Un par de atentados más y Trump presidente

Dos extraños complots contra el candidato republicano pueden decantar la balanza de las elecciones a celebrar en noviembre en Estados Unidos

17 de Septiembre de 2024
Actualizado a las 12:43h
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Ryan Wesley ha sido detenido por un supuesto intento de atentado contra Trump.
Ryan Wesley ha sido detenido por un supuesto intento de atentado contra Trump.

Donald Trump se ha salvado de un nuevo atentado, el segundo en apenas dos meses, un hecho inusual en la historia de Estados Unidos. El gran gurú de la “bulocracia”, el gran fascista contemporáneo, el hombre maquiavélico acusado de 35 delitos capaz de soltar sin despeinarse que los inmigrantes de Springfield (el pueblo de los Simpson) se comen a las mascotas de las familias blancas, ha encontrado el filón: acusar a la izquierda woke de querer liquidarlo. Para bien o para mal, tras estos dos incidentes Trump tratará de aparecer como un superhéroe indestructible, casi de acero, y quizá remonte en las encuestas ahora que atravesaba por horas bajas.

No somos en esta columna de ponernos en plan conspiranoicos, pero ese afán por matar a Trump que le ha entrado de repente a algunos ciudadanos yanquis no es normal y pronto, de seguirse este ritmo de magnicidios, el candidato saldrá a un crimen por semana. El primer ataque fue una retransmisión televisada de gran impacto social en la siempre impresionable y sensiblera audiencia norteamericana; el de ayer huele un tanto a chamusquina, cuando no a montaje o a película repetida que ya hemos visto antes. Pero recapitulemos, tratando de arrojar algo de luz a estos extraños sucesos.

Recuérdese que el primer atentado ocurrió el pasado 13 de julio, durante un mitin en Pensilvania, donde un joven de veinte años armado con un rifle semiautomático comprado por su padre descerrajó ocho tiros contra el expresidente, uno de los cuales le alcanzó en una oreja (además mató a un espectador e hirió a otras dos personas). En aquella ocasión llamó poderosamente la atención que el homicida, Thomas Matthew Crooks, un chico aficionado al ajedrez víctima de un acoso brutal en la escuela y que votaba al Partido Republicano, pudiera moverse tan libremente, como Pedro por su casa y durante un largo rato, por los tejados cercanos al escenario en el que Trump daba su mitin. El lugar estaba infestado de policías, de agentes de paisano del FBI y de vigilantes de seguridad del propio candidato, de modo que hoy, dos meses después del atentado, nadie entiende cómo el sujeto pudo llegar tan cerca de su objetivo. Como también sorprendió aquella impactante fotografía para la historia del político neoyorquino levantándose del suelo entre un muro de guardaespaldas, puño en alto bajo la bandera con las barras y estrellas, rostro ensangrentado y gritando fight, fight, fight (“luchen, luchen, luchen”). La imagen captada por el fotógrafo Evan Vucci fue impecable, preciosa, la instantánea soñada por cualquier líder demagógico-populista, y ni hecha a propósito para un cartel de propaganda política, un spot en la Fox o un lanzamiento de camisetas personalizadas. Un posado publicitario que ni aquellos de Anita Obregón en las tórridas playas españolas. No obstante, y aunque hubo aspectos sospechosos, parece descartado que se tratara de un atentado de falsa bandera. 

Cuestión diferente es lo que ocurrió ayer, cuando otro supuesto perturbado intentó abatir a Trump por segunda vez este verano. En este caso el atentado se produjo, no ya en un acto público, sino mientras el millonario del tupé dorado jugaba al golf en un lugar tranquilo, apartado y alejado de las cámaras. El sitio idóneo para una performance de la que no queden pruebas ni testimonio visual. De hecho, a esta hora no se ha filtrado imagen alguna del incidente, lo cual resulta cuando menos extraño, ya que hoy por hoy no sucede nada importante en el mundo sin que alguien lo registre con su teléfono móvil para sacarle un dinerillo en Youtube. Eso sí, esta vez el perfil del magnicida era bastante más creíble y serio, Ryan Wesley, un hombre rudo con antecedentes penales, condenado por posesión de armas y obsesionado con pelear en Ucrania. Contribuye a darle credibilidad al presunto asesino el hecho de que el tipo sea un exvotante rebotado de Trump, uno de esos que primero lo adoran y después lo odian, mayormente cuando tienen que operarse de un riñón y les sacan un ojo de la cara en el hospital privatizado. En Norteamérica cada vez hay más desencantados de esa estirpe MAGA trumpista.  

Poco más se sabe de este misterioso tirador, más que era muy activo en redes sociales, como muchos de esos escopeteros amantes del AK-47 que un buen día pierden definitivamente la chaveta y la emprenden a balazos contra el presidente de turno. Sin embargo, una vez más, las sombras de sospecha y preguntas sin respuesta vuelven a rodear a un magnicidio/chapuza, sobre todo cómo puede ocurrir que alguien se acerque tanto a uno de los hombres mejor protegidos del planeta. Pero hay más interrogantes sin despejar, uno de ellos cómo demonios puede tener acceso alguien a la agenda privada del día siguiente de Trump o cómo puede colarse en el campo de golf para abatir al millonario mientras este emboca fatuamente en el hoyo. Nada tiene sentido, todo se antoja de lo más surrealista, de modo que no debemos descartar que estemos ante un suceso con connotaciones extrañas, con información secreta que aún no ha salido a la luz pública (probablemente, nunca salga). En USA cualquier cosa puede ocurrir, incluso programar cerebros de americanos unineuronales (los hay a porrillo) para manipularlos y hacer lo que se quiera con ellos. Eso lo sabemos por el experimento MK Ultra, un programa de la CIA sobre control mental de futuros asesinos que ha funcionado siempre. Curiosamente, los manipulados que matan presidentes demócratas no yerran nunca (véase Kennedy, al que volaron la tapa de los sesos con una precisión milimétrica) mientras los que apuntan contra los republicanos fallan como escopetas de feria. Así es Yanquilandia, una sociedad clasista hasta para el magnicidio.

Tras su debate cara a cara contra Kamala Harris, en el que el candidato republicano hizo el ridículo mundial con el bulo de los inmigrantes de Ohio que se comen a los gatos, la aspirante demócrata sucesora de Joe Biden le había sacado cinco puntos a su contrincante, así que las elecciones parecían claramente decantadas. Quienes tratan a diario con Trump cuentan que el magnate estaba más enojado y rabioso que nunca y dispuesto a todo. Ahora, tras la nueva presunta intentona de darle matarile, esa diferencia demoscópica se reducirá con total seguridad, estrechándose la distancia entre uno y otro. Demasiados atentados para la campaña electoral de un solo hombre, teniendo en cuenta que estamos hablando de un tramposo profesional como Donald Trump (capaz de todo para mantener su aforamiento y escapar de la cárcel de Sing Sing). Un par de complots más y a la Casa Blanca.

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