Más de 160 muertos y lo peor aún está por llegar. A medida que las aguas vayan bajando, el número de cadáveres será tremebundo. Las calles de localidades como Alfafar, Utiel o Paiporta están atestadas de barro, de fango del de verdad, no del que se ha inventado Pedro Sánchez.
Decenas de miles de familias rotas, viendo cómo el resultado de una vida de trabajo se amontona en el asfalto, cómo la esperanza hacia el futuro se rompió por la fuerza de la naturaleza. Muebles, televisiones, coches, furgonetas y muchas lágrimas. En pocas horas se destruyó lo que era el resultado de años de esfuerzo y sacrificios.
Cientos de muertos, algunos identificados, el doble sin encontrarse aún. Familias destrozadas por el dolor de la muerte o por la incertidumbre de no saber nada de los desaparecidos. Las esperanzas se van diluyendo y se intenta asumir lo inevitable.
El pueblo sufre, el pueblo llora, pero el pueblo también reacciona y sin que nadie dijera nada, sin ningún llamamiento oficial, las personas han acudido al toque de corneta de la cooperación y de la dignidad. Las imágenes de miles de personas que han acudido andando a las localidades más afectadas para echar la mano que haga falta es la mejor muestra de que los ciudadanos están cuando se les necesita y no necesitan cámaras a su alrededor. Dan lo que pueden aportar, lo que tienen, sin necesidad de que nadie les diga nada. Ante el sufrimiento, humanidad.
La gente se jugó la vida para salvar otras de personas desconocidas. Ahora se les llama héroes, pero, en realidad, son seres humanos. La gente abrió las puertas de sus casas, está dando de comer allí donde hace falta, se deja de trabajar para llevar agua a los que lo necesitan. Dar sin esperar recibir nada a cambio. No puede haber mayor grandeza. Pero no es la primera vez y no es solo en Valencia. Cada vez que hay una tragedia, la gente se moviliza mejor que un ejército para entregarlo todo.
Cientos de miles de armarios se han abierto para buscar ropa de la que se puede prescindir, ropa para las familias que se han quedado sin nada. Gente sin conexión personal, familiar o profesional alguna se ha unido a través de redes sociales para recoger comida y poder apoyar a los bancos de alimentos. Personas que tienen naves vacías en polígonos industriales, las han cedido para almacenar comida y ropa.
Mientras la gente se remanga, los políticos hacen política y se echan en cara sus cuitas, responsabilizándose unos a otros con cientos de cadáveres sobre la mesa. Todo eso paraliza la respuesta mientras el pueblo se mueve y no para.
Pero no es la primera vez que ocurre. En la crisis del Prestige, miles de ciudadanos anónimos recorrían cientos de kilómetros para ir a limpiar las playas mientras los políticos querían mandar al barco «al quinto pino». En el 11M, sin que nadie hiciera ningún llamamiento, miles de madrileños llenaron las reservas de los bancos de sangre, pusieron sus coches para trasladar heridos (qué grandes son los taxistas), llenaron IFEMA para dar apoyo psicológico a los familiares de los muertos, arrancaron los bancos de la calle para que sirvieran de camillas improvisadas. Mientras tanto, el gobierno de turno mentía a la ciudadanía por razones electorales.
Y así, una y otra vez. Ahora, con la DANA, la historia se repite. El pueblo español demuestra que es muy grande y, como se decía en el Poema de Mío Cid, «Dios, qué buen vasallo, si tuviera buen señor».