“Va a ser un bombazo”. Esa es la frase más repetida en las tertulias políticas y del corazón cuando se habla de Reconciliación, el inminente libro de memorias de Juan Carlos I. El volumen apunta a pelotazo editorial con más propaganda que información interesante, por mucho que Planeta haya calificado la biografía regia como un “acontecimiento histórico”.
Bombazo, dicen. ¿Habrá material sensible, contará el emérito cosas jugosas, o será una operación de marketing personal con cosas ya sabidas sobre su azarosa vida política, amorosa y financiera más alguna exclusiva inocua para saciar el interés mediático? Nunca se sabe. Lo que sí sabemos es que las memorias del patriarca de la Transición llegan después de que Bárbara Rey haya publicado las suyas, y ese siempre es un dato a tener en cuenta. Hay, por tanto, una guerra de memorias, de versiones, de relatos, la examante para ajustar cuentas con el pasado y el monarca para no perder la batalla de la historia (si es que no la ha perdido ya). Cuenta Pilar Eyre que una las escenas que más le impactan de la relación sentimental entre el rey y la Rey (“tres años, mucho tiempo”) es esa en la que él llega al lugar de encuentro, le da dos besos gélidos, la conduce a la habitación y finalmente, ya después, tras vestirse de arriba abajo (“camiseta no, el rey nunca se pone camiseta interior”) le obsequia con 500.000 pesetas: “Toma, para que resuelvas tus problemas económicos”. Y el jefe del Estado sale de la casa y se va. “Bárbara se sintió ultrajada y tratada peor que nada”, cuenta la sagaz periodista. Zarzuela siempre ha negado el affaire entre el monarca y la actriz.
Por el momento se desconoce el contenido y el tono de la obra. El misterio siempre es un ingrediente del éxito. Se sabe que llegará en noviembre a las librerías (si es que Felipe VI no logra impedirlo antes) y que puede reventar las listas de los más vendidos. Pero no parece que vaya a desvelar los grandes enigmas de la historia reciente de este país. A Juan Carlos I no le interesa tocar asuntos peliagudos como el 23F y esos rumores que han corrido últimamente, de forma intensa, y que lo sitúan en el ajo junto a los militares golpistas. El gran best seller, el bueno de verdad, solo llegará cuando él ya no esté en este mundo y PSOE y PP acuerden abrir los archivos clasificados, airear los documentos y publicar las grabaciones de los servicios secretos, tal como muy bien apunta nuestro director José Antonio Gómez en uno de sus imprescindibles artículos.
Así que mientras se ponen a la venta las memorias juancarlistas, conviene hablar del supuesto “bombazo” con todas las reservas. Bombazo sería saber de dónde salieron los 65 millones de euros para Corinna Larsen; bombazo sería que explicara por qué ha llevado a los tribunales, por calumnias e injurias, al pobre Revilla, que se ha limitado a comentar la actualidad, lo que está en la prensa y en la calle sobre tantos escándalos; bombazo sería que reconociera esa patraña sancionada constitucionalmente: que todos los españoles son iguales ante la ley, todos menos él, que es inviolable y está por encima del bien, del mal y del Código Penal.
Por lo demás, poco interés tiene lo que se va filtrando sobre el libro de memorias, más allá de que se las ha dictado a la escritora francesa Laurence Debray desde Dubai, que se editarán en español, francés e inglés para asegurar la repercusión internacional y que serán adaptadas para alguna plataforma de entretenimiento audiovisual. Llama la atención, eso sí, que el emérito no haya consultado antes con Zarzuela sobre la pertinencia de la publicación, aunque se sabe que a su hijo le ha hecho maldita la gracia. Casa Real siempre le ha advertido al primero de los borbones que contar su historia personal, desde su propio punto de vista, supondrá incurrir en algunas medias verdades que no beneficiarán precisamente a la institución. No ha servido de nada. Juan Carlos hace tiempo que funciona a su aire, sin control, sin contar con palacio y sin reparar en el daño que pueda ocasionar a la monarquía, al Estado, al país.
Jose Antonio Zarzalejos dice que el emérito tiene una “percepción distorsionada de la realidad”, lo que explicaría algunas de sus decisiones recientes, como demandas judiciales contra quienes se muestren críticos con su gestión e intentos de baños de masas en las playas de Sanxenxo. Según el veterano periodista, estos comportamientos se ven agravados por algunos lapsus de memoria que afectan a su día a día y que dificultan su comprensión del entorno. En cualquier caso, craso error este libro, ya que un rey jamás se confiesa.
Si lo que pretende el emérito es justificar sus errores para recuperar el cariño perdido de su pueblo, malo. Si trata de lanzar al mercado un spot publicitario para decir lo buen rey que fue, peor. La versión del pacificador de las dos Españas ya no cuela. Pero, sin duda, lo que más preocupa en Zarzuela es que Juan Carlos haya plasmado en su libro una imagen peligrosamente amable de Franco, el dictador que legitimó su reinado. Un punto de vista demasiado equidistante con el tirano (llega a describirlo como un “general austero y taciturno”), genera inquietud en Casa Real. Como también sería un escándalo que calificara el franquismo como una mera autocracia militarizada y católica, sin denunciar el golpe de Estado y la Guerra Civil, la represión, las cunetas, paredones y miles de represaliados, como correspondería a todo demócrata de bien. Tratar de normalizar, blanquear o maquillar el sangriento régimen nazi hispano sería el colmo, el triste final de un rey sin memoria histórica, alguien que él solito ha ido labrándose su leyenda negra y ensuciando su página para la posteridad. Cuando lo que toca es marcar distancias con el bulo revisionista que hace resurgir el fascismo en el siglo XXI en todo el mundo, que el emérito salga con nostalgias vergonzosas no ayudará en nada a la democracia monárquica-parlamentaria. Se queja el emérito de que le están robando la historia. Por favor, no hablemos de robar.