Cuando más de la cuarta parte de la población mundial está deseando la destrucción de Israel, tal vez lo que falla no son esos cerca de 2.000 millones de personas. Cuando todos los países con los que Israel hace frontera son sus enemigos, tal vez el problema no está en esas naciones a la que el Estado hebreo ha estado esquilmando y machacando durante décadas. Cuando sólo te sostienen tu poder militar y la capacidad para extorsionar a las potencias económicas, tal vez eso sucede porque la causa que Israel dice defender no es muy legítima.
Ha llegado la hora de decir las cosas por su nombre, aunque no sean políticamente correctas. El único problema que existe en Oriente Medio es Israel y, como tal, la única manera de acabar con la tensión en la región es aislando a Israel, obligándole a cumplir con el derecho internacional y condenando los gravísimos delitos de lesa humanidad que lleva perpetrando desde su propia fundación tras la II Guerra Mundial.
No se trata de un ataque a la religión judía ni a las personas que la practican. Sin embargo, esa es una baza con la que lleva jugando Israel desde el Holocausto. El régimen de Hitler perpetró una de las mayores tragedias de la historia de la humanidad e Israel continúa pasando la factura al resto de Occidente.
En estos días Irán lanzó un ataque propagandístico contra territorio israelí, lo cual es condenable, claro que sí, como cualquier ataque militar contra la soberanía de cualquier país reconocido por Naciones Unidas. Pero un misil no tarda más de 8 horas en llegar desde territorio iraní al israelí.
Sin embargo, unos días antes Israel perpetró una violación del espacio aéreo de Siria para bombardear un complejo diplomático iraní en Damasco, es decir, atacó suelo soberano de la República Islámica. Como tal, Irán estaba en su derecho a responder y a la legítima defensa, argumento que suele utilizar mucho Israel cuando quiere justificar su genocidio en los territorios ocupados en Palestina.
No obstante, la condena internacional no ha sido contra Israel, sino contra Irán. Tal y como confirmó ayer en el Parlamento Rishi Sunak, primer ministro del Reino Unido, el G7 decidió coordinar acciones «contrarrestar al régimen iraní y sus representantes». Es decir, nuevamente las potencias económicas se someten a las exigencias de Israel.
El Estado hebreo, tras el ataque propagandístico de Irán del pasado sábado, ya está utilizando el argumento del terrorismo promovido por la república de los ayatolás pero se olvida del que él mismo lleva financiando a través de las operaciones de inteligencia del Mossad a lo largo de todo el mundo. No hay más que recordar, porque se hizo famosa gracias a una película de Steven Spielberg, la Operación Cólera de Dios, en la que, además de miembros de Septiembre Negro, fueron ejecutados y asesinados civiles en distintos países del mundo. Tampoco hay que olvidar los asesinatos a científicos realizados por el Mossad en suelo extranjero.
Si uno analiza la situación geográfica de Israel encuentra muchas respuestas a preguntas que deberían ser obvias que, al parecer, para la comunidad internacional no lo son. El Estado hebreo linda con Líbano, Siria, Jordania, Palestina y Egipto. Aunque algunas de esas fronteras están reconocidas internacionalmente, otras están todavía en disputa porque fueron territorios anexionados por la fuerza por Israel, del mismo modo en que Vladimir Putin se ha anexionado Crimea o el Donbás, es decir, ilegalmente.
Todos esos países tienen problemas y conflictos con Israel. Tal vez no se trate de esa visión victimista con la que los diferentes gobiernos israelíes pretenden justificar sus violaciones del derecho internacional o sus crímenes de lesa humanidad. Tal vez, el problema sea la propia política de Israel, un Estado creado artificialmente por la culpabilidad de las potencias tras el Holocausto, y una superioridad moral justificada por lo que dice la Torá, un libro religioso sin ningún rigor histórico.
Naciones Unidas ha acusado a Israel en repetidas ocasiones de perpetrar crímenes contra la humanidad. Sólo dos semanas después del ataque terrorista de Hamás a Israel, los relatores de la ONU acusaron ya al Estado hebreo de crímenes de lesa humanidad. Posteriormente, en el mes de diciembre, Sudáfrica denunció a Israel ante la Corte Penal Internacional por genocidio.
La respuesta de Israel a esto es negar la competencia del CPI y, tras las acusaciones de la ONU, romper relaciones y declarar enemiga a Naciones Unidas. Todo un ejemplo de respeto al derecho internacional o, directamente, un desafío del que cree que saldrá impune por el respaldo irresponsable de las potencias.
Todo el mundo sabe que Estados Unidos, mientras el lobby judío tenga la capacidad de acceso al poder y de decantar la balanza a la hora de elegir presidente, está sometido totalmente a la voluntad de Israel. En Europa, Alemania aún arrastra su culpabilidad histórica por el Holocausto, hecho que Israel explota a la perfección para subyugar a la principal economía de la UE. Lo mismo sucede con Francia y Reino Unido. Todos están sometidos, nadie se atreve a hacer lo que hay que hacer si se quiere la paz en Oriente Medio: aislar a Israel y ponerlo en el sitio que le corresponde.
No se trata, evidentemente, de subyugar por la fuerza al Estado hebreo, pero sí obligarle a cumplir con el derecho, las resoluciones de la ONU y las convenciones internacionales que Israel viola de manera recurrente. Sólo si hay un reparto justo de poder y de control de la zona. Lo que sucedió el sábado no fue más que la respuesta legítima tras el bombardeo a la embajada de Damasco, acción que es casus belli y que no fue condenada por prácticamente nadie. Así no se arreglará jamás la situación de Oriente Medio y la escalada bélica será inevitable, sobre todo si hay un primer ministro israelí al que le conviene continuar con los asesinatos en masa de civiles para tapar sus casos de corrupción y un presidente octogenario de los Estados Unidos débil y sin liderazgo que no es capaz de meter en cintura a Netanyahu.