De tuiteros, buitres y otros carroñeros de la dana

La tragedia de Valencia atrae a personajes de todo pelaje y condición, entre ellos pseudoperiodistas y agitadores de la extrema derecha

05 de Noviembre de 2024
Actualizado el 07 de noviembre
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Consecuencias de la devastadora dana de Valencia. | Foto: Ecologistas en Acción
Consecuencias de la devastadora dana de Valencia. | Foto: Ecologistas en Acción

El gran carnaval, aquella vieja película del gran Billy Wilder, cuenta la historia de un periodista desalmado capaz de aprovecharse de un minero indio atrapado en un túnel. El reportero sin escrúpulos hace lo posible y lo imposible para seguir manteniendo con vida a la pobre víctima, ya que de esa forma puede seguir publicando artículos y exclusivas que le reportan fama y dinero. La depravación de Charles Tatum (así se llama el inmundo personaje magistralmente encarnado por Kirk Douglas) llega al punto de convertir el suceso en una gran feria o circo del morbo que atrae a curiosos de todo el país.

En estos días nefastos, Valencia, la pobre Valencia, se ha llenado de Charles Tatums, pseudoperiodistas, charlatanes, youtubers, falangistas de medio pelo empeñados en avivar el odio del pueblo contra la democracia, enviados especiales de la inmoralidad, cuervos, pajarracos, buitres amarillos, degenerados en fin de esa fauna friqui que conforma el submundo de las redes sociales, auténticas puertas del infierno del odio abiertas de par en par. Por si no tenían bastante los desdichados vecinos de l’Horta Sud machacados por la desgracia bíblica que les ha caído encima (miles de personas a la intemperie, sin casa, sin comida, sin agua y sin luz y probablemente afectados por plagas e infecciones emanadas del lodo y el barro), también tienen que soportar a ese grupo salvaje todavía más pestilente y solo comparable en categoría moral a los rateros que estos días se dan al pillaje más vil saqueando las casas de las víctimas.

El despliegue por toda la zona cero de esta serie de personajillos, tipejos y tipejas repugnantes, ha sido tan eficaz que incluso han llegado antes que los propios servicios de rescate. Y es que una de las características principales de estos insectos de dos patas es que se mueven rápidamente de acá para allá, llevando su veneno a todas partes. No aterrizan en el área devastada con el ánimo de proporcionar buena información, tan necesaria en momentos de crisis humanitarias, y mucho menos de arrimar el hombro cogiendo una pala para echar una mano en la retirada del fango (suelen provenir de buenas familias y les duele mucho el espinazo en cuanto levantan un ladrillo). Al contrario, si pueden, alimentan un poco más la confusión, instigan la desorganización, propalan sus ideales fascistas, siembran un poco más de miedo entre los ya atemorizados ciudadanos y son capaces de todo en su espectacular puesta en escena, incluso derramar unas cuantas lágrimas de cocodrilo, que eso siempre queda muy típico en la pantalla. Ya lo hicieron en los peores momentos de la pandemia cuando, para negar la existencia del virus, dijeron que las urgencias de los hospitales estaban completamente vacías, de modo que todo era un montaje del Gobierno sanchista para tenernos encerrados. Lo están volviendo a hacer.

Ya decimos que nos encontramos ante seres abyectos, ruines y sin escrúpulos que han decidido hacer de la tragedia de sus paisanos, del dolor y el sufrimiento ajenos, un espectáculo mediático del que sacar rédito en forma de likes para sus chats, grandes audiencias televisivas o publicidad para sus canales de Youtube. Una ciénaga humana. Los verán ustedes en todas partes, con sus chalecos multiusos de quinientos pavos y empuñando un micrófono como la triste caricatura de un reportero de guerra; o improvisando una crónica amarillista con datos falsos junto a una montaña de vehículos despanzurrados; o echándole el brazo encima (y el aliento) a un pobre anciano paiportino que, aturdido, los mira con estupor (como preguntándose qué quieren estos) mientras arrastra un mueble podrido por la humedad. Casi siempre un show con focos de relumbrón y fresco maquillaje junto a un soldado que les sirve como figurante. No será necesario ahondar en el vergonzoso caso de Rubén Gisbert, ese muchacho de Horizonte, el programa de Íker Jiménez, que se rebozó de barro para darle más dramatismo al momento antes de entrar en directo (hay vídeo de un vecino). Ni en las andanzas del eurodiputado Alvise Pérez, el ultra de SALF que se plantó en el epicentro de la tragedia con una camioneta llena de garrafas de agua (más bien una unidad móvil) y que terminó siendo acusado por algunos vecinos de “neonazi” ávido por sacarse la clásica foto del yo estuve allí. Ni en los pasos de Javier Negre, a quien el ínclito Mazón dio un fraternal abrazo a las puertas de una reunión del Centro de Coordinación de Emergencias, un gesto de pelotillesco compadreo, un infame qué hay de lo mío en medio de la calamidad. No son los únicos: en Paiporta hay más buitres y carroñeros que policías y soldados de la UME.

Lo que vimos hace solo unos días, la maniobra de acoso y derribo a las autoridades (reyes de España, Sánchez y Mazón), no fue más que el reventón final, la dana de odio ciclogenética, la consecuencia lógica de días de bulos y manipulación a mansalva. Claro que fue una parte del pueblo de Paiporta (unas doscientas personas, los demás estaban trabajando y no tenían ni ganas de verle el careto a los mandamases) la que acudió allí para protestar contra los políticos con todo el derecho y razón del mundo. Pero entre ellos, instigando y animando, estaban los otros, los altruistas con ambiciones, los generosos interesados ansiosos por sacar tajada de alguna clase (fama, reconocimiento, audiencias, seguidores, dinero, rédito político, quién sabe). Los Charles Tatum de hoy capaces de hacer del dolor humano un espectáculo grandioso para sus fines personales.

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