La imagen de un Pedro Sánchez con rostro fúnebre, sombrío y derrotado pidiendo “perdón y disculpas” a los españoles por el caso Koldo quedará para la historia. A simple vista parecía hablar el hombre sincero y deprimido que acababa de cortarle la cabeza a un amigo, en este caso a Santos Cerdán. Pero lo único cierto es que muchos ciudadanos, y no solo los votantes de derechas que lo odian de manera visceral, han empezado a desconfiar de él. Y no es para menos. Una trama de cobro de mordidas y comisiones en el corazón mismo del PSOE, en el despacho de al lado del jefe, no es ninguna tontería. Lo último que se ha sabido de los audios de la UCO es que los empresarios de las contratas andaban preocupados por que la banda de Koldo los dejara fuera de “la ganadería”. ¿Qué significa esa frase inquietante? La UCO la interpreta como un indicio más de la posible financiación irregular del PSOE. Lo que nos lleva a pensar que la sangría para Ferraz, el calvario, no ha hecho más que comenzar.
Mientras los agentes siguen tirando del hilo de las adjudicaciones irregulares en todo el país, Cerdán se pierde del mapa y Ábalos se encierra en su casa con la persiana bajada, como un recién divorciado de bajón entre cascos de cervezas y camisetas sudadas. Hace tiempo que Jésica ya no le llama. Extraña que alguien con un buen sueldo de diputado se lo haya fundido todo en tan poco tiempo: el dinero y la reputación. En el famoso audio de la Benemérita le dice a su asesor Koldo que está “sin un puto duro”, solo con cincuenta euros que los está estirando “que te cagas”. Otra epidemia de toxicomanía severa nos asola, vuelven los yonquis del dinero, como cuando los peores años de la Gürtel.
En el PSOE no dan crédito a lo que están viendo. Gente respetable con ideales, incluso con innegables valores socialistas, refocilándose en el barro de la corrupción, degradados a lo peor de la condición humana. “No me reconozco en esos audios”, implora Santos Cerdán antes de entregarle a Sánchez el carné y el acta de diputado. Las lágrimas de María Chivite, presidenta de Navarra, resume a la perfección el trauma de la familia socialista. “El informe policial no se corresponde con la persona con la que he compartido mi carrera política”, afirma entre sollozos. Así es el mal de la corrupción, un cáncer del alma que convierte a la gente en monstruos irreconocibles para sus amigos y familiares más queridos. El origen de todos los males es la codicia, decía André Maurois.
La estrategia de Sánchez consistente en sacar a las manzanas podridas del cesto y en pedir perdón al pueblo, que asiste atónito al espectáculo, no convence a un amplio sector del PSOE. Muchos creen que aferrarse al poder y esperar a que escampe esta dana de inmundicia moral solo servirá para engordar antes de morir. Otros le piden que se replantee la hoja de ruta, que sopese someterse a una cuestión de confianza e incluso que disuelva el Parlamento para poner urnas cuanto antes. Todo ello mientras Felipe González arroja más leña al fuego, da plantón a los actos por el cuarenta aniversario de la adhesión a la UE y suelta que su candidato favorito siempre fue Edu Madina. Otra palada más de tierra para Sánchez.
El presidente del Gobierno está viviendo horas agónicas, decisivas no solo para su futuro político sino para el futuro de la izquierda y del país. Por la noche, las luces de Moncloa siguen encendidas. Hay reuniones urgentes, desesperadas llamadas telefónicas, largas horas de café e insomnio. Y así va a ser durante las próximas semanas. Un país al borde de la histeria colectiva. Con la caverna mediática filtrando cada párrafo del sumario, con el acorazado del Supremo a toda máquina para acabar con los restos del sanchismo y las hordas fascistas golpeando las puertas de Ferraz, resulta difícil pensar que este Gobierno pueda agotar la legislatura y llegar hasta el año 2027, tal como se ha propuesto el propio Sánchez.
La imagen que dio ayer el dirigente socialista era la de la viva derrota, la de alguien que aún no ha superado la fase de duelo. Como si el final de esta película ya estuviese escrito de antemano. Primero pedir disculpas a los españoles, después, pasados unos días, entregar la cuchara. Mientras tanto, el runrún en los socios de coalición crece por momentos. En Sumar hay voces que exigen a Yolanda Díaz la ruptura con el Ejecutivo de coalición; Mónica García maldice a los Santos Cerdanes de la vida que corrompen la democracia; los de Esquerra, que presumen de virginales incorruptos, no han superado aún las arcadas; y Puigdemont espera el momento oportuno para darle el golpe de gracia al Gobierno y volver a la matraca del procés. Sin embargo, el asco que sienten por el caso Koldo es mucho menos intenso que la amenaza de un Gobierno PP/Vox. Por ahí tiene el patio controlado el presidente.
Sánchez agarrado a su manual de resistencia mientras el incendio avanza. Esa es la imagen que tenemos a esta hora. ¿Cuánto tiempo más podrá resistir? ¿Un día, una semana, un mes? Koldo guarda otro arsenal de audios secretos a buen recaudo del que puede salir cualquier cosa (menos mal que era el tonto del partido, el manso lacayo, el chico de los recados, el jardinero fiel, el chófer y matón que apartaba a las moscas incómodas). Los fieles animan al César para que siga, para que no tire la toalla y pruebe a sacar uno de sus conejos de la chistera. No le queda ninguno, se agotan los trucos de magia. Nada puede salvarlo, ni siquiera un nuevo giro a la política social para rearmar a la izquierda. La tropa tiene la moral por los suelos. Si esto no es el epílogo, el triste final del sanchismo, se parece bastante.