Ha nacido una estrella. En el país no se habla de otra cosa más que de la intervención del exalcalde de Valladolid, Óscar Puente, durante la sesión de investidura fallida de Feijóo. Desde los buenos tiempos de Alfonso Guerra (el de la Transición, no la caricatura de sí mismo en que se ha convertido) el PSOE estaba huérfano de un personaje respondón, indómito y salvajemente irreductible capaz de saltarse el protocolo de las buenas formas políticas y desmelenarse con las verdades del barquero para delirio de la parroquia. Hoy, el partido ha recuperado esa pieza fundamental que le faltaba.
Desde hace años, en el Partido Popular han estado soltando improperios de toda clase contra el presidente del Gobierno. Lo han acusado de casi todo, de traidor a la patria, de separatista bilduetarra, de golpista, de okupa, de masón, de abusar del Falcon y de haber matado a Kennedy. Ya estaba bien. Había que responder y el partido socialista lo ha hecho. Una cosa es ser demócrata y otra ser tonto.
Ayer, Feijóo subía a la tribuna de oradores del Congreso a defender su investidura fracasada de antemano que se acabó convirtiendo en una absurda moción de censura contra el actual inquilino de Moncloa. Para ello llevaba un guion perfectamente preparado con el que trataba de aparecer como el gran estadista que necesita España. Tras meses de menosprecios, descalificaciones, faltas de respeto, acusaciones de pucherazo, crueles exabruptos como el “Que te vote Txapote” (que valió una amarga queja de las víctimas del terrorismo) y llamamientos a desertar a los diputados del PSOE, Feijóo se cambiaba de traje y emergía como el gran conciliador.
El candidato pensaba que llevándole a Sánchez una carpeta con seis pactos de Estado ya había cumplido el expediente. Pero no. En el último momento, y en una hábil maniobra de trilero, el presidente del Gobierno en funciones le contraprogramó la sesión, delegó su turno de réplica en Óscar Puente y el aspirante a ser investido quedó completamente fuera de juego. Lo que se vivió después en el Congreso de los Diputados ya es historia de España. Puente no solo pasó completamente de las falsas propuestas de consenso de Feijóo y de su perfil más dialogante sino que a cambio, como respuesta, le soltó el chorreo del siglo. Para empezar, le dio toda una lección de cómo funciona la democracia, un sistema donde gobierna, no quien se alza con la victoria en las urnas, sino quien logra más apoyos en la investidura. “De ganador a ganador. ¿Por qué tiene usted mejor derecho a ser presidente del Gobierno que yo a ser alcalde de Valladolid? Explíquemelo a mí y al largo listado de alcaldes y alcaldesas socialistas que no lo son, a pesar de haber sido la lista más votada. Es por ello que su argumento es totalmente inconstitucional”, alegó. Para entonces, Feijóo tomaba notas en su cuaderno como si estuviese escribiendo El Quijote y una gota de sudor resbalaba por su frente. Le había salido un duro hueso de roer, la mañana se le había puesto cuesta arriba.
Puede decirse que la intervención de Puente fue mucho más que un ejercicio de sinceridad política. Sin duda, sentó en el diván a Feijóo y le aplicó una terapia de choque de necesario psicoanálisis, empezando por indagar en los males del PP y en las causas de que no gobierne pese a que obtuvo más votos que ninguna otra fuerza el 23J. Así, la corrupción sistemática, los sobresueldos, la guerra de Irak, el 11M (“la mayor mentira al pueblo, siguen sin pedir perdón”), la terrible deslealtad durante la pandemia (cuando los populares de Pablo Casado no hicieron más que poner palos en las ruedas para derrocar al Gobierno), la oposición contra el salario mínimo vital y los pactos con la extrema derecha, son factores, entre otros, que están, según Puente, en la raíz de la decadencia del principal partido conservador español. Además, entre andanada y gancho de izquierda, el portavoz socialista tuvo tiempo de afearle a su interlocutor su falta de liderazgo en el partido. “Usted no venía a mandar sino a obedecer a José María Aznar, a Isabel Díaz Ayuso y a algunas cabeceras de periódicos”. Touché.
Siendo sinceros, de no haber intervenido el exalcalde, la sesión de investidura de Feijóo hubiese devenido en un espectáculo soporífero, tedioso, atorrante y sin ningún interés para la ciudadanía, ya que el final de la película se conocía de antemano. Pura rutina, un vulgar mitin de campaña a mayor gloria del dirigente popular con el agravante de que se celebró, espuriamente, en una institución tan importante para la democracia como la sede de la soberanía nacional. Pero ahí estaba él para subir al escenario y ofrecer el rock duro necesario con las dosis de verdad que pedía el trascendental momento histórico que vivimos. Puso el dedo en la llaga, desenmascaró a unos cuantos hipócritas de la derechona, se comportó como un nuevo Jesucristo del languideciente socialismo español dispuesto a sacar del sagrado templo de la democracia, a latigazos dialécticos, a unos cuantos sepulcros blanqueados. Un soplo de aire fresco que da oxígeno y fuerza a esa izquierda que, aunque silenciosa, se siente constantemente humillada por la derecha más ultra. Si Sánchez tomó la decisión de lanzar a la arena a su delfín para terminar de humillar al derrotado Feijóo, para reservarse de cara a su turno de investidura o para no hablar de la amnistía no importa demasiado. Fue un golpe de efecto, un jaque mate de estrategia, y funcionó.
Prueba de que la jugada de Sánchez colocando a Puente en su lugar surtió efecto es que el candidato gallego terminó con la cara desencajada, quejándose de que la sesión se había convertido en el “club de la comedia” y pasando palabra. Apenas le dedicó cinco minutos a la réplica y tuvo que sentarse, recuperar el resuello, leer los análisis de los periódicos digitales de la caverna sobre lo que había ocurrido y pedirle a Cuca Gamarra que le buscara ideas urgentes para reaccionar ante el chaparrón que le había caído encima. Todo ello terminó por sacar de sus casillas a los prebostes de la bancada popular. La prosa castellana clara y directa del exedil vallisoletano, más su ironía corrosiva por momentos sarcástica, escoció y mucho a sus señorías de la bancada azul y algunos diputados perdieron los papeles por momentos, sobre todo cuando acabaron dando patadas en el suelo y profiriendo graves insultos contra el presidente al grito de “cobarde, cobarde”. En ese momento, la presidenta Armengol tuvo que llamar al orden y recordar aquello de que al Paramento se va a parlamentar, no a insultar, algo que por lo visto no tienen demasiado claro todos esos supuestos demócratas de la derecha gamberra.
Hoy la mayoría de los grandes popes de las tertulias televisivas de este país, todos ellos puristas partidarios de un bipartidismo sumiso y aguachirle, confiesan que no les gustó ni el tono ni las formas del exalcalde vallisoletano. Pero uno cree que por fin alguien dijo lo que millones de votantes de izquierdas de este país han deseado escuchar durante años. Ya estaba bien de tragar, de bajar la cabeza, de callar por miedo mientras la extrema derecha se despacha a gusto con sus injurias y calumnias. Puente nos hizo disfrutar delante del televisor, aunque solo fuese durante media hora. Mañana nos tocará seguir soportando a toda esta gente cainita sin educación ni cultura democrática. Pero que nos quiten lo bailao.