mal al oeste del Turia, y no es el hedor a descomposición que tras nueve días flota en la atmósfera de los sesenta municipios de l’Horta Sud afectados por la riada.
Cinco horas, cinco. Cinco horas con Mazón, cinco horas con Mario, como en la novela de Delibes. ¿Con Mario o con quién? ¿Para qué? ¿Con qué objetivo? Dice el presidente que estuvo en un almuerzo de trabajo. Bien, correcto, aceptamos pulpo como animal de compañía. Pero explíquese, caballero, saque la agenda, enséñela, concrete, dé detalles. ¿Qué era tan importante como para estar missing toda una tarde que se hizo eterna para miles de valencianos? ¿Fueron los sindicatos los que reclamaron su atención? No parece, el hombre de derechas huye de los trabajadores como de la peste. ¿Estuvo reunido con los amos de la patronal? Eso podría ser, hay más afinidad ideológica y personal, pero tampoco. Un almuerzo puede prolongarse durante un par de horas, tres a lo sumo. ¿Pero cinco? ¿Se alargó el café, la copa, el puro? ¿De qué habló con esos seres fantasmales propios de un programa de Íker Jiménez que hasta hoy no aparecen por ningún lado? ¿Era tan importante como para aparcar la llamada desesperada de los técnicos del Cecopi, que esperaban instrucciones para salvar vidas humanas? Hay demasiadas preguntas sin respuestas.
Las alertas de todos los colores se iban emitiendo una tras otra (naranja, roja, quién sabe); los medidores del barranco del Poyo marcaban 1.700 litros por metro cuadrado antes de ser reventados por la ola maldita; los avisos de la AEMET se apilaban sobre su mesa. Nada se sabía del capitán evanescente. Cinco horas, cinco. Y mientras tanto su consellera, Salomé Pradas, buscándolo por todas partes y sin saber qué hacer. Todo caos y desorganización. Todo tan surrealista como aterrador. ¿Dónde demonios se ha metido el jefe?, se preguntaban unos. ¿Pero dónde está este hombre?, invocaban otros. ¿Por qué no aparece cuando tendría que estar aquí, al pie del cañón, desde primera hora de la mañana? Cinco horas, cinco. Cinco horas ausente, invisible, huérfano de timón el país en las horas más críticas y trágicas de la historia.
Y cuando por fin apareció por el centro de emergencias, tras esa misteriosa reunión que era la más trascendental del mundo, sus técnicos tuvieron que explicarle cuál era la situación desesperada sobre el mapa. Más tiempo perdido, más inoperancia, más personas con el agua al cuello. La vida privada de los políticos no es relevante. Toda persona tiene derecho a su intimidad y a hacer lo que le venga en gana en su tiempo libre. Pero esto es otra cosa. Aquí estamos hablando de absentismo laboral en el peor momento, de deserción flagrante, de algo muy grave que exige luz y taquígrafos, una investigación política y judicial, llegar hasta el fondo mismo del asunto, aunque para ello se tenga que saber dónde estuvo este señor y con quién. “¿Cómo se puede decir que estuve en un cumpleaños? Lo desmiento categóricamente”, le ha dicho a los periodistas esta misma mañana. Primero era una reunión de trabajo, después un almuerzo privado, ya vamos por la hipótesis del cumpleaños. Y él sin soltar prenda, sin decir ni mu sobre su tarde libre de ocio y asueto.
Feijóo saca a escena a Miguel Tellado, mamporrero oficial del PP, para que tape las vergüenzas del delfín valenciano, para que justifique lo injustificable, para que desvíe la atención echándole el muerto, otra vez, a Pedro Sánchez. El marrón que se ha comido el portavoz popular es monumental. Ha tenido que tragar saliva varias veces y ha seguido alimentando la teoría de la conspiración en la que siguen anclados desde el 11M, el manual de la mentira y la incompetencia, incluso acusando de negligencia a los trabajadores de Protección Civil. Más lodo para el PP, más bochorno.
Al Partido Popular no le va a servir disparar contra Moncloa para cargarle los doscientos muertos. Todo esto es demasiado gordo como para que pueda ser tapado con cuatro bulos o tuits. Y en Génova 13 empiezan a escucharse voces que apuestan por dejar caer ya a Carlos Mandoúnico para volver otra vez al caso Koldo, a Begoña Gómez, a Air Europa, a toda esa política basura que les chifla y en la que son expertos mientras las casas siguen construyéndose en las ramblas y cauces de los ríos. Cinco horas, cinco. El tiempo de ir a Murcia y volver, el tiempo justo para evacuar a la población, el tiempo de una comilona eterna y sin fin que a alguien se le fue de las manos.