Las élites del planeta viven en otro mundo porque ya no les hace falta este. Los poderes empresariales, financieros y económicos que han conseguido asesinar a las democracias con su implantación de un sistema plutocrático han vuelto a tener su rave anual en Davos. El elitismo ha mostrado su fuerza, sobre todo por el entreguismo que han demostrado los líderes políticos que allí han acudido a reclamar unas migajas del pastel de la riqueza que esos poderosos acumulan de manera irresponsable.
En un momento en el que la guerra amenaza con escalar en Oriente Medio, así como las crisis en Ecuador y muchas otras partes del mundo, la mayoría de la gente ni siquiera es consciente de que el Foro Económico Mundial (FEM) anual en la elitista localidad de Davos, Suiza, se celebró la semana pasada. En el contexto de desigualdades cada vez mayores y de una política global peligrosa, ¿qué relevancia real para la vida de las personas tiene esta reunión fuera de la burbuja de las élites? Ninguna, es sólo el Tomorrow Land de los ricos, donde evidencian al mundo que ellos son los que mandan realmente y que tienen sometidos a los líderes políticos elegidos democráticamente por el pueblo. En consecuencia, es la puesta de largo de la orgía de la destrucción humana.
El informe anual sobre riesgos globales del FEM ha señalado la desinformación, la polarización social, las condiciones climáticas extremas, los conflictos y el aumento del costo de vida entre los riesgos clave para la economía global este año. Todos estos elementos han sido provocados por esas mismas élites, tal y como hemos analizado en diferentes ocasiones en Diario16.
Lo que el FEM no ha logrado definir es que para la gran mayoría de los seres humanos, el año 2024 no trae consigo la amenaza de múltiples crisis. La realidad es que esas crisis ya están aquí y se viven a diario en las calles y en los hogares de las clases medias y trabajadoras que se encuentran en la primera línea de la desigualdad en todo el mundo.
El multilateralismo del que el FEM desea formar parte nunca ha estado más amenazado. La ONU es impotente ya que sus miembros no logran hacer cumplir el estado de derecho internacional a Israel y sus aliados, por ejemplo. Esta flagrante revelación de cómo funciona actualmente el sistema internacional para los ricos y poderosos es vista y comprendida por muchos, incluida una generación más joven privada de los derechos de los que disfrutaron sus padres y sus abuelos.
Cada mes de enero, mientras las élites se reúnen en Davos, se publican estudios asombrosos sobre la desigualdad como, por ejemplo, el de Oxfam, porque muestran la amenaza más amplia, sistémica e interseccional: la enorme brecha que los superricos han creado gracias a la pasividad y la complicidad de los representantes políticos.
Para las personas que sufren en la primera línea de la desigualdad en todo el mundo, el cambio es escaso. Parece que existe unanimidad en que las cosas no pueden seguir así. Los líderes del Foro Económico Mundial, el Fondo Monetario Internacional, muchos gobiernos nacionales, incluso el Papa Francisco, dicen que están de acuerdo en que las cosas deben cambiar. No obstante, en la práctica, se está muy lejos de llegar a un acuerdo con los ricos y poderosos sobre qué cambios deben producirse y quién debería impulsarlos.
Las élites de Davos hablan de reconstruir la confianza. La gente habla de cambio de sistema. Esa es la razón por la que crecen los populismos de extrema derecha, extrema izquierda y los movimientos antiglobalistas que, en la gran mayoría de los casos, unifican los criterios de esos populismos. La realidad es que no hay que reconstruir la confianza, hay que destruir el sistema impuesto por esas élites económicas, financieras y empresariales tras la crisis de 2008 para construir uno nuevo basado en la justicia real, la equidad, el bienestar y la reinstauración de los valores de un estado de derecho real, no ficticio.
La desigualdad es, en el fondo, una cuestión de poder. El cambio se produce cuando el poder de las personas se vuelve más fuerte que el de quienes impulsan y se benefician de un status quo diseñado para oprimir a la mayoría en favor de unos pocos.
Existen recetas políticas que contribuirán a garantizar sociedades que funcionen para todos. El problema está en que son, precisamente, los políticos elegidos por el pueblo los que se someten al poder real de las élites y se niegan a aplicar lo que demanda la gente.
Gravar más a las personas más ricas y a las multinacionales a través de la derogación de todas las prebendas fiscales aprobadas por los presuntos representantes del pueblo, financiar adecuadamente los servicios públicos, cancelar la deuda, auditar la acción de la justicia y proporcionar trabajo decente para todos es la columna vertebral de las luchas por un mundo justo y equitativo. Trazar un camino hacia una economía que ponga a las personas y al planeta por delante de la codicia personal y corporativa es el camino a seguir para responder a una dictadura peor que la que los marxistas llamaban «del capital».
La gente no puede pedir ni pedirá a Davos que resuelva sus problemas. No se puede reconstruir la confianza en un sistema diseñado para explotar y extraer provecho de la mayoría de la humanidad. Cualquier discurso sobre reconstruir la confianza seguramente debe parecer vacío a quienes se encuentran en la punta de lanza de la opresión, la injusticia y la desigualdad.