El papelón de la reina Sofía

La monarca cumple fiel y diligentemente con su papel institucional en medio de los escándalos sexuales de su marido

08 de Octubre de 2024
Actualizado a la 13:00h
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La reina Sofía cumple con su papeleón en un acto oficial.
La reina Sofía en un acto oficial.

“Como reina cumple y, encima, aguanta y no se va con otro”, dice Juan Carlos I en uno de sus audios de alcoba con Bárbara Rey aireados por OK Diario. Con eso está todo dicho sobre la amoralidad frívola con la que se ha manejado el emérito en su vida matrimonial. En medio del vendaval morboso, esa frase lapidaria, repulsiva, lo resume todo. Estamos ante un hombre que dice las mismas cosas del macho ibérico de siempre, el señoro franquista que se pasaba la vida en el bar, o por ahí, con sus queridas, de picos pardos, mientras la mujer quedaba en casa en sus labores. Ahora sabemos que el rey hizo la Transición a la democracia, pero quedó sin transicionar como esposo y como padre, o sea, anclado en el pasado, chapado a la antigua, rancio y reaccionario.

El modelo familiar franquista estuvo en boga en este país durante más de cuarenta años. Un modelo basado en un dogma siniestro que arruinó la vida y la felicidad de millones de mujeres: aguantar. En la España de Franco las mujeres aguantaban, como mulas de carga, todo lo que les echaran. Aguanta hija, le decía el cura, en el confesonario, a la esposa engañada por el marido; aguanta hija, le soltaba la suegra a la nuera cornuda para lavar los pecados del hijo. En la España franquista se trataba de aguantar, tal como dice el emérito de Sofía, y así estuvieron ellas, aguantando durante más de cuatro décadas que no fueron sino un secuestro colectivo. El régimen autoritario enterraba mujeres en vida, las recluía en la cárcel de la casa, reducidas a las tareas domésticas y la crianza de los hijos.

Desde 1975, la reina Sofía ha cumplido su papel de abnegada y fiel “aguantadora” profesional. Pudo haberse divorciado hace muchos años (desde el nacimiento de Felipe ya no había vida marital en esa pareja); pudo haber hecho las maletas para decirle ahí te quedas al impresentable emocional; pudo haber regresado a su hermosa Grecia, lejos de ese país de enloquecidas tribus cainitas siempre enfrentadas unas contra otras. Pero no, decidió mirar para otro lado, hacer la vista gorda, quedar como la ingenua que no se enteraba de nada aunque lo sabía todo, como tantas mujeres españolas del pasado siglo. Aguantó. De cuando en cuando le dolía más de la cuenta la punzada del desamor (la infidelidad del ser amado es un puñal siempre clavado en el corazón) y le preguntaba al bueno del consejero Sabino si era la misma amante que la llevaban a todas partes, o si es que había muchas, una para cada día de la semana y para cada viaje oficial. Se desconoce cuál era la respuesta del diligente Sabino, si actuaba como encubridor de las canitas al aire regias (contribuyendo a la ley de la manada machista) o realmente se mostraba sincero con la reina, contándole la descarnada verdad y dándole consuelo personal. En este segundo caso, le diría aquello de aguanta.    

Dicen las biógrafas de Sofía (las hay muchas y buenas) que si la reina ha llegado hasta aquí, sola en palacio y despreciada por su marido, ha sido por el bien de los hijos y del país. Esa sería la hipótesis de la buena madre, de la reina madre. También la hipótesis de la profesional de la realeza preparada desde niña para cumplir hasta el final con el rol medieval de princesita modélica (un cuento de hadas devenido en oscura pesadilla). Pero uno cree que lo que ha pasado aquí es que estábamos ante una mujer de otro tiempo, ante una mentalidad de antes, ante una esposa que no solo aguanta por la familia y por los hijos, sino que prefiere permanecer al lado del marido casquivano, mujeriego y banal ya para siempre. Una historia triste como la de tantas engañadas como ha habido en este país de burladores y donjuanes. Si él no hizo la necesaria evolución desde el franquismo machista hacia la democracia liberal, mucho más igualitaria y sincera, tampoco puede decirse que ella haya logrado romper ese yugo social, político y religioso. Así que ha tragado con todo. Por desgracia para este país, ninguno completó la transición hacia el feminismo y los sentimientos auténticos; ambos quedaron anclados en la hipocresía de la familia tradicional franquista.

Desde 1981 rige la ley de divorcio en este bendito país (por cierto, la derechona más dura votó en contra, mientras la caverna mediática y la Iglesia católica desplegaron una de sus habituales campañas feroces contra la necesaria ley de Fernández Ordóñez), así que la reina podría haber optado por romper el vínculo conyugal. O al menos, “un cese temporal de la convivencia”, como firmaron eufemísticamente los duques de Lugo. Así al menos podría haber respirado como una mujer libre fuera de la tóxica burbuja de Zarzuela, a salvo ya de las andanzas sexuales del picaflor, de las humillaciones de Bárbara y de los titulares amarillos de Inda. Pudo haber dado un portazo con un ahí te quedas. Por contra, Sofía ha optado por seguir interpretando hasta el final el guion de esposa ultrajada y madre sacrificada, el camino más duro, aunque quizá, políticamente, sea el más digno y loable de cara al juicio de la historia, sobre todo teniendo en cuenta cómo su traidor compañero ha arrastrado por el barro su nombre, el de su familia y el de la monarquía. Esa decisión, ir por el camino más torturante y doloroso, la honra en cierta manera. Una señora.

En cualquier caso, si ha optado voluntariamente por llevar la vida más desgraciada por el bien de otros –en este caso por el bien del país y de su hijo al que la corona empieza a pesarle más de la cuenta– o si lo ha hecho porque es una mujer de otro tiempo paralizada por su forma de entender el mundo y por sus ideas o creencias religiosas es algo que poco importa ya. Eligió quedarse entre nosotros, entre la ingobernable y atávica tribu española –de la que otros como Amadeo de Saboya salieron por piernas y echando pestes tras devolver la corona– para seguir cumpliendo hasta el final la misión que le encomendaron en su día (la nefasta y siniestra partitura de callada figurante, habría que decir). Ayer, sin ir más lejos, tuvo que acudir a un acto oficial, entre políticos y militarotes, en medio del último escándalo de bragueta del maridito. Qué papelón.

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