No lo tenía fácil Alberto Núñez Feijóo para salir airoso del debate cara a cara con Pedro Sánchez en Atresmedia. Venía de semanas nefastas, con errores de bulto y con una serie de pactos infames con la extrema derecha de Vox que han colocado a toreros, negacionistas climáticos y machistas en gobiernos y ayuntamientos. Sin embargo, anoche interpretó a la perfección el papel que le había tocado jugar. Incluso, por momentos, consiguió que sus mentiras pasaran por verdades. Por emplear un símil futbolístico, supo leer el partido mejor que su rival y contra todo pronóstico sorprendió al presidente del Gobierno quien, dicho sea de paso, suele merendarse al jefe de la oposición cada semana en el Senado.
¿Qué le pasó al presidente del Gobierno en el decisivo cuerpo a cuerpo? ¿Por qué transmitió la imagen de un hombre tenso y sudoroso que interrumpía constantemente a su interlocutor, exasperando también a los espectadores? Habrá que estudiar su transformación en negativo. Quizá el formato entrevista se le da mejor que el póker con un tahúr como Feijóo, que sin duda llevaba la lección bien aprendida. El líder socialista venía de una road movie triunfal por los platós de las televisiones y radios hostiles, donde se había impuesto claramente a los gurús de la prensa conservadora como Pablo Motos, Ana Rosa Quintana o Alsina. Se le había visto fresco, desenvuelto, auténtico. Y ese buen trabajo se reflejaba en las encuestas, en las que el PSOE venía pisando fuerte por detrás, recortando puntos al PP, incluso haciendo creer a la izquierda en la posibilidad de remontada. El espejismo empezó a diluirse a poco que comenzó el debate.
Entró fuerte el líder popular abriendo fuego con el bloque de la economía, curiosamente la sección en la que Sánchez podía sacar más pecho de la buena tarea de los últimos cuatro años. El secretario general del PSOE hizo balance de una gestión positiva con sus 21 millones de empleados (la mejor cifra de la historia), el control de la inflación, los ERTE y el crecimiento económico de España. Sin embargo, sorprendentemente, Feijóo, que mantuvo el tipo en todo momento y no se descompuso pese a que le tocaba interpretar el rol de tramposo, consiguió enfriar la euforia del jefe del Ejecutivo. Y lo hizo recurriendo a cuatro ases que tenía guardados en la manga, como criticar que el Gobierno haya disparado la deuda pública (acusándolo de manirroto), denunciar que España ha comprado más gas ruso que nunca, airear un supuesto plan de Sánchez para cobrar peajes en las autovías y colocar el bulo de que las estadísticas del paro están maquilladas con las cifras de los fijos discontinuos. Incluso se colgó la medalla del fortalecimiento de las pensiones, cuando fue el Partido Popular quien votó en contra de la revalorización según el IPC. Muchas de estas acusaciones no eran ciertas, pero colaron como verdades porque, justo es reconocerlo, Sánchez no tuvo cintura ni aplomo para responder con templanza y fineza. Con cuatro topicazos económicos, Feijóo había logrado desactivar el discurso de su rival, que paradójicamente tenía más razón que él. Mientras iban pasando los diferentes asuntos, el presidente popular no perdía la oportunidad de incluir un “pero déjeme hablar” con cara de desesperado, un truco vulgar al que recurrió en numerosas ocasiones, dejando a Sánchez como un jugador marrullero y poco educado.
Y en esas llegó el bloque de política social e igualdad, un balón de oxígeno para Sánchez. El presidente, que había tardado en entrar en calor, asumió el error jurídico de la ley del solo sí es sí (lo cual le honrará siempre), pero recordó que una cosa es equivocarse y otra pactar “a sabiendas” con los machistas de Vox. Fue enumerando los recortes en derechos de los gobiernos regionales y municipales bifachitos (censura a obras de arte, abolición de concejalías de igualdad, claudicación ante los negacionistas de la violencia de género, retirada de banderas LGTBI) y por fin apareció el estadista y el ideólogo de la izquierda. No obstante, Feijóo volvió a colocar sus embustes con la destreza de un ajedrecista, como cuando afirmó que Podemos no firmó el pacto de Estado contra la violencia machista mientras que Vox sí, una mentira como una catedral, ya que fue justamente al contrario. De nuevo, el tahúr de las Rías gallegas deslizó el bulo con maestría. En ese punto, Sánchez contraatacó denunciando que el PP haya cambiado “principios por votos” en su claudicación ante la extrema derecha, pero Vicente Vallés, como ese árbitro de boxeo que detiene la cuenta atrás para darle aire al púgil contra las cuerdas, cortó por lo sano y pasó a otro bloque.
Entre zancadillas, interrupciones, ruido y patadas en la espinilla entre ambos interlocutores se alcanzó el punto álgido de la velada, cuando Feijóo se sacó un contrato de la manga (el de respeto a la lista más votada el 23J) y lo plantó encima de la mesa para que Sánchez lo firmara allí mismo. Fue como ponerle delante, al presidente, la hoja de rendición. “Hagamos ese acuerdo”, insistió una y otra vez. “Hable con el señor Vara y Ayuso”, se defendió Sánchez afeándole a su oponente su doble rasero en Extremadura y Madrid. Entretanto, el candidato popular se permitía hacer guiños al votante pepesoísta (ese que vota PP o PSOE, depende) y ofrecía educación infantil gratis y respeto a la bandera gay. Había aparecido el Feijóo socialdemócrata y atrapalotodo.
Pero faltaba la traca final del jefe de la oposición: la cacareada defensa de la unidad de España. Cuando Sánchez le presionó para que confesara si piensa gobernar con Abascal, el popular se revolvió con colmillo retorcido: “Hoy se cumplen 26 años del secuestro de Miguel Ángel Blanco. Lo que sí haré será no pactar con quienes apuntaron y dispararon”. Y de paso prometió criminalizar los referéndums ilegales, reformar los delitos de sedición y malversación y acabar con los indultos. Ahí se disparó el patrioterismo inflamado de medio país hooliganizado, así que touché. Ya crecido y sin complejos, seguro de que el viento del debate soplaba a su favor, Feijóo se permitió calificar la Ley de Memoria de “vergüenza” (una auténtica infamia democrática), ofreció reforma electoral para dejar fuera de las listas a los batasunos condenados e incluso mostró su lado más cínico al asegurar que “yo nunca le he llamado filoetarra a usted” (mentira, lo viene sugiriendo sin pudor desde hace años).
A Sánchez, consciente de que estaba perdiendo el partido ante un ilusionista socarrón con las cartas marcadas, le quedaba la última bala de los sobresueldos no aclarados y cuando pidió a Feijóo que hablara de sus complementos extra y el gallego empezaba su alegato con un resignado “ya sabía yo…”, una vez más el eficaz Vallés cambió de tercio, echando un capote al líder conservador. Ya desatado y repantigado en la silla, el dirigente popular se puso en modo sarcástico defendiendo al pueblo saharaui (¿qué le importará a él ese asunto?), reprochó a Sánchez que tenga colocado “a un Tezanos en cada institución” y le afloró el Aznar que lleva dentro con un “usted no es creíble ni fiable”. Solo le faltó soltarle aquello de “váyase, señor Sánchez”.
En resumen, Feijóo firmó un debate impecable pese a las mentiras y ni siquiera incurrió en alguno de sus habituales lapsus o jaimitadas. A la salida, los suyos lo jalearon al grito de “presidente, presidente”, como si hubiese ganado ya las elecciones. Cuesta creerlo, pero tiene media Moncloa en el bolsillo.