Trump le hunde el negocio a Feijóo

El líder del PP se ve en la tesitura de tener que romper con Vox, los aliados de Donald Trump en España

09 de Abril de 2025
Actualizado a las 17:24h
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Feijóo y Abascal en una imagen de archivo.
Feijóo y Abascal en una imagen de archivo.

¿Ha consultado el ocupado lector de esta columna las últimas encuestas sobre intención de voto en nuestro país? Es cierto que hay cosas mejor que hacer en la vida que asomarse a los sondeos demoscópicos siempre tediosos, falibles y manipulados por unos y por otros. Pero si ha caído en la tentación, habrá podido comprobar que PSOE y PP mantienen un duro pulso por el primer lugar en el ranking de partidos más votados y que la distancia entre ambos es más bien estrecha (se mueve entre dos y tres puntos, décima arriba o abajo, según la encuesta). ¿Qué quiere decir esto? Que el proyecto de Feijóo no termina de arrancar, que el gran triunfador llegado de Galicia para sacar a sus huestes del fango tras el desastre del casadismo no ha logrado lo que se proponía, que los españoles no terminan de comprarle los ajos, como diría el gran Pepe Sacristán.

Con la que ha caído últimamente –una pandemia, un volcán, una guerra en Europa, dos crisis económicas (la derivada de la cuestión sanitaria y la energética), un supuesto caso de corrupción como el de Ábalos y Koldo (con lujerío, comisiones, pisazos y hasta tías por medio), lo de Begoña y el hermano, más los aranceles de Trump que pueden arrastrar al mundo a un nuevo crack como el del 29– y Feijóo apenas le saca, todo lo más, dos raquíticos puntillos a Pedro Sánchez, que parece resistir, de forma sorprendente, todo lo que le echen. El líder conservador no termina de encontrar la forma de acabar con el sanchismo, lo cual que habría que preguntarse por qué no da con el antídoto letal, con la criptonita, con la fórmula definitiva.

Hay varios factores que explicarían el escaso gas que Feijóo le está imprimiendo al Partido Popular. El primero, sin duda, su carisma personal y ese presunto aire de liberal moderado que se gasta (recálquese lo de moderado, ya que en realidad lleva un hombre de derechas de toda la vida dentro de sí). Puede que por allí arriba le bastara con haberse creado ese personaje de Kennedy gallego, pero es evidente que a nivel nacional el truco no funciona, no tiene el mismo gancho o tirón. Desde su llegada a Madrid, fue cuestionado por el ala radical del partido, empeñada en colocar como aspirante a la Moncloa a Isabel Díaz Ayuso, la Meloni de Chamberí. Pero hay más causas del gatillazo político, como el auge de la extrema derecha. Poco a poco, Santiago Arancel, perdón, Santiago Abascal, ha ido comiéndole el terreno al PP, lo cual no es solo mérito del Caudillo de Bilbao, sino demérito de Génova, que se ha echado en brazos de los ultras, sin pudor, hasta identificarse con ellos plenamente. Ya no pueden gobernar las diferentes comunidades autónomas azules sin el apoyo de Vox a los Presupuestos regionales, véase la Valencia de Carlos Mazón, el hombre de El Ventorro al que le ha faltado tiempo para enfundarse la indumentaria falangista, con la boina roja requeté incluida, para aferrarse al poder pese a su nefasta gestión de una riada con 228 muertos. Precisamente ese apoyo incondicional de Feijóo a su barón levantino (mientras miles de valencianos exigen su dimisión en la calle) es otro de los factores que está erosionando el respaldo popular al PP.

Y en esas va y estalla la guerra comercial de los aranceles impuesta por Donald Trump. Otro grave contratiempo para el aprendiz de estadista orensano que no fue presidente del Gobierno de España porque no quiso, según ha declarado él mismo (por lo visto, tampoco tiene abuela). El asunto le quema como la radiactividad al PP, que está teniendo que hacer auténtico contorsionismo retórico para ofrecer una imagen de cierta coherencia. Por un lado, el mundo conservador europeo, con Von der Leyen y el futuro canciller alemán Merz, le marcan el camino a seguir: pactar con los socialistas, como va hacer la CDU en Alemania, y romper con los ultraderechistas de Abascal, o sea un cordón sanitario en condiciones. Por otro, Feijóo se ve en la obligación de mantener vivas las francachelas y compadreos con Vox, ya que los necesita como agua de mayo para no perder los gobiernos regionales. Y esas tensiones provocan distorsiones electorales en el PP, una esquizofrenia política, además de un desgaste para el propio líder. ¿Se han dado ustedes cuenta de su tono lacónico, casi derrotista, cuando tuvo que salir a la palestra para confirmar, casi con la boca pequeña, que en la guerra comercial él va con Sánchez y con la UE y no con los patriotas de pacotilla que como Abascal y los suyos se posicionan de lado de Trump? El gallego parecía tristón, noqueado, depre. Como si estuviese firmando el armisticio.

No cabe duda de que Feijóo está de bajón mientras Sánchez sigue con su viaje triunfante por Asia sin parar de firmar acuerdos comerciales con China y Vietnam. Si a esto le unimos que Eulen –la empresa adjudicataria favorita de la Xunta de Galicia, en la que trabaja la directora para el Noroeste de España, o sea su hermana Micaela–, es una de las compañías españolas que pueden sufrir el golpe de los aranceles (por lo visto la mercantil tenía ambiciosos planes de expansión en Estados Unidos), entendemos perfectamente que el líder del PP esté atravesando por sus horas más bajas. El impulsivo Tío Donald ha llegado para arruinarle los planes personales y profesionales: el chiringuito político que tenía montado con Vox (y que se hace insostenible en medio de una guerra comercial contra el yanqui decidido a arruinarnos el aceite, el vino y el queso) y también el negocio familiar. Así es el ideólogo de MAGA. No tiene amigos. Ni siquiera Santi Obescal, como llama el magnate neoyorquino al delegado de su sucursal inmobiliaria en España.

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