La muerte del Papa Francisco ha sacudido al mundo. Más allá del duelo religioso y humano, el fallecimiento del pontífice argentino ha activado una intensa maquinaria diplomática en la que España vuelve a tener un papel protagonista desde un lugar único: el Palacio de España, sede de la Embajada de España ante la Santa Sede, la más antigua del mundo aún en funcionamiento.

Ubicada en la icónica Plaza de España de Roma, esta embajada ha sido testigo durante más de cuatro siglos de cambios de papado, cónclaves, reformas eclesiásticas, tratados internacionales y momentos decisivos de la historia entre el Estado español y la Iglesia. Hoy, vuelve a estar en el centro del tablero.
Un papel clave en la transición vaticana
Como ocurre tras el fallecimiento de cualquier papa, se abre ahora un periodo conocido como Sede Vacante, durante el cual se preparará la elección del nuevo pontífice. En este contexto, las embajadas ante la Santa Sede, especialmente la española por su antigüedad y relevancia histórica, adquieren una función fundamental.

Diplomáticos de todo el mundo se reunirán en Roma para asistir a los actos oficiales, coordinar contactos y representar a sus países ante el Colegio Cardenalicio. La embajada española, dirigida actualmente por Isabel Celaá, ya ha activado sus protocolos y se espera que organice reuniones de alto nivel con representantes del Vaticano y otras delegaciones extranjeras.
No se trata solo de asistir a las ceremonias fúnebres, sino también de mantener abiertos los canales de interlocución, observar la evolución de las corrientes internas del Vaticano y preparar el terreno para una futura relación con el próximo pontífice.

El fallecimiento del Papa Francisco ha desencadenado una oleada de emociones y reacciones por todo el planeta. Con él se marcha un líder espiritual carismático, reformista, incómodo para algunos sectores del clero, y querido por millones de fieles. Pero más allá de la dimensión religiosa, se abre un nuevo capítulo en la historia del Vaticano, y con ello, se reactiva un tablero diplomático con epicentro en Roma.
Una sede diplomática con 400 años de historia viva
El Palacio de España no es solo un edificio barroco espectacular remodelado por Borromini. Es, sobre todo, un símbolo del poder histórico que España ha tenido en la Iglesia. Fue en 1622 cuando se estableció de forma permanente como sede de la embajada ante la Santa Sede, convirtiéndose en la primera legación extranjera con presencia estable en Roma.
A lo largo de los siglos, ha sido lugar de paso de figuras como Diego Velázquez, Casanova o Ángel Sanz Briz, el "ángel de Budapest", y ha acogido encuentros cruciales para la política exterior española. Durante siglos, desde allí se defendieron canonizaciones, se negociaron concordatos y se reforzó el papel de España como potencia católica.
Este palacio ha sido testigo de los momentos más decisivos del catolicismo moderno: desde la organización del Concilio de Trento hasta la implantación del calendario gregoriano, pasando por la lucha contra el protestantismo, la bula Inter caetera que dividió América entre España y Portugal, o la victoria en Lepanto tras la creación de la Liga Santa.
Aunque buena parte de su archivo original se perdió en un incendio en 1738, la documentación restante, ordenada gracias a índices analíticos elaborados en el siglo XVIII, ha permitido reconstruir parte de esa memoria diplomática hoy más relevante que nunca.

La muerte de un papa no es solo una cuestión de fe, también lo es de geopolítica. Y España, como país con una de las trayectorias más prolongadas en su relación con el Vaticano, mantiene una influencia que, aunque menos visible, sigue siendo significativa. Las relaciones entre el Gobierno español y la Santa Sede han tenido altibajos, pero se mantienen constantes gracias a una diplomacia que a menudo actúa en la sombra.
España, el Vaticano y la influencia de siglos
La actual embajadora, Isabel Celaá, representa ese nuevo perfil de diplomacia española: una combinación entre experiencia política y sensibilidad institucional, clave para afrontar los próximos días de duelo, transición y posible redefinición de las relaciones entre España y el próximo pontífice.

El valor simbólico del Palacio de España se refleja también en su impresionante patrimonio artístico. Entre sus tesoros destacan los bustos de Bernini, tapices de Rubens, obras de Madrazo, López y Mengs, y reliquias como las del mártir Letancio, niño cartaginés conservado en su capilla privada. Todo ello habla de una embajada que no solo representa a un país, sino a una herencia espiritual y cultural.
Durante siglos, el edificio ha funcionado como escaparate del poder blando de la monarquía española y de su cultura. Hoy, en pleno siglo XXI, sigue teniendo esa aura que mezcla historia, estética y diplomacia en una sola institución.

Una nueva etapa se abre tras Francisco
Con el fallecimiento del Papa Francisco se cierra un ciclo que, para muchos, supuso una apertura en la Iglesia, una mayor atención a los pobres y un estilo más directo. Para España, se abre también una etapa que requerirá prudencia, conocimiento histórico y capacidad de interlocución para mantener su voz en el corazón espiritual de Roma.
El Palacio de España, más que un edificio, es un testigo privilegiado. Sus muros han escuchado secretos de Estado, han acogido decisiones trascendentales y, hoy más que nunca, vuelven a ser clave en el proceso de transición que vive la Iglesia católica. Allí donde empieza y termina buena parte de la diplomacia espiritual, España tiene, desde hace cuatro siglos, una ventana abierta. Y ahora, con la muerte del Papa Francisco, esa ventana vuelve a asomarse al centro del mundo.
