"Sí, bwana", pero en catalán

El traspaso a la Generalitat de competencias migratorias, incluida la obligación del catalán a los extranjeros, se contradice con el discurso de Pedro Sánchez sobre los derechos humanos

06 de Marzo de 2025
Actualizado el 08 de marzo
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Sánchez y Puigdemont cierran el pacto migratorio con obligación del uso del catalán para obtener permiso de residencia.
Sánchez y Puigdemont cierran el pacto migratorio con obligación del uso del catalán para obtener permiso de residencia.

Desde hoy, tras el infame pacto Sánchez/Puigdemont sobre el traspaso de las competencias de Extranjería, al inmigrante no solo se le va a valorar la camiseta del Barça (la segunda piel que muchos de ellos llevan puesta siempre, desde que salen de sus países de origen), también el certificado oficial de catalanidad. Ya lleguen de Nador, Lagos o Tombuctú, todos ellos van a tener que hablar con un correctísimo acento catalán si quieren seguir en los Països, o sea bona tarda, pan tumaca, sopar, si us plau y en ese plan. Aunque, bien mirado, la expresión que quizá más van a tener que escuchar sea al carrer, en concreto cada vez que el patrón de la burguesía de Canaletas les endose el finiquito en precario para ponerlos de patitas en la calle.  

Las masas empobrecidas y traumatizadas del Tercer Mundo, las mareas humanas de la globalización pobre y colonial, llaman a las puertas de Europa tras jugarse la vida a lomos del toro mecánico de la patera. Recalan en nuestras costas con lo puesto, con una mochila, con una foto de su aldea y, a partir de ahora, también con el obligatorio papelajo entre los dientes que les exige Carles Puigdemont. No solo van a tener que demostrar que son los sumisos esclavos de siempre, el buen negro que obedece al amo blanco, sino también su pedigrí político, es decir, el carné de Junts

Mucho se está hablando estos días de ese polémico pacto migratorio mediante el cual Pedro Sánchez cede competencias a la Generalitat de Cataluña, que a partir de ahora podrá deportar extranjeros de forma masiva y en caliente, según la nueva moda trumpista. En realidad, lo que ha hecho nuestro querido presidente del Gobierno ha sido vender los derechos humanos, los principios elementales de la izquierda, los valores socialistas de la igualdad y la no discriminación al mejor postor, en este caso al hombre de Waterloo, a quien cada día se le está poniendo más cara de trumpista. Todo ese discurso xenófobo que está esgrimiendo Junts –la relación entre delincuencia e inmigración, el miedo al okupa africano que llega de fuera, la pureza de las esencias catalanas amenazadas por la sangre subdesarrollada y las trabas a la integración–, desprende sin duda un fuerte tufo a populismo demagógico marca Vox. Y no solo a Vox, también al discurso supremacista que esgrime gente como Xavi García Albiol, Silvia Orriols (la Le Pen de Aliança Catalana) y MAGA, la factoría yanqui de odio racista que lo contamina todo.

Esta vez, Sánchez ha claudicado miserablemente, y todo por un puñado de votos en el Congreso para aprobar los malditos Presupuestos, de modo que cabe preguntarse qué queda ya de ese sermón humanista que va soltando el premier del PSOE por las cancillerías y pasillos de toda Europa. ¿Cómo se sostiene enarbolar la bandera antifascista en Bruselas o en la ONU y al mismo tiempo entregarle los centros de extranjería a un partido trumpizado que ve al inmigrante como un obrero manso y dócil al que hay que lavarle el cerebro, mediante la inmersión lingüística, hasta convertirlo en un buen catalán para la causa del soberanismo? 

Con todo, lo peor de Puigdemont no es que esté jugando con el dolor de las personas que llegan con una mano delante y otra detrás, de lejos, de muy lejos, tanto como el infierno del hambre y la guerra, sino su siniestro plan para construir la independencia y la futura Republiqueta sobre los cimientos de la injusticia social. Puigdemont no ve refugiados a los que hay que acoger y atender por humanidad; ni exiliados que huyen de los vampiros genocidas de África y Oriente. Él ve votos y soldados para la estelada, futuros mercenarios o batallones Wagner del Sudán para la trinchera contra el español (una “bestia carroñera con una tara en el ADN”, como decía Quim Torra). Todo lo que hace y dice el exhonorable, hoy prófugo de la Justicia, está pasado por el tamiz o filtro del odio. Odio al andaluz vago y maleante que habla con la zeta; odio al madrileño mesetario y centralista; y ahora odio al africano, al que quiere cambiarle la hermosa y ancestral lengua mandinga por el fino acento del Ampurdán en un claro ejemplo de limpieza étnica lingüística propia de estados totalitarios.

Son demasiadas las declaraciones nauseabundas de la derecha catalana. “Aquí no es que haya multirreincidencia, es que hay inmunidad. Se les puede echar. Solo hace falta rigor y firmeza”, ha dicho Jordi Turull. Y el alcalde de Junts en Calella, Marc Buch, ha pedido “valentía a las instituciones para poder expulsar a estos multirreincidentes”. Escuchándolos hablar, Abascal queda como una hermanita de la caridad o izquierdista woke.

El Gobierno de Sánchez insiste en que se trata solo de una cesión burocrática, de abrir una ventanilla regional única en Barcelona para que al final sea el Estado quien tenga la última palabra en cada expediente. Está tomando al pueblo por tonto sin reparar en la gravedad del paso que está dando. Esta transferencia autonómica va mucho más allá de tratar de callar al independentismo con la condonación de la deuda. Estamos hablando de algo tan siniestro como reprogramar cerebros extranjeros para la causa soberanista y para entregárselos, como carnaza barata, a la patronal catalanista. No nos extraña que estos días el ministro Marlaska se haya quedado mudo y en casa alegando una misteriosa enfermedad.

Puigdemont no ve personas, ve aleccionados, alienados, números para la independencia del 51 por ciento. Muchos negros de Banyoles fabricados en serie y sin voluntad propia con miedo a que los echen del país si no votan al partido único, o sea a Junts. ¿Qué será lo siguiente, señor Sánchez? ¿Obligar al inmigrante a bailar la sardana, a montar castellers, a desayunar butifarra con calçots para parecer más catalanes? La cultura no se puede imponer, se aprende a amarla. El chantaje de lengua por papeles nunca podrá salir bien. Parece mentira que haya que explicarle estas cosas a alguien que se dice de izquierdas. Visto lo visto, nos encomendamos a Podemos, si es que existe aún tras el escándalo Monedero, para que frene este disparate racista en las Cortes Generales. Vuelve aquello tan lamentable de “Sí, bwana”. Pero en catalán.

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