Todo el mundo con cierto conocimiento del funcionamiento de las estructuras internas de los partidos políticos españoles tenía claro que habría un momento en el que Isabel Díaz Ayuso iba a dar el paso para hacerse con el control de la formación conservadora, con el aliciente de convertirse en la próxima candidata a las elecciones generales.
Por más que públicamente la actual presidenta de la Comunidad de Madrid haya señalado que su intención no es abandonar la política regional, el último movimiento realizado de reclamar la participación directa de los militantes del PP en la elección de los cargos del partido podría ser interpretado como en primer paso definitivo para intentar hacerse con el control y el poder. Y esto no es una “ayusada” porque cada movimiento que ha dado desde 2019 estaba perfectamente medido, no en vano tiene tras de sí a un hombre, Miguel Ángel Rodríguez, que se mueve a la perfección en los terrenos de la estrategia, del barro y el juego sucio. Ya creó en el pasado a José María Aznar. Ahora tiene un nuevo proyecto.
Ayuso y su equipo más cercano saben que España está en un momento en el que la convocatoria de elecciones generales puede ser inminente y podría ser el escenario en el que diera el paso que muchos militantes están esperando. Muchos analistas afirman, con una base sólida de argumentación, que Ayuso no tiene pegada fuera de Madrid. La lógica indica que podría ser así, pero cuando se conversa con afiliados y votantes del Partido Popular de distintas partes de España señalan a Ayuso como la única que podría ser la que acabara con el sanchismo porque cada vez más las bases empieza a ver a Feijóo como el "maricomplejines", el apodo que, en su momento, se le puso a Mariano Rajoy cuando estaba en la oposición. Evidentemente, en Cataluña o el País Vasco no tendría tanta aceptación, pero sus luchas contra los nacionalismos y los independentismos es un verdadero caladero de votos en el resto de regiones españolas, y eso son muchos escaños.
El hecho de que en las semanas previas al Congreso Nacional del PP se lanzara ese órdago no es baladí. Ayuso no funciona bajo los estándares del buen comportamiento o del respeto, ella es más de reventar lo establecido y su llamamiento al “un militante, un voto” es un torpedo a la línea de flotación de un Alberto Núñez Feijóo que pensaba que tenía la Presidencia garantizada, que el congreso iba a ser un mero trámite.
Sin embargo, se ha producido una paradoja histórica que une dos némesis: Isabel Díaz Ayuso y Pedro Sánchez, una estrategia gemela en enemigos irreconciliables. Diez años separan dos batallas idénticas libradas en trincheras opuestas. En 2014, Pedro Sánchez, entonces un diputado de segundo plano, sacudió los cimientos del PSOE con un grito de guerra que era el clamor entre las bases socialistas: "un militante, un voto". El objetivo era claro: arrebatar el control a la vieja guardia encabezada por Alfredo Pérez Rubalcaba. "La democracia no se delega, se ejerce", declaró en alguna ocasión el actual presidente del Gobierno quien, con el paso de los años, de las mentiras, las manipulaciones y las reformas estatutarias, ha convertido a las bases en su ejército particular. En aquel 2014, la victoria fue rotunda: un 49% de los votos que barrió a rivales con más talla política que él: Eduardo Madina y José Antonio Pérez Tapias.
Una década después, Isabel Díaz Ayuso recupera el mismo estandarte en el PP. En pleno pulso con Génova, la presidenta madrileña exige eliminar el sistema de compromisarios (heredero de la era Arenas) para implantar el voto directo. "Los partidos deben pertenecer a sus militantes, no a las cúpulas", proclamó en una entrevista en el diario ABC. Su movimiento, sin embargo, huele a contraofensiva: blindar su liderazgo frente a otros barones críticos con su modo trumpista de entender la política.
La estrategia de ambos líderes es un calco estructural. Sánchez apeló en 2014 a la "regeneración democrática" para desbancar al aparato de FErraz; Ayuso habla hoy de "democratizar el partido", lo que es un señalamiento directo a que las estructuras del PP se han anquilosado. Los enemigos, aunque con distinto nombre, encarnan lo mismo: el establishment que controla los hilos. Para Sánchez fueron Rubalcaba, González y Guerra; para Ayuso, el fantasma de Arenas y Feijóo.
