Tosar, los niños con leucemia y la estupidez del "yo soy español"

El ochenta por ciento de los niños con leucemia se salva, una tasa lejos del casi cien por cien de otros países que aplican el protocolo de la UE sobre la enfermedad

20 de Septiembre de 2024
Actualizado a las 11:30h
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El actor Luis Tosar durante la campaña 'Leucemia vete ya'.
El actor Luis Tosar durante la campaña 'Leucemia vete ya'.

Un gran país se mide por cómo trata a sus ciudadanos, sobre todo a los que peor lo están pasando. En España somos muy dados a salir a la calle a festejar nuestras hazañas y gestas deportivas, los superfluos títulos de Champions y las fútiles Eurocopas, cuando lo que deberíamos celebrar con champán y confeti es seguir siendo líder en número de donaciones de órganos para trasplantes, un logro que, año tras año, suele pasar desapercibido, ya que rara vez ocupa los titulares de portada de los grandes periódicos.

En las últimas horas hemos visto a Luis Tosar, uno de nuestros actores más brillantes, volcándose en la campaña contra la leucemia infantil. La mayoría de la gente no lo sabe, pero la tasa de supervivencia de niños aquejados por esta maldita enfermedad (350 contraen el mal cada año) es del ochenta por ciento en España, cuando en otros países de nuestro entorno llega casi al cien por cien. ¿Qué quiere decir esto? Que se nos están muriendo treinta niños más al año respecto a la Europa avanzada y civilizada porque no invertimos lo suficiente, por desidia, porque no hacemos lo que tenemos que hacer para vencer a esta lacra. Treinta niños más que podrían sobrevivir, treinta niños con un futuro y una vida por delante, treinta niños sentenciados por la ciega burocracia y la neligencia de unos políticos insensibles. Si nuestros representantes en el Parlamento hablaran de estas cosas y no de las fábulas sobre la lejana Venezuela, podríamos derrotar este cáncer letal a edades tempranas. Para lograrlo bastaría con aplicar el protocolo oficial marcado por la Unión Europea para este tipo de casos, un reglamento que, desgraciadamente, no se está cumpliendo.

Mucho nos tememos que estamos ante otro caso similar al de la ELA, una enfermedad rara para la que no hay cura y a la que en este país, hasta la fecha, se había prestado escasa atención. Tuvo que ser el exfutbolista Juan Carlos Unzué quien pusiera el grito en el cielo ante semejante vergüenza nacional. Fue tal el rapapolvo que dio a nuestros dirigentes políticos, que la opinión pública ha obligado a PSOE y PP a ponerse de acuerdo en una ley reguladora, algo inédito, ya que uno y otro partido llevan años en guerra cruenta y permanente y son incapaces de consensuar nada mientras los problemas de la nación se enquistan. El histórico texto (fruto de la presión de las asociaciones de enfermos y de la indignación ciudadana) contempla, por fin, la atención las 24 horas del día a los enfermos en estado avanzado. No era tan complicado, bastaba con que sus señorías trabajaran un poco en algo más que en tirarse los trastos a la cabeza. Para eso debería servir la política, para resolver problemas, no para crearlos.

Tras el dramático asunto de la ELA, bochornoso para un país que presume de ser un Estado de bienestar avanzado, nos llega la tragedia de los niños que mueren de leucemia porque, una vez más, las cosas no se están haciendo bien. “Queremos que este protocolo llegue a todos los niños de España y que nuestro país no esté, en este sentido, en la cola de Europa. Solo con llegar a las cifras de Finlandia (que sí pertenece a este protocolo) estaríamos un diez por ciento más arriba”, alega Tosar, protagonista del spot Leucemia, vete ya. En el vídeo, perfecto y redondo en términos publicitarios, se puede ver a niños con la enfermedad entonando, lacónicamente aquel “yo soy español, español, español” que tantas veces hemos escuchado en los estadios de fútbol y en otras competiciones donde nuestros deportistas han cosechado triunfos importantes. Realmente impresiona ver a esos pequeños con pañuelos liados en la cabeza y ojos tristes mirando a cámara mientras cantan la popular coplilla en tono irónico. Niños a los que sus madres afeitan el cabello al cero tras un tratamiento agresivo; niños que son metidos en unos tubos de radioterapia que no olvidarán jamás; niños que, pese a estar viviendo un infierno en la Tierra, se comportan con una valentía, una dignidad, una madurez y una entereza que ya quisieran para sí muchos adultos que van de duros. Basta con mirar a la cara a un niño o niña con leucemia para entender que estamos ante algo sobrenatural, fuera de este mundo, un ángel que nos conmueve por dentro y nos hace sentir seres absurdos con sus ridículos problemas del día a día. ¿Qué tienen esos pequeños que parecen haber vencido ese miedo a la muerte que atenaza a la mayoría de los mortales? Nadie tiene la respuesta.

Y para finalizar el spot, cerrando lo que bien podría ser un corto de terror (por la dramática historia que cuentan los menores afectados, que no es otra que la de la torpeza de un monstruo despiadado como el Estado que se ha olvidado de ellos), el gran Tosar soltando una frase que golpea como un martillo en lo más hondo de nuestras conciencias: “Si eres niño con leucemia, cuesta un poco más sentirte orgulloso de ser español”. No hace falta decir ni media palabra más. Este país siempre generoso y solidario se ha vuelto feo de repente, egoísta, rencoroso, y de la noche a la mañana su primer problema ya no es el paro, ni la corrupción, ni el terrorismo o las grietas de las Sanidad pública, sino el pobre inmigrante que viene a ganarse un mendrugo de pan. Qué pronto se nos ha olvidado cuando marchábamos a Alemania con una mano delante y otra detrás, más una maleta repleta de complejos de inferioridad, para hacer de chófer, criado o camarero del señorito germánico.

A Tosar, el camaleónico actor que nos ha dejado los papeles más estremecedores de la historia de nuestro cine reciente –el parado que agoniza los lunes al sol, el rabioso preso Malamadre, el violento maltratador de su esposa, el terrorista arrepentido de ETA o el ejecutivo atormentado por su amor a una adolescente, entre otros– le bastan treinta segundos de la campaña sobre la leucemia infantil para tocar la fibra sensible de los anestesiados españoles (y de los indolentes políticos), revolviéndolos por dentro y poniéndolos ante el espejo de una injusticia terrible. Escuchando su mensaje de socorro para los niños con leucemia, con ese rostro duro y curtido de sufridor jornalero andaluz puteado por el cacique del pueblo (el rostro que en este caso no es el del malvado en el que le han encasillado, sino el del bueno de la película), el “yo soy español, español, español” suena tan frívolo, tonto y pueril que sonroja. Seamos los mejores, sí, pero no metiendo inútiles goles en la Copa de Europa, sino invirtiendo más dinero en dar vida a unos ángeles de rostros tan luminosamente hermosos que encierran el secreto más oculto de la existencia humana.   

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