La extrema derecha está en guerra (y no solo cultural) contra todo aquel que no comulgue con sus ideales políticos. Guerra contra la izquierda, guerra contra el feminismo, guerra contra los ecologistas y científicos que denuncian el cambio climático, contra la versión oficial de la historia, contra la multiculturalidad y contra el vecino del quinto. Vox encarna la guerra de hoy por otros medios.
El último en sentir en sus propias carnes el odio belicoso e irracional del partido ultra ha sido Gustavo Petro, presidente de Colombia, a quien los diputados voxistas le han organizado un plante sorpresa en su última visita al Congreso de los Diputados. Cuando el dirigente colombiano se disponía a tomar la palabra, Abascal y los suyos se levantaron, se ajustaron las corbatas y salieron del hemiciclo en comandita, muy fatuos y arrogantes, como un solo hombre. Fue una grave afrenta que ha estado a punto de colocar a España ante un monumental incidente diplomático internacional, no solo con Colombia, sino con el resto de países hermanos latinoamericanos donde gobierna un partido progresista o de izquierdas. La reacción de Petro ante la ofensa escenificada fue tan mesurada como elegante: “Esto no es un insulto a mí, es un insulto a Colombia, dado que el voto popular y la Constitución me hacen el representante de la unidad de la nación”, tuiteó el mandatario colombiano. Ya no cabe ninguna duda: Vox es un peligro público para la seguridad nacional.
Las ideas son sagradas y cada partido puede opinar lo que quiera sobre los diversos temas y asuntos que conciernen al país. Si creen que “Petro es a Colombia lo que Otegi a España”, “un terrorista no arrepentido” que no se merece el collar de Isabel la Católica, está en su perfecto derecho. Allá cada cual con sus pensamientos turbulentos y exaltados. Pero lo que no se puede permitir, bajo ningún concepto, es que un grupo de políticos poseídos por el fervor patriótico vayan por libre, al margen de la estrategia internacional de un país, poniéndonos a todos en serio riesgo de confrontación con otro estado. El manual de protocolo y buenas formas en las relaciones exteriores hay que cumplirlo siempre y a rajatabla. Lo contrario, ir declarando la guerra a otros que a uno le caen mal, aquí y allá, va contra el interés general de España y nos aboca a sufrir una crisis diplomática tras otra. No se trata de ponerle una jaima a un dictador sanguinario, como hicimos con Gadafi (el líder libio quedó tan encantado con Aznar que hasta le regaló un caballo), ni de invitar a comer a Putin en el Palacio de El Pardo ahora que estamos en guerra con Rusia. Pero las razones de Estado obligan a mantener unas mínimas relaciones cuando menos cordiales, decorosas, con cualquier nación, por encima de los contenciosos y conflictos que permanezcan abiertos.
No lo entiende así Vox, que va por el mundo como aquel españolito presuntuoso, imperialista y algo chuleta de antes, o sea a pecho descubierto y gritando a mí la Legión contra el primer guiri que en el tardofranquismo se cruzaba en su camino en las playas de Torremolinos. Cualquier día a Abascal se le mete entre ceja y ceja que hay que declararle un casus belli al Reino Unido para recuperar el Peñón y todos a pegar tiros contra la Pérfida Albión. Ya estamos viendo a Ortega Smith reptando frente a las alambradas de los llanitos, con la rojigualda al hombro y una escoba a modo de escopeta, como en Gibraltar español, aquel gag antológico de Manuel Summers de To er mundo é... ¡mejó!
Imaginemos por un momento que el iracundo Abascal fuese hoy ministro de Asuntos Exteriores, en calidad de mano derecha de la coalición PP/Vox de Feijóo, y que se hubiese visto en la tesitura de tener que representar al Gobierno español en la ceremonia de coronación de Carlos III. Este es capaz de plantarse delante de King Charles, en medio de Buckingham Palace, para exigirle la devolución de la plaza perdida en Utrecht y estalla otro Trafalgar. Como el Caudillo de Bilbao no guarda las formas, como no tiene medida, como hace lo primero que le pide el cuerpo patriótico sin reparar en las consecuencias, ahora mismo estaríamos metidos en otra refriega con los ingleses. Todo eso es consecuencia, sin duda, de los malos libros de Historia que lee esta gente de la extrema derecha. Como se han tragado doblados los tochos delirantes de Moa, Vidal y otros, creen que todavía existe aquello de la Armada Invencible, y que ha llegado la hora de invadir Inglaterra para hacer grande España otra vez. El trumpismo es que ha hecho mucho daño al personal, oiga usted. Putin, otro revisionista a calzón quitado, acaba de decir, durante el Día la Victoria, que Rusia liberó a Europa del yugo nazi, como si los norteamericanos nunca hubiesen desembarcado en Normandía. No debe haber visto Salvar al soldado Ryan, el peliculón de Spielberg.
Si Vox llega al poder algún día estamos perdidos. Dios quiera que Feijóo no le dé nunca la cartera de Exteriores a Abascal, ese hombre pendenciero con la comunidad internacional, porque entonces no ganaremos para guerras por su mala cabeza. Por la mañana deja plantado a Petro pese a que Felipe VI lo invita a cenar por la noche, a la semana siguiente le da un pañuelazo a Maduro en la mejilla, retándolo en duelo, y el mes que viene declara abiertas las hostilidades con el México de López Obrador (por negrolegendario y antiespañol) o contra los rifeños para recuperar el Protectorado. Iríamos de batalla en batalla hasta la derrota final contra las naciones amigas y enemigas en pos del pasado glorioso de la patria. Qué peligro tiene esta gente.