Francisco vs Trump: la humanidad contra el engañapichanga

El Papa nunca tuvo que presumir constantemente de lo que era y lo que significaba, mientras Trump se ve obligado a hacerlo para recordar al mundo lo que él considera que es la «grandeza»

26 de Abril de 2025
Actualizado el 27 de abril
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Francisco Trump
Donald Trump y su esposa, Melanija Knavs en la capilla Sixtina | Foto: The White House

El papa Francisco nunca tragó a Donald Trump, y todo empezó muchos años antes de que el supuesto magnate neoyorkino iniciara su carrera a la Presidencia de los Estados Unidos. Sólo unas horas después de haber sido elegido Papa, Jorge Bergoglio acudió a la recepción del hotel en el que se había alojado durante el cónclave para pagar personalmente la cuenta. Un ejemplo más de la humildad que este hombre demostró durante su pontificado.

Sin embargo, a Donald Trump no le gustó y así lo hizo público a través de su canal de comunicación favorito: Twitter: «No me gusta ver al Papa de pie en la caja de un hotel para pagar su cuenta. ¡No es propio de un Papa!», tuiteó Trump en aquel momento. Lo que es pura anécdota, en realidad, retrata dos estilos antitéticos: el Papa renunciaba al boato, mientras Trump ha abrazado siempre la ostentación como sello de su marca personal.

También existe un único punto en común, dado que tanto Francisco como Trump llegaron a sus cargos como figuras ajenas a las élites tradicionales. Tras las oscuras décadas de pontificado ultraconservador de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, Francisco luchó por una Iglesia más cercana a los pobres, a los migrantes y a los marginados, denunciando el «desecho humano» que generan las economías excluyentes.

Por el contrario, Trump creó un esquema Ponzi en el que se autoproclamaba como defensor de los «olvidados» por la globalización, prometiendo acabar con la inmigración y el libre comercio. Los hechos demuestran que la gobernanza se ha convertido en una nueva línea de negocio para que tanto él como los suyos llenen sus bolsillos profundos.

Trump visitó el Vaticano en mayo de 2017, tras un viaje por Arabia Saudí e Israel. En esos primeros meses Presidencia, ambos líderes ya habían intercambiado reproches sobre inmigración y cambio climático. Francisco había declarado que quien levantara separaciones físicas y humanas «no era cristiano», mientras Trump hacía de la frontera sur su principal estandarte de enganche y captación de fanáticos. Sin embargo, ese encuentro privado estuvo lleno de simbología.

El Papa regaló a Trump su encíclica Laudato si’, un llamamiento urgente a cuidar «la casa común». El presidente estadounidense calificó la reunión como «fantástica» y quedó impresionado por la sencillez del pontífice. No se puede olvidar jamás la anécdota en la que Francisco le preguntó a Melania Trump si le preparaba a su marido un postre esloveno para el desayuno.

A pesar de las sonrisas, semanas después Trump siguió siendo Trump y retiró a Estados Unidos del Acuerdo de París sobre clima, ignorando el llamamiento