A Pedro Sánchez ya no le queda ningún medio de comunicación que defienda su gestión de estos años al frente del Consejo de Ministros. Está solo ante el peligro, como un Gary Cooper de la política, y ya se sabe que ningún gobernante puede mantenerse en el poder sin un periódico o televisión que le sujete. Hasta La Sexta parece haberse bajado del barco sanchista. Anoche, un Jordi Évole especialmente sarcástico y por momentos implacable, se cebó con el presidente socialista. Algunas preguntas poco o nada tenían que ver con la necesaria crítica que todo periodista tiene el derecho y el deber de ejercer con su entrevistado. Évole tuvo delante al hombre clave de la historia de España de los últimos años, para sacarle todo el jugo durante una hora y pico bien aprovechada, y se perdió en el chafardeo y en una especie de anodina charla de barra de bar que por momentos parecía tener un solo objetivo: acabar ya con Sánchez, que se ha convertido en un aburrimiento y en un fastidio que no da audiencias.
Lógicamente no se trataba de darle un masaje con cremita al inquilino de Moncloa, como en su día hicieron otros con José María Aznar o Rajoy. Pero había muchos y variados temas que tocar para ahondar en el personaje y Évole pasó palabra o transitó como de puntillas. Los entresijos con los ministros de Podemos en el convulso Gobierno de coalición, las turbulentas relaciones con Pablo Iglesias, los supuestos pactos con Bildu, los cadáveres que el presidente ha ido dejando por el camino, la deficiente política de propaganda del Ejecutivo (que no ha sabido explicar o vender bien sus logros sociales), los graves errores en leyes como la del “solo sí es sí”, la tela de araña burocrática que está impidiendo a muchos españoles el cobro de la renta mínima vital, las renuncias a una reforma laboral que quedó algo edulcorada, las presiones del Íbex y de los poderes fácticos y en ese plan. Temas había para aburrir y sin necesidad de caer en el Falcon, que ya huele.
Sin embargo, Évole, un entrevistador agudo y siempre incisivo, esta vez prefirió quedarse en la superficie, en la epidermis, y al final algunos pasajes de la entrevista cayeron en lo previsible, en lo rutinario, y en ocasiones en lo surrealista. Dio la sensación de que el popular presentador tenía prisa por quitarse el muerto de Sánchez de encima, un encargo fastidioso que le había llegado de arriba, de la dirección de Atresmedia, en pleno verano antes de irse de vacaciones, y que no le apetecía lo más mínimo. Si no, no se explican algunos instantes del controvertido cara a cara entre el premier y El Follonero. Preguntarle al presidente del Gobierno de España si ha necesitado un psicólogo alguna vez no venía a cuento a las puertas de unas elecciones decisivas. ¿Qué pretendía demostrar, que Sánchez ya no está en plenas facultades cognitivas, dándole argumentos a la extrema derecha y a aquel diputado que le espetó a Íñigo Errejón “vete al médico” por reclamar más inversiones en salud mental? La preguntita, al entrar tan a saco en lo personal, destilaba una mala intención que sobrepasó el deber de todo entrevistador de ser afilado y punzante con su entrevistado. Por cierto, el líder socialista estuvo exquisito y valiente en ese trance al reconocer que sí necesitó la asistencia del especialista alguna vez, lo cual le honra, y mucho más en medio de una campaña electoral cruenta donde las derechas harán de esa confesión sincera un síntoma de debilidad. “He tenido que hacerlo, hace tiempo, pero no hubiera tenido ningún problema en tenerlo ahora. No me parece que sea un estigma”, reconoció el presidente. Hoy, el ejército del bulo de Abascal, sus haters y bots, repican sin cesar memes que retratan a Sánchez como un Napoleón narcisista y desequilibrado incapaz de dirigir un país. Gracias Jordi.
En esa parte del interrogatorio, Évole no puso en un aprieto al presidente, como suele hacer hábilmente con todos sus personajes, sino que fue algo más allá. Le dio una estocada, le hizo un flaco favor con un tema extraño que no estaba en la agenda. Entró en la campaña antisanchista él también como suelen hacer Federico, Herrera, Ana Rosa y Alsina, todos ellos iconos de nuestra uniforme y monocolor prensa ibérica conservadora. Si lo que pretendía el bueno de Jordi era quedar como un periodista súper independiente que no se casa con nadie, solo logró recordar a esos viejos gurús de la caverna ceñudos y airados que cada mañana le aprietan las clavijas al líder socialista propalando el “antisanchismo”, que al final no es más que odio cainita y ancestral a la izquierda.
Tampoco tenía demasiado sentido indagar en si Sánchez se considera un mal padre, tal como en su día reconoció Felipe González. O si habla de sexo con sus hijas. O si llegó a llorar en la pandemia o a sentir impotencia por los feroces ataques contra su mujer, de la que los despiadados ultras se mofan a diario descargando todo su odio tránsfobo. Si lo que buscaba Évole era sacarle el lado más íntimo, personal y familiar a su interlocutor, evidentemente no era el momento. Se trataba de plantear una entrevista rigurosa, política, lejos del ruido y del histriónico show de la televisión. De hablar de economía (Feijóo le tiene alergia a ese asunto), de abordar el gran programa socialista permanentemente aparcado, de analizar la difícil situación de la izquierda, siempre sin perder de vista el espíritu crítico o fiscalizador que debe alumbrar a todo periodista. España se juega su futuro en apenas un mes y el país no está para coñas marineras propias del Lecturas o el Hola. Para esas cosas triviales y frívolas de la prensa posmoderna antes teníamos el Sálvame, pero ya ni eso después de que el programa de Jorjeja haya sido cancelado. El comadreo y salseo periodístico, en declive y decadencia, es cosa del pasado.
Al final dio la sensación de que JE acudió a la mítica Casa Labra, local que vio nacer el PSOE en 1879, más interesado en quedar mejor que el presidente, en hacerle un vacile y en dejar al descubierto sus vulnerabilidades que en firmar una gran entrevista para la posteridad. Fue la típica conversación peligrosa en la que el periodista buscó salvar la cara para que luego no puedan llamarlo lacayo del poder, estómago agradecido, paniaguado o pesoísta a la sopa boba. Si el antisanchismo es una “burbuja basada en las mentiras, las manipulaciones y la maldad”, como denunció anoche el premier, La Sexta ha contribuido a insuflar un poco más de aire a esa pompa de odio.