Reventaron España y van a reventar Europa

27 de Abril de 2023
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Juanma Moreno Bonilla se nos ha vuelto euroescéptico. Así, de la noche a la mañana, en un abrir y cerrar de ojos. Es lo que tiene andar de francachelas con la extrema derecha. Que todo lo malo se pega: el sectarismo, el negacionismo, el patriotismo exaltado, la demagogia antisistema, el trumpismo y la alergia a todo lo que venga de Bruselas.

En los últimos días, el Gobierno andaluz ha recibido un duro varapalo del comisario de Medio Ambiente, Virginijus Sinkevicius, ese hombre con apellido de estrella del baloncesto que le ha recordado al bueno de Juanma que su proposición de ley para legalizar regadíos en el parque natural de Doñana es poco menos que un atentado ecológico. Cualquier gobernante sensato y respetuoso con el ordenamiento jurídico en vigor habría reconocido el error, habría dado marcha atrás en su descabellado proyecto de implantar cultivos donde ya no queda agua para regarlos y habría buscado posibles soluciones y alternativas. Pero no. Al contrario, Moreno Bonilla ha declarado la guerra a la Comisión Europea rompiendo las reglas del juego y demostrando que no era ese político moderado y razonable que nos habían vendido, sino que, por lo que se está viendo, llevaba dentro a un ultra dispuesto a declararse en rebeldía ante las directivas y órdenes comunitarias.

Tal como era de esperar, y para completar el desastre, la plana mayor del PP español, y también el europeo, se ha posicionado, como un solo hombre e incondicionalmente, codo con codo con el presidente andaluz. Así que todos los populares, los de aquí y los del otro lado de los Pirineos, se han echado ya al monte, abriendo la veda contra el pobre Sinkevicius, que no hace otra cosa que preservar el maltrecho paraíso andaluz y mirar por las cigüeñas, garzas y abejarucos, en peligro de extinción por los regadíos indiscriminados y la sequía. La campaña de linchamiento de la derecha contra el comisario está siendo cruenta, encarnizada, feroz y sin piedad. El líder del Partido Popular europeo, Manfred Weber, lo acusa de enfundarse una camiseta roja para “hacerle la campaña electoral” al Gobierno de Sánchez. Al mismo tiempo, González Pons, en otra ocurrencia formidable, espeta que la carta de advertencia de un comisario de Bruselas “no es Bruselas”. Y los eurodiputados Dolors Montserrat y Juan Ignacio Zoido han salido del cementerio de viejas glorias del partido para atornillar también, a conciencia, al perplejo funcionario comunitario, que se defiende alegando que él solo trata de que España cumpla la sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea de 2021 sobre respeto al medio ambiente. El pobre comisario, un hombre civilizado e ilustrado que trabaja con denuedo para salvar lo poco que le queda ya de naturaleza al viejo continente, no sale de su asombro y empieza a saber de buena tinta cómo se las gastan esas gentes reaccionarias de las derechas ibéricas que han estado jodiendo España durante siglos y que no dudarían en reventar también la UE si con ello cosecharan un puñado de votos entre el lobby de freseros y regantes de Doñana.

Los europeos progresistas empiezan a comprender, en toda su dimensión, lo que era el mito de las dos Españas, una enfermedad secular que empieza a propagarse ahora, internacionalmente, dando lugar a las dos Europas. Sinkevicius, en sus tiempos mozos allá en Lituania, sin duda había leído algo sobre esa extraña maldición milenaria que había caído sobre los españoles, una historia que habla de una casta privilegiada, taurina, autoritaria, clerical, medievalista y profundamente reaccionaria que cree que el país le pertenece por derecho divino, que considera al adversario de izquierdas un traidor y un enemigo de la patria y que siempre estará dispuesta a montar una conjura o alzamiento, rompiendo la baraja si es preciso, si no son ellos los que ostentan el poder. Todo eso ya lo cuenta el hispanista Hugh Thomas en su fundamental La Guerra Civil Española. En efecto, el domingo 10 de mayo de 1931, ni un mes después de la proclamación de la Segunda República y tras la publicación de una incendiaria pastoral del cardenal Segura, un grupo de oficiales y aristócratas se reunió en un piso de la calle Alcalá de Madrid para fundar el Club Monárquico Independiente. Objetivo: restaurar la dinastía borbónica. En un momento del complot, los conjurados cogieron un gramófono y pusieron la Marcha Real a todo volumen, en plan provocar, lo cual desembocó en una serie de graves disturbios y altercados, entre ellos el incendio de la sede del periódico ABCy de la iglesia de los jesuitas en la calle de la Flor. “La luna de miel de la República había terminado”, concluye el gran historiador británico. O dicho de otra manera: en este país la democracia dura lo que tarda la derecha española en que se le hinchen las criadillas.

Lo hemos dicho aquí otras veces: la gran tragedia española consiste en que tenemos que sufrir, por los siglos de los siglos, una derecha sin referentes históricos democráticos que sigue vinculada emocionalmente al franquismo. Unas élites políticas, aristocráticas, financieras y militares que se declaran insumisas con la ley, rebeldes e intolerantes cuando es la izquierda la que gobierna. Hasta ahora, Europa se había mantenido a salvo de esa terrible gripe española antidemocrática, ya que por aquellas latitudes la derecha siempre había sido mucho más razonable, civilizada y cuerda. Ahora el mal del cainismo español empieza a contagiarse también fuera de nuestras fronteras. Al comisario Sinkevicius le acaban de colgar el sambenito de rojo, bolchevique y renegado. Solo les ha faltado tildarlo de masón, como hacía Franco. Lo tiene claro el hombre. Cuando leía en los libros de historia que esa panda trabucaire y montaraz impidió construir una España en libertad probablemente no se imaginaba que con ellos en Bruselas también sería imposible construir una Europa más justa y solidaria.

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