La muerte del PSOE

La operación de Estado para liquidar el socialismo en España está a punto de consumarse tras los últimos casos de corrupción

01 de Julio de 2025
Actualizado a las 15:08h
Guardar
Claves para que el PSOE esté en la actual situación. Pedro Sánchez durante la rueda de prensa.
Pedro Sánchez durante la rueda de prensa.

“Hemos derrotado el sanchismo”. Esa es la frase que más se escucha estos días entre las derechas españolas felices y ufanas tras el encarcelamiento de Santos Cerdán. Hay triunfalismo y ambiente de victoria en todas partes, en el PP, en Vox, entre los jueces activistas del sector conservador, en las cloacas policiales y en el conglomerado mediático o caverna. La orden taxativa de Aznar (“el que pueda hacer que haga”), se ha consumado a la perfección y cautivo y desarmado el Ejército rojo han alcanzado las tropas nacionales, esta vez sin pegar un solo tiro, sus últimos objetivos no ya militares, sino políticos.

Sin embargo, uno cree que el vencido no es Sánchez, ni siquiera el sanchismo, su utópico programa político que supuestamente llegó para limpiar el país de corrupción y que ha terminado como un papel enfangado en el lodazal de un hedor insoportable. Lo que aquí se está jugando es mucho más que acabar con el tótem fugaz y su manual de resistencia. Estamos, ni más ni menos, que ante una operación de Estado de gran calado que va mucho más allá, ya que se trata arrojar al PSOE al vertedero de la historia, de enterrar el socialismo, de acabar de una vez para siempre con la incómoda y molesta izquierda. Basta con ver lo que está ocurriendo en Francia para saber lo que nos espera a corto plazo: un sistema bipolar dominado por dos fuerzas del mismo signo, conservadora y ultranacionalista, y una izquierda completamente dividida y desarbolada.

A la derecha española siempre le ha sobrado la socialdemocracia, esa ideología política destilada de la esencia de la revolución comunista que garantiza derechos laborales, sanidad y educación públicas, pensiones y un cierto nivel adquisitivo a las clases trabajadoras. Para los poderes fácticos empeñados en preservar sus privilegios de clase, mucho mejor un modelo bipartidista uniforme formado por un centro conservador fuerte (PP) y una alternativa neofascista bajo su aparente control (Vox) que un pacto con la izquierda. Hoy el conservadurismo patrio babea de gusto en la creencia de que ha llegado el momento esperado durante medio siglo. El momento de propinarle la puntilla letal al PSOE para darle una vuelta de tuerca al régimen del 78 y a la propia Constitución, que nunca les gustó por excesivamente roja, progre y adelantada a su tiempo (ya tienen controlado el Supremo, el siguiente paso será acabar con el Tribunal Constitucional).

Durante la Transición, el facherío residual tuvo que tragar con la oleada de libertad y socialismo que brotó de un hastío general del país tras cuarenta años de dictadura, represión, incultura y pobreza. Sabían que no tenían la mayoría y que los cuatro nostálgicos concentrados cada 20N frente al Valle de los Caídos no dejaban de ser una panda de friquis que daban risa más que miedo. Habían perdido la batalla de la historia pese a haber ganado la refriega del 39. No les quedaba otra que volver a sus cuarteles de invierno, a sus lujosas mansiones, a sus rancias sacristías y a sus ateneos caciquiles y conspiranoicos a la espera de tiempos mejores. Esos tiempos han llegado. La ola de trumpismo reaccionario les proporciona el viento necesario y el barco fascista navega viento en popa a toda vela. Por si fuera poco, el PSOE ha vuelto a pegarse un tiro en el pie y, tal como ya ocurrió durante el felipismo, le brotan los ladrones como setas. La consecuencia de la decadencia y la inmoralidad no es el deterioro de la izquierda, sino de la democracia misma (ellos nunca fueron auténticos demócratas, solo lobos con piel de cordero, infiltrados del régimen anterior, autoritarios travestidos de gentes tolerantes). Ya no necesitan del pacto del 78 entre las clases altas y las clases obreras. Retornan los viejos dogmas, Dios, patria y orden. Racismo, tradicionalismo, odio al diferente y a la mujer. Y ya sin complejos.

La operación de Estado contra el PSOE, que es solo el primer paso del derrocamiento de la democracia tal como la entendemos, ha sido impulsada desde diferentes ámbitos. También desde dentro del propio partido, donde los Felipe, Page, Lambán y otros han puesto su granito de arena para la implosión controlada. Los barones nunca le perdonaron a Pedro Sánchez su alianza con Pablo Iglesias. La podemización del PSOE, el giro a la izquierda, solo podía tener una consecuencia: la ruptura en dos del partido y su refundación tal como la concibió Felipe González, bien con las mismas siglas, manteniendo las esencias de un centrismo aguachirle, o con otras, eso es lo de menos. Hoy por hoy, del PSOE solo queda la “P” de partido y la “E” de español (de eso mucho a tenor de las declaraciones de algunos representantes de la vieja guardia). Lo de socialista y obrero ha pasado a la historia. Y no nos extrañaría nada que en el próximo congreso, ya con el emperador debidamente acuchillado y enterrado, adopten un nombre tan esotérico como insustancial, quizá algo parecido a Ciudadanos. El proyecto de los barones coincide con el de las élites reaccionarias y consiste en acabar con las alegrías pseudocomunistas y retornar a la senda de la moderación. El problema es que los focos de felipismo resistente no han caído en la cuenta de que ya no estamos en la Transición ni en Suresnes, y que la extrema derecha está más fuerte que nunca. Un PSOE light bajo en calorías marxistas está abocado a la extinción, a la temida pasokización. Unos votantes socialistas buscarán la solución a sus males en los nacionalismos periféricos, otros terminarán en la abstención o entregándose al PP por resentimiento, desencanto o cansancio. El famoso voto de castigo. Una tragedia. Un exitazo de la derecha y su “divide y vencerás”.  

El caso Koldo es un asunto de corrupción monumental que exige mano dura caiga quien caiga. Pero durante años la basura del PP llegó hasta el mismísimo despacho de Mariano Rajoy y el gallego no dimitió, ni se sometió a una cuestión de confianza, ni se planteó por un momento la convocatoria de elecciones anticipadas. No hubo la sensación de acoso y derribo que sufre hoy el PSOE. El señor de los hilillos aguantó, aferrado al bolso de Soraya, hasta que lo echaron democráticamente en una moción de censura. Hoy ya no rigen las mismas reglas de juego. Se trata de consumar el golpe a toda costa. “Ha muerto el discurso del lawfare”, dice Eduardo Marina criticando a sus compañeros demasiado radicalizados, podemizados y críticos con la Justicia de este país. No es cierto, amigo, lo que ha muerto es el PSOE. O mejor, entre todos lo mataron y él solo se murió.

Lo + leído