¿Es Óscar López el hombre idóneo para liderar el proyecto del PSOE en la Región de Madrid? Esa es la gran pregunta que se hace el votante socialista que sufre los rigores de las políticas neoliberales de Isabel Díaz Ayuso. López viene del aparato del partido, es un burócrata, un fiel sanchista, pero en principio no parece que atesore el carisma necesario para asaltar los cielos ayusistas. Harían falta cien López para enterrar a la lideresa castiza. Desde ese punto de vista, Sánchez comete un grave error.
¿Qué perfil de político, hombre o mujer, sería el idóneo para plantarle batalla a Ayuso? Es difícil saberlo. El 52 por ciento de los madrileños votan conservador, de manera que a la izquierda le va a resultar muy complicado darle la vuelta al tablero político. Ayuso se ha erigido en una suerte de gran cacique con poderes omnímodos en la Meseta. Lo controla todo, la Asamblea, la Justicia (muchos jueces la admiran y trabajan para ella como gran esperanza blanca capaz de derrotar el sanchismo) y por supuesto los medios de comunicación, esos a los que riega, debidamente, con fondos públicos y subvenciones oficiales. La muchacha juega a placer con sus juguetes rotos y hoy se carga la Sanidad pública (en la que no cree) y mañana recorta los presupuestos a las universidades estatales para fomentar las escuelas de negocios para niños pijos. Hay que tener mucho empaque y mucho talento político para hacer frente a ese animal político (animal es el que hace animaladas, en este caso las privatizaciones a gogó) bien dirigido por el Rasputín en la sombra MAR.
Desde luego, cuesta trabajo creer que López sea el gran salvador del maltrecho socialismo madrileño. Después del escándalo Lobato, el partido está hecho unos zorros, hasta el punto de que bien podría decirse que el PSOE de Madrid, a esta hora, no existe. No hay líder, no hay cuadros, no hay proyecto. Ni siquiera una militancia bien dirigida y motivada. Todo se mueve en una especie de extraña melancolía, la añoranza de los tiempos en que el viejo profesor Tierno se llevaba a los vecinos de calle y Leguina arrasaba. Qué años aquellos en que los socialistas dominaban en casi todos los distritos. Hoy, muchos madrileños no quieren ni oír hablar del PSOE y votan a un alcaldillo menor como Almeida (también en eso hemos ido para abajo, nunca mejor dicho).
Quizá, a fin de cuentas, el secreto del éxito de Leguina fue haber ahormado un socialismo moderado (más bien conservador) que conectó con el votante de entonces. Supo dar el pego hasta que se descubrió a sí mismo como un admirador del ayusismo, por lo que fue expulsado vía burofax. Lo cual nos lleva al punto de arranque: ¿será López el hombre? La respuesta podría ser afirmativa si el candidato elegido por Sánchez reuniera las condiciones para ese perfil de socialista algo rancio y casposo capaz de sintonizar con el espíritu castizo, taurino, centralista y chulapo de los madriles. Pero tampoco. Miramos a López de arriba abajo y no vemos nada en él que lo diferencie del común de los mortales. Tampoco nada brillante o excelso. Por descontado, ningún sex appeal político que vuelva a seducir a la desnortada y deprimida parroquia socialista. En eso del carisma, Lobato le daba cien vueltas, y mira tú que no era precisamente Brad Pitt. Aquí, en esta misma columna, hemos puesto a caer de un burro al dimitido/cesante a causa de sus errores (irse al notario a denunciar al presidente, por ejemplo) y por su nula eficacia a la hora de ganar elecciones. Uno mira al designado para la difícil misión de resucitar al moribundo partido y ve una película que ya ha visto antes. Uno más para capitanear la enésima derrota. Un chivo expiatorio a sacrificar para salir del paso y que pague por los pecados del jefe. Por si fuera poco, va a pesarle el cartel de traidor converso. “Este tío nos llevará al desastre”, dijo sobre Sánchez en cierta ocasión. Antes lo había apuñalado en aquel comité sangriento para la historia para irse con Patxi López. Así que tampoco le ayuda el currículum propio de un Judas.
Óscar Lopez no gusta a nadie, para qué vamos a engañarnos. Camina por Madrid como uno de esos funcionarios grises con cara de triste, un postrero representante de esa izquierda afrancesada decadente y venida a menos. Si François Hollande fue el último socialista con poder en Francia antes de la llegada de Macron, López ni siquiera tendrá esa oportunidad frente a Ayuso, que se ha saltado el paso del macronismo para convertirse en la Marine Le Pen española. La loba en celo que mata por su novio babea de gusto al saber que le han puesto delante un corderillo tan achuchable como inofensivo, tan jugoso como fácilmente degollable. López tiene el aspecto de un osito de peluche y ella se lo va a merendar con patatas, todos lo sabemos. De modo que llegados a este punto cabría preguntarse si es que ya no hay nadie en ese partido capaz de levantar algo de entusiasmo entre proletarios y clases medias. Por alguna razón, el PSOE de Villa y Corte siempre apuesta a un caballo ganador que jamás llega a la meta. El perfil de burócrata identificado con el establishment se ha revelado inútil. El de independiente tampoco ha funcionado (por favor, no más catedráticos o entrenadores de baloncesto). Así que solo nos queda el modelo costumbrista. Una Taylor Swift que haga temblar Madrid con sus mítines como conciertos de rock y sus tuits para millones de seguidores. Hoy el poder se gana en las redes sociales más que en las urnas. Son los signos de los tiempos de esa extraña posmodernidad que nos ha tocado vivir. ¿Tendrá que pensar seriamente Ferraz en lo de colocar a una rojaza rompedora, dura y motomami para un duelo a muerte y a cara de perro, propia de folclóricas, contra la diva de Chamberí? Nuestra Taylor patria es Rosalía desde que dijo aquello de “Fuck Vox”, pero por desgracia no está disponible para la política. Que busquen, porque hay cantera en TikTok. Yo ahí lo dejo.