El breve instante de lucidez de Pedro Sánchez

A diferencia del momento en que se tomó unos días de asuntos propios para “reflexionar”, el presidente del Gobierno reconoció que llegó a manejar la idea de presentar su dimisión, la primera decisión acertada que hubiera tomado en los últimos años

16 de Julio de 2025
Actualizado a la 13:34h
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Sanchez momento lucidez

El PSOE sobrevivirá y se reforzará sin Pedro Sánchez, aunque él y parte de la secta sanchista crean que no. El gobierno de coalición progresista puede continuar sin Pedro Sánchez al frente, por más que el relato que se proyecta desde Ferraz o desde La Moncloa pretenda mostrar a los votantes de izquierda que no es así. Sánchez puede dimitir sin tener que convocar elecciones, por más que se quiera hacer creer a los ciudadanos que una cosa y la otra son inevitables.

Pedro Sánchez reconoció en la tribuna del Congreso de los Diputados que estuvo tentado de presentar su dimisión. Este fue un momento de lucidez repentina en el que, durante unos minutos o segundos, el presidente del Gobierno hubiera tomado la primera decisión correcta en varios años, porque aunque se aprueban medidas que suenan muy bien y que muestran buenas intenciones, los resultados son nefastos, tal y como demuestran las cifras oficiales.

Sin embargo, para desgracia de los españoles y, sobre todo, de los votantes de izquierdas, ese momento de lucidez duró muy poco. No fue la misma situación que en abril de 2024, cuando Sánchez mintió a sus militantes y a los ciudadanos, al tomarse 5 días de asuntos propios para reflexionar sobre si debía continuar al frente del gobierno. Mintió porque él mismo, tras el permiso retribuido, reconoció que en ningún momento se le había pasado por la cabeza dimitir, que todo había sido una estratagema.

Además, todo ello está enmarcado en un escenario mesiánico en el que Sánchez se piensa que va a salvar España de lo que él piensa que hay que salvarla (que en algunos aspectos tiene razón, eso hay que reconocérselo). Tras once años al frente del PSOE y siete en la Moncloa, Pedro Sánchez ha elevado la personalización de su liderazgo a un nivel tan desproporcionado que roza el delirio de grandeza. Con discursos que no aportan soluciones concretas y actos tan dramáticos como vacíos, el presidente exhibe un mesianismo político carente de escrúpulos y, sobre todo, de resultados tangibles para los españoles.

Sánchez ha convertido el lenguaje en un ariete propagandístico: “encrucijada histórica”, “salvación de la democracia”, “misión moral”. Palabras huecas que intentan camuflar errores de gestión como la persistente inflación, la precariedad juvenil, el liderazgo absoluto en pobreza o la crisis del coste de la vivienda. Mientras su oratoria teatral llena titulares en plural, los indicadores sociales arrojan un balance gris: el desempleo juvenil sigue por encima del 30%, los alquileres baten récords, la mayoría de las familias tiene una economía de supervivencia y los jóvenes están absolutamente incapacitados para emanciparse y crear un proyecto de vida independiente.

Sánchez ha convertido los congresos del PSOE en un espectáculo de artificios: luces escarlata, música épica y discursos interminables plagados de promesas grandilocuentes que luego naufragan en la praxis. Sánchez se erige como el gran redentor, pero a la hora de detallar la efectividad de sus medidas (más allá de eslóganes) su discurso se quiebra. Por ejemplo, según el Instituto Nacional de Estadística, el 18,51% de los trabajadores recibe un salario inferior al SMI y un 48,65% supera el salario mínimo hasta un máximo del doble del mismo. Es decir, que en la España de Sánchez, dos terceras partes de los trabajadores no alcanza los 2.000 euros brutos mensuales de sueldo. La supuesta “hoja de ruta moral” que él proclama carece de concreción en políticas sociales efectivas y sostenibles.

El liderazgo mesiánico de Sánchez no es inocente: sirve para mantener un férreo control interno y alinearlo con su persona. La disciplina de voto en el PSOE, la purga de discrepantes y la designación de fieles en las candidaturas evidencian que este mesianismo se sustenta en un clientelismo que aleja al partido de los ciudadanos. No se busca diálogo ni debate interno, sino la adhesión incondicional a un relato centrado en su figura.

Mientras Sánchez se proyecta como salvador, España paga el peaje de su narcisismo: burocracia hinchada, leyes paradas en el Parlamento y hundimiento de la credibilidad institucional. La desafección ciudadana crece: las encuestas muestran una abstención que camina hacia sus máximos históricos, síntoma de un hartazgo que supera la clásica alternancia de partidos.

Con las elecciones generales en el horizonte, el “mesías” de Ferraz se ve obligado a mirar la realidad de frente. Si no abandona la retórica vacía y abandera políticas concretas (vivienda asequible, empleo sólido y reformas sensatas), su reinado terminará en un estrepitoso fracaso. El verdadero liderazgo no se demuestra con gestos teatrales, sino con resultados que mejoren la vida de la gente. Y en ese terreno, Pedro Sánchez aún tiene una cuenta pendiente demasiado larga como para seguir escapando tras su retórica de salvación nacional.

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