Sánchez tiene una flor

16 de Noviembre de 2023
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No hubo sorpresas. Pedro Sánchez será presidente del Gobierno revalidando el cargo otros cuatro años. Más allá de cómo el premier socialista haya conseguido los votos que le faltaban es indudable que supone una notable victoria de la izquierda, del PSOE y del sanchismo. La imagen de los diputados del Partido Popular abandonando el hemiciclo, cabizbajos y derrotados, mientras la bancada progresista seguía aplaudiendo al investido entre aclamaciones y vítores de “presidente presidente”, lo dice todo. El PP sufre un correctivo importante, no solo en las formas, sino en el fondo. Feijóo vendió la piel del oso antes de cazarlo, se vio en Moncloa antes de tiempo, y ha pagado caro su exceso de confianza. Su propuesta de derogar el sanchismo no llegó a calar en la mayoría de los ciudadanos y, aunque ganó las elecciones del 23J, siempre ha estado lejos del poder. Esto ha ocurrido principalmente por dos motivos: porque los españoles han sentido miedo ante los infames pactos del PP con Vox y porque los populares, en su soledad con la extrema derecha, se han visto incapaces de tejer acuerdos con otras fuerzas políticas a la hora de conformar un gobierno.

Ayer, en la primera sesión de investidura, se vio el rostro completo de Santiago Abascal: un hombre agresivo que no respeta las reglas del juego democrático; un señor atrabiliario fuera de sí que se salta las más elementales normas de educación y convivencia; un inadaptado echado al monte que va destilando rabia y bilis por los rincones del Congreso de los Diputados. Su comparación de Pedro Sánchez con Adolf Hitler fue no solo un insulto a la inteligencia, sino una soberana imbecilidad. Cualquiera con un mínimo de sentido del ridículo se hubiese ruborizado tras soltar semejante gilipollez. Y con ese personaje al que todos pagamos un sueldo para que monte su circo de payasos trumpistas está gobernando Feijóo, en coalición, en no pocas regiones y ayuntamientos del país. Si no es para que los prebostes de Génova se lo hagan mirar es que están más desnortados de lo que parece desde fuera.

Hoy, Patxi López, portavoz socialista, se lo ha explicado muy claramente al gallego conservador que llegó a Madrid, con la vitola de ganador y moderado, para sustituir al defenestrado Pablo Casado: “No sigan alimentando a la bestia, porque acabará devorándoles”. Magnífico, por cierto, el alegato del dirigente vasco socialista, un discurso plagado de valores democráticos para enmarcar y colgar en las paredes de todas las casas del pueblo hoy asaltadas por los bárbaros neonazis.

Vienen tiempos difíciles para el país y también para el Gobierno que empieza hoy su tortuosa andadura. A nadie se le escapa que Sánchez estará en Moncloa el tiempo que quieran Carles Puigdemont y el resto de formaciones independentistas. El nuevo Consejo de Ministros nace pues hipotecado. Pero conviene no subestimar a Sánchez, un superviviente que, como uno de esos microorganismos extremófilos de las regiones más hostiles del planeta, es capaz de mantenerse con vida en el ambiente más ácido, corrosivo y destructor. Tras semanas en las que su imagen pública se ha visto seriamente erosionada (no solo por la cruenta ofensiva ultra, sino también por las críticas de los barones felipistas de su partido), la investidura lo reforzará sin duda. A un perdedor no lo quiere nadie; todos se suben al carro del ganador. Así que, una vez amortizada la amnistía, es más que probable que en pocas semanas veamos cómo el PSOE remonta en las encuestas.

La optimista y eficiente Yolanda Díaz ya se encargó ayer de esbozar, en la tribuna de oradores de las Cortes, el ambicioso programa de medidas sociales que tiene preparado el nuevo Gobierno de coalición. Y dentro de unos meses, cuando la maquinaria mediática y propagandística de Moncloa empiece a divulgar las reformas acometidas para mejorar las condiciones de vida de las clases más humildes (la subida de salarios, la reforma del Estatuto de los Trabajadores todavía teñido de franquismo, el impuesto a las grandes fortunas, la agenda verde y el bono transporte gratis, entre otras muchas iniciativas) nadie se acordará ya de los amargos días que nos han tocado vivir este convulso mes de noviembre. Las protestas friquis de los cayetanos quedarán atrás; los nazis (una inmensa minoría, no lo olvidemos) volverán a sus cuevas y cuarteles de invierno; y el PP empezará a maquinar otro montaje mediático contra la izquierda a la vista de que la matraca de la amnistía ya no da más de sí. Feijóo, un político sin programa que lo fía todo a la defensa de la unidad de España, cree que Europa le dará la razón y tirará para atrás la polémica medida de gracia. Una quimera. Esa ley irá a misa y estará en vigor más pronto que tarde.

Una nueva legislatura progresista se abre paso. Es un buen día, sin duda, para los demócratas de bien. La alternativa, un Feijóo en Moncloa y un Santiago Abascal en la vicepresidencia repartiendo leña al inmigrante, censurando obras de arte y reprimiendo catalanes, era un panorama demasiado tétrico para este país. Nos hemos salvado de una buena, como suele decirse, quizá gracias a la flor de Sánchez, un líder con siete vidas que siempre sale airoso en los momentos más críticos y delicados (el lanzamiento triple a canasta en el último segundo, sobre la bocina y con WalterTavares taponando del que habla Aitor Esteban).

Hay tiempo para seguir profundizando en políticas sociales y tratar de reparar el roto que Mariano Rajoy causó al Estado de bienestar en lo peor de la crisis. Tiempo para seguir reconstruyendo la Sanidad, la Educación, el mercado laboral desregularizado que sufren millones de trabajadores en precario de este país. La historia le ha dado a Sánchez una segunda oportunidad para corregir lo que se hizo mal en la primera legislatura, para recuperar lo que se aparcó y lo que no se hizo por falta de audacia. La socialdemocracia que nos promete Sánchez debe ser fuerte y real, una herramienta política potente cuyos efectos se dejen sentir en la calidad de vida de las clases obreras, no una impostura como en los peores años del felipismo. Ya ha empezado a correr el reloj. Y si no se hacen las cosas bien, veremos a Abascal de ministro de algo en 2027 o mucho antes si el nuevo Ejecutivo cae por cualquier causa. Esa distopía del ultra rabioso devolviéndonos al franquismo no queda tan lejos.

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