El riesgo también se repite: entonces se fracturó el PSOE; hoy el PP navega en aguas turbulentas. Pero la ironía más cruel reside en el giro de los papeles. Quien ayer usó las bases como ariete, Sánchez, hoy controla las primarias desde el aparato. Quien desconfiaba de la democracia directa, Ayuso, ahora la reclama con fervor.
Sin embargo, lo que debería ser un elemento de mejora de salud democrática, se está convirtiendo en la democracia de la gasolina porque tanto Ayuso como Sánchez se mueven en unos escenarios en los que se instrumentaliza la participación para prender fuego a sus rivales internos. La experiencia del sanchismo ha demostrado que ese llamamiento a la democracia interna, a la participación directa del militante, convierte al al militante en un arma arrojadiza. El mecanismo es idéntico: populismo interno. Eso es muy peligroso, tal y como se está demostrando, por ejemplo, en el Partido Republicano estadounidense con la guerra entre los abducidos por MAGA y quienes siguen creyendo en el respeto a la legalidad.
La teoría política siempre esconde utopías que, una vez que son llevadas a efecto, pueden convertir una democracia directa en un sistema de manipulación y autoritarismo. En el PP deberían mirar hacia lo que sucede en el PSOE, cuyos dirigentes no se cansan de decir que en el Partido Socialista las decisiones las toman sus militantes, cuando esto es totalmente falso.
Por ejemplo, en unas elecciones generales, la militancia socialista sólo tiene capacidad para elegir en primarias, si las hubiera, al candidato a la Moncloa. Las listas de cada provincia las decide la Comisión Federal de Listas de Ferraz, por tanto, Pedro Sánchez.
Según el Reglamento Federal sobre el que se rige el PSOE, esa comisión «cuando las circunstancias políticas lo aconsejen o el interés general del Partido lo exija, podrá suspender la celebración de primarias en determinados ámbitos territoriales, incluso una vez que éstas sean convocadas por el Comité Federal y previo informe o solicitud de la Comisión Ejecutiva Regional, de Nacionalidad o Autonómica y acordar la designación directa, sin procedimiento de primarias, de una persona como candidato/a cabeza de lista a las elecciones autonómicas, a las Juntas Generales, a los Cabildos Insulares o a las municipales».
Es decir, la palabra final la tendrá siempre Ferraz, por tanto, Pedro Sánchez. Hay que recordar cómo en el año 2015, los abogados del PSOE, en una demanda judicial por una intervención sanchista a una candidatura elegida en primarias por los militantes, afirmaron ante un juez que «las primarias son una mera distracción para la militancia y su voto no sirve para nada porque la decisión final a la hora de elegir un candidato corresponde en exclusiva a los 311 miembros que componen el Comité Federal».
A la hora de designar los integrantes de la lista para diputados en unas generales, los militantes en cada agrupación local votan a los candidatos. Los resultados de esas votaciones pasan a la Ejecutiva Provincial que los valida y traslada a la Ejecutiva Regional quien, tras dar el visto bueno a las mismas, las remite al Comité Federal de Listas. Lo que decidieron los militantes socialistas no es vinculante y Ferraz, es decir, Pedro Sánchez puede decidir a su antojo quién va y quién no va en la lista al Congreso o al Senado.
En la confección de las listas a las últimas elecciones generales, Sánchez impuso a parte de sus ministros y eso provocó, por ejemplo, la renuncia de 15 miembros en bloque de la candidatura por Zaragoza tanto al Congreso como al Senado. El PSOE de Aragón consideró que la composición final de las listas apenas tiene nada que ver con las propuestas de los comités provinciales y, por tanto, con la opinión de los militantes. Por su parte, un hombre fiel a Pedro Sánchez, como es el secretario general de Castilla y León, Luis Tudanca, no ocultó su indignación y se mostró defraudado por los cambios que le impuso Ferraz en las listas.
Al final, el tiempo juzgará si el grito de "un militante, un voto" es un principio sagrado o un arma de doble filo. Lo innegable es que Sánchez y Ayuso han escrito (con la misma tinta aunque en páginas contrarias) un capítulo revelador de la política española: el poder siempre reinventa sus rebeldes.