Sospechan que el ataque contra la presa Nova Kajovka lleva la marca de Putin

08 de Junio de 2023
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Pasa el tiempo y la comunidad internacional sigue sin saber quién ha volado la presa de Nova Kajovka. Rusia y Ucrania se acusan mutuamente y con toda probabilidad nunca llegaremos a conocer quién lo hizo. Lo único cierto es que la rotura del embalse ha provocado un desastre humanitario y ecológico sin precedentes. Ochenta localidades anegadas, más de 20.000 personas evacuadas, regiones enteras sin agua ni luz y una central nuclear amenazada. Ese es el balance provisional de la catástrofe.

¿Es posible avanzar alguna hipótesis sobre la autoría del ataque? La OTAN, la UE, los servicios de inteligencia, expertos militares y Estados Unidos creen que existen indicios, aunque no definitivos, para aventurar que, una vez más, la mano de Putin puede estar detrás de la enésima salvajada. Para empezar, aunque el suceso perjudica a ambos bandos, el lado ucraniano va a sufrirlo “ocho veces más” que el ruso. Ahí ya tenemos una pista de que quien lo hizo calculó la manera, el método, el sistema más propicio para minimizar los daños en suelo propio y causar los mayores estragos en el del enemigo.

Pero hay más. Ucrania había comenzado ya a realizar los primeros movimientos de su anunciada contraofensiva, la más importante desde que comenzó la invasión rusa el 24 de febrero de 2022. El régimen de Kiev ha acumulado una importante fuerza terrestre formada por 250.000 soldados en activo y un millón en la reserva. Además, según Jens Soltenberg, secretario general de la OTAN, buena parte del armamento de las potencias occidentales para Ucrania ya ha sido entregado. Alrededor de 1.550 vehículos blindados, 230 tanques y gran cantidad de equipamiento y munición. Un contingente militar más que importante que sin duda inquieta al Kremlin.

En las horas previas al estallido de la presa, unidades ucranianas ya se habían desplegado en la zona, registrándose los primeros combates sobre la ciudad de Bajmut, pieza clave que de caer en manos ucranias podría abrir una brecha en los territorios ocupados por Rusia al este del país, incluida Crimea. El miedo al avance de los ejércitos de Zelenski ha podido llevar a Putin a tomar la drástica decisión de destruir una de las mayores instalaciones hidroeléctricas de Europa (por poner un ejemplo, Nova Kajovka es una presa siete veces más grande que el mayor embalse de España). Inundando toda la región al norte de Crimea, empantanando valles, praderas y terrenos llanos, los carros blindados cedidos por la OTAN no podrán avanzar en semanas, quizá en meses. Se calcula que el nivel de las aguas no descenderá hasta dentro de unos diez o veinte días, lo cual no quiere decir que los vehículos pesados puedan trabajar allí. El terreno será inestable y peligroso durante mucho tiempo, una pasta pegajosa que puede dejar inutilizados los Leopard de los aliados. Todo ello sin contar con los miles de minas antitanques y antipersonas que han sido arrastradas por las aguas y diseminadas por todo el teatro de guerra. Si ha sido Rusia, la jugada es magistral. Gana tiempo, crea un cordón de seguridad alrededor de la ocupada Crimea y los generales del Kremlin pueden movilizar más material y efectivos entre sus jóvenes reservistas.

Otro factor que los analistas están teniendo en cuenta es la factura, el sello del ataque contra la presa situada en Jersón. Se sabe que Putin es un admirador del genio militar de Stalin y que a menudo copia estrategias que los soviéticos ya emplearon durante la Segunda Guerra Mundial. En 1941, en pleno avance nazi en el marco de la Operación Barbarroja, el jerarca bolchevique dio la orden de volar por los aires la central hidroeléctrica de Dneprostroi. Se cree que aquella misión, que terminó con una de las mayores inundaciones que se recuerdan, provocó entre 20.000 y 100.000 muertos. Fue una maniobra suicida que pudo cambiar el curso de la historia, ya que las tropas de Hitler avanzaron más lentamente. El Ejército Rojo recurrió a la “estrategia de tierra quemada” durante toda la guerra. No solo destruyó presas y embalses, también quemó campos y cosechas, arrasó pueblos enteros e inutilizó carreteras, puentes, vías de ferrocarril, hidroeléctricas, cualquier infraestructura vital que pudiera ser utilizada por los alemanes. A Putin, como buen conocedor de aquella etapa oscura de Rusia, le encantan los trucos militares estalinistas y los pone en práctica a la menor ocasión.

La presa de Nova Kajovka era el único punto de paso que quedaba en el bajo Dniéper, la única cabeza de puente fiable en el camino de los ucranianos hacia la batalla final para liberar a su país de los invasores. Hoy es un inmenso pantano cenagoso lleno de casas hundidas, minas descontroladas e insectos propagadores de todo tipo de enfermedades. Un infierno de agua. El agua utilizada como arma de destrucción masiva. La mente enferma del zar de todas las Rusias no descansa nunca. ¿Cuál puede ser su próximo movimiento? ¿Acaso soltar un misil de corto alcance provisto de una cabeza nuclear de baja intensidad? Es capaz de eso y de mucho más. Más allá de artimañas, sucias trampas y crímenes contra la humanidad (la voladura de una presa de grandes dimensiones supone una acción de guerra condenada por la Convención de Ginebra), el arsenal atómico es el último as de bastos que le queda al exespía del KGB en su delirante intento por ensanchar territorio conquistado y devolver a su país a las gloriosas fronteras de 1945. La guerra tal como la concibe Putin es un macabro juego donde todo vale. Un suicidio colectivo a cámara lenta en el que pagan todos, el enemigo, su propio pueblo y el mundo entero. Si ha sido él, es cierto que ha asestado un duro golpe a los ucranianos. Pero también a los habitantes de Crimea (la península anexionada ilegalmente por Rusia), que a partir de ahora, con la gran presa ya fuera de servicio, lo tendrán mucho más difícil para encontrar agua potable.

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