Por qué muchos jóvenes odian el feminismo y votan ultra: la rabia masculina que decide elecciones

Del proveedor al perdedor: la ultraderecha capitaliza la frustración masculina

14 de Abril de 2025
Actualizado el 15 de abril
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Por qué muchos jóvenes odian el feminismo y votan ultra: la rabia masculina que decide elecciones

La brecha ideológica entre jóvenes hombres y mujeres crece en Europa. Mientras ellas avanzan en educación y empleo, muchos varones se sienten desplazados y encuentran en la extrema derecha un refugio ante su declive económico.

La nueva grieta: no es solo generacional, es de género

En los últimos años, el auge de los partidos de ultraderecha en Europa ha tenido un público especialmente fiel: los hombres jóvenes. En países como España, Portugal o Eslovenia, por cada chica menor de 25 que vota a opciones ultras, lo hacen entre 4 y 6 chicos. Esta disparidad no es casual. Varios informes, como el del European Policy Centre elaborado por Javier Carbonell, apuntan a una explicación económica y estructural: muchos jóvenes varones sienten que han perdido su sitio en la sociedad.

Del privilegio al estancamiento

Durante décadas, el rol del hombre proveedor fue un ideal asociado al éxito. Sin embargo, los cambios económicos recientes han desmontado esta idea. La automatización, la globalización y la precariedad laboral han golpeado especialmente a los hombres sin formación universitaria, que antes ocupaban oficios estables hoy en declive. El resultado es una creciente frustración: ya no pueden alcanzar la independencia económica que definía su identidad.

Mientras tanto, las mujeres jóvenes no solo han mejorado en educación, sino que también empiezan a igualar (e incluso superar) en ingresos a sus compañeros. En España, la brecha salarial entre hombres y mujeres menores de 25 años ha caído del 7,3% en 2013 a apenas el 0,4% en 2023. En otros países como Bélgica o Francia, ya es favorable a las mujeres.

Una masculinidad en crisis

La frustración no solo es económica. La identidad masculina también está en crisis. Muchos jóvenes se sienten fuera de lugar en un mundo donde ya no se les reconoce automáticamente un estatus superior. Las redes sociales y ciertos espacios digitales, como la "manosfera", alimentan esa sensación con discursos que culpan al feminismo del declive masculino. La narrativa es simple y efectiva: si te va mal, es porque ellas han tomado tu sitio.

Este discurso evita analizar las causas reales del malestar, como la precariedad laboral o el precio de la vivienda, y ofrece una solución emocional: recuperar la masculinidad tradicional. Así, la extrema derecha no solo promete restaurar un orden económico, sino también simbólico.

La reacción de la democracia

Frente a este fenómeno, las fuerzas democráticas han reaccionado con lentitud. Han defendido la igualdad, sí, pero sin ofrecer a los jóvenes hombres una visión atractiva de lo que significa ser hombre hoy. Mientras tanto, los partidos de ultraderecha les ofrecen una identidad clara y reconocible, aunque basada en privilegios caducos.

El reto es doble: por un lado, abordar las condiciones materiales que generan malestar (empleo, vivienda, educación); por otro, construir un nuevo relato masculino que no se base en la superioridad, sino en la igualdad y la corresponsabilidad.

La polarización ideológica por género no solo afecta al debate social, sino también a la democracia. Diversos estudios muestran que los jóvenes hombres que apoyan a la ultraderecha tienen menor apego a los valores democráticos. En países como Polonia, Italia o Francia, solo una minoría de los varones de entre 18 y 29 años declara confiar en la democracia como sistema.

Si no se abordan las causas estructurales de esta radicalización, podría consolidarse una generación de hombres alienados, resentidos y predispuestos a votar contra los derechos de las mujeres, de las personas migrantes y del colectivo LGTBIQ+.

La identidad machista

La seducción de la ultraderecha entre los jóvenes varones no se explica solo por la "batalla cultural". Tiene raíces económicas profundas y también un componente emocional ligado a la identidad. Para frenar esta deriva, hay que ir más allá del rechazo al machismo: hay que escuchar, comprender y proponer alternativas reales.

Porque sin una juventud masculina integrada, empoderada y comprometida con la igualdad, el proyecto democrático está en riesgo.

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