La economía española, sobre todo la familiar, está en vilo con la decisión final de los reguladores sobre la OPA hostil de BBVA contra Banco Sabadell, una operación cuyas consecuencias serán muy negativas para la economía española, por más que se pretenda hacer ver, a través de grandes campañas publicitarias, que se abre una especie de paraíso. La realidad es que no es así.
La estructura empresarial de España, basada en pymes, micropymes y autónomos, precisa de la existencia de bancos medianos. Sin embargo, la OPA del BBVA al Sabadell atenta, precisamente, contra el interés del país, de sus empresarios y de los trabajadores.
Cuando las grandes entidades acaparan los titulares por sus fusiones millonarias o sus operaciones transnacionales, y los pequeños bancos cooperativos se ganan el reconocimiento local por su cercanía al territorio, los bancos medianos a menudo pasan desapercibidos. Sin embargo, su papel es clave para el sostenimiento y la solidez de la economía de un país: actúan como puente entre la agilidad de los más pequeños y el músculo financiero de los gigantes, canalizando crédito, apoyando a empresas de mediano tamaño y contribuyendo a la diversificación del sistema bancario.
En primer lugar, los bancos medianos se encuentran en una posición estratégica para acompañar a las pequeñas y medianas empresas (pymes) en su crecimiento. A diferencia de las grandes corporaciones, las pymes suelen necesitar financiación especializada y un trato cercano que entienda sus ciclos de negocio y riesgos específicos. Los bancos medianos disponen, además, de equipos de gestión de riesgo más flexibles que las grandes entidades, lo que les permite evaluar proyectos locales con mayor detalle y otorgar préstamos con condiciones adaptadas. Esta cercanía impulsa la generación de empleo y la innovación en sectores diversos, desde la manufactura regional hasta los servicios tecnológicos emergentes.
Además, su presencia diversifica la oferta financiera y reduce los riesgos sistémicos. Un sistema bancario concentrado en unos pocos actores de gran tamaño está más expuesto a una crisis de confianza o ante problemas de liquidez que afecten a uno de esos gigantes. En cambio, una red de bancos medianos robusta actúa como amortiguador: si una entidad sufre tensiones, el resto puede absorber parte del impacto y evitar que el contagio se propague. Asimismo, esta pluralidad obliga a las grandes entidades a mantenerse competitivas en precios y servicios, beneficiando al conjunto de los usuarios.
Otro factor clave es su contribución a la financiación de proyectos de infraestructura y desarrollo regional. Los bancos medianos suelen tener capacidades suficientes para suscribir bonos, financiar obras de urbanismo o apoyar a cooperativas agrícolas, sin asumir riesgos desproporcionados. Su decisión de invertir y prestar en territorios menos atendidos por las grandes redes de sucursales favorece un crecimiento más equilibrado entre capitales y provincias, reduciendo la brecha de desarrollo y fortaleciendo el tejido social y económico en zonas rurales o periurbanas.
En definitiva, los bancos de tamaño intermedio, es decir, el escalón inferior a los sistémicos globales, juegan el rol de vértebra central en la columna vertebral financiera de una nación: impulsan al empresariado nacional, equilibran el poder de mercado, promueven el desarrollo regional y adoptan la innovación con agilidad. Reconocer y fortalecer su existencia no solo es una estrategia para diversificar riesgos, sino también para vertebrar un crecimiento inclusivo y sostenible que beneficie a todos los sectores de la sociedad.
La OPA del BBVA, una mala noticia para España
La oferta pública de adquisición lanzada por BBVA sobre Banco Sabadell ha desatado un profundo debate sobre el futuro del tejido financiero y productivo español, y especialmente sobre el acceso al crédito de las pequeñas y medianas empresas. Más allá de la prima que BBVA propone, muchos advierten del riesgo de que una fusión de estas dimensiones concentre el sector bancario hasta niveles poco saludables para la competencia y encarezca el coste de los préstamos para pymes sin alternativas claras de financiación.
En este contexto, Josep Oliu, presidente de Banco Sabadell, ha defendido con vehemencia el papel de su entidad como “un elemento fundamental para el conjunto bancario, España y sus empresas, sobre todo en la financiación a pymes”. Durante su intervención en el V Foro Económico Wake Up, Spain!, Oliu subrayó que Sabadell “es un proyecto de integración bancaria hecho desde Cataluña, pero adaptado a cada comunidad autónoma. Hoy somos un banco fundamental en Cataluña, el Levante, el norte de España y Madrid. Si esto se pierde, se pierde algo muy importante para España”. Según sus palabras, la capacidad de Sabadell para entender las necesidades de las empresas locales y ofrecer líneas de crédito especializadas no tendría parangón en un grupo financiero de mayor tamaño, más alejado de los matices regionales.
El presidente de Sabadell ha remarcado en distintas ocasiones que, a diferencia de los grandes bancos, la entidad mantiene un compromiso directo con el desarrollo de las pymes, que representan en torno al 80% de la actividad económica. “Si los accionistas del Sabadell deciden aceptar esta oferta hostil, se preguntarán si de verdad conviene pasar de ser inversores en un banco puro y europeo a formar parte del primer banco mexicano y el segundo turco”, advirtió, invitando a reflexionar sobre la identidad y la autonomía financiera que la entidad ha construido a lo largo de décadas.
A este rechazo empresarial se suman informes técnicos que apuntan a una posible reducción de hasta 75.000 millones de euros en el crédito disponible para pymes españolas, cifra que equivale a la mitad de la cartera de préstamos de Sabadell a este segmento. El Ministerio de Economía, que ya evalúa la operación con los mismos criterios de competencia y cohesión territorial que aplicó en la fusión de Caixabank y Bankia, ha abierto una consulta pública para recabar la opinión de autónomos y pequeñas empresas sobre el impacto que tendría una consolidación de este tipo.
En Cataluña, el rechazo también ha adquirido matices políticos. ERC y Junts consideran la OPA un “golpe simbólico” contra la autonomía económica catalana, y la patronal Pimec ha instado a las pymes a participar en la consulta pública para defender el arraigo territorial de Sabadell. Ante esta presión, Oliu se mostró confiado en que la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) llevará a cabo “un análisis exhaustivo de los efectos” de la operación, y defendió que el banco “generará dividendos crecientes y sostenibles” si mantiene su independencia, tal y como se ha demostrado en los resultados del ejercicio 2024 y en los del primer trimestre de 2025.
El pulso entre BBVA y Sabadell pone en evidencia la tensión entre rentabilidad financiera inmediata y sostenibilidad del modelo de banca de proximidad. Mientras BBVA explora sinergias y economías de escala, quienes se oponen a la OPA advierten de que perder a Sabadell como banco dimensionado y arraigado podría traducirse en un encarecimiento del crédito, menor competencia en precios y servicios, y un debilitamiento del apoyo a las pymes que, en última instancia, son las que impulsan gran parte del empleo y la innovación en España.
La nefasta concentración de Luis de Guindos
El exministro de Economía y actual vicepresidente del Banco Central Europeo, Luis de Guindos, ha defendido siempre que la Eurozona debe acometer una estrategia de concentración bancaria, es decir, pocas entidades pero muy grandes. Eso es nefasto y un gravísimo error, sobre todo para los países del sur de Europa.
Cuando unos pocos bancos acaparan la mayor parte de los depósitos, los préstamos y la actividad financiera de un país, el paisaje económico se torna menos resiliente y más vulnerable. Una excesiva concentración bancaria acarrea efectos que van mucho más allá de la comodidad que los gigantes financieros pueden sentir al dominar la industria.
En primer lugar, la competencia se ve erosionada. Con menos actores capaces de disputar clientes, los grandes bancos pueden permitirse encarecer los tipos de interés de los préstamos y reducir la rentabilidad que ofrecen a los ahorradores sin temor a que otro competidor les arrebate cuota. El resultado es un coste del dinero más alto para empresas y particulares, y un menor incentivo para la innovación en productos y servicios financieros. Esa merma de dinamismo, a su vez, acaba por encarecer el crédito que necesitan las pequeñas y medianas empresas para invertir, crecer y crear empleo.
Cuando el poder se concentra, también aumenta el riesgo sistémico. Un derrumbe o una crisis de confianza en uno de los grandes grupos bancarios puede desencadenar un efecto dominó sobre todo el sistema financiero. Tras la crisis de 2008, muchos países impulsaron fusiones de sus bancos para crear campeones “resistentes”, pero esa estrategia a menudo resultó contraproducente: los bancos resultaron tan grandes que su rescate público (cuando fue preciso) acabó costando cuantiosas sumas al erario, y dejó los estados atados a una institución demasiado grande para dejarla caer.
La concentración excesiva también puede agravar las brechas territoriales. Cuando los grandes bancos reducen su red de sucursales para optimizar beneficios, son las zonas rurales y los municipios de menor densidad los que sufren el cierre de oficinas. Para sus habitantes y empresarios, ello se traduce en menor acceso al crédito y a servicios financieros básicos. Los bancos de tamaño medio o local, que antes llenaban ese hueco, se ven absorbidos o marginados, y las comarcas pierden un actor clave en la vertebración de su economía diaria.
Otro efecto corrosivo radica en la gobernanza corporativa. Los grandes grupos financieros, con estructuras complejas y accionariados dispersos, tienden a primar ganancias a corto plazo para satisfacer a los fondos de inversión y a los mercados de capitales. Ese enfoque puede ir en detrimento de decisiones prudentes y de estrategias de largo plazo: el banco cree que debe “mover ficha” cada trimestre para sostener el precio de la acción, y deja en un segundo plano la responsabilidad social y la solvencia futura.
Por último, un puñado de bancos dominantes debilita la voz de los consumidores. Con menos alternativas, los clientes pierden poder de negociación y capacidad de elegir entidades que ofrezcan mejores condiciones, mayor cercanía o productos especializados. Cuando surge un problema —comisiones injustas, cláusulas abusivas, fallos en la atención al cliente—, la reacción de la clientela tiene menos efecto disuasorio y los mecanismos de autorregulación del mercado pierden eficacia.
En definitiva, hay razones de sobra para que no se materialice la OPA del BBVA contra Banco Sabadell, así que, ¡DEJEN EN PAZ AL SABADELL! España ya perdió mucho con la caída provocada del Popular y el regalo a Banco Santander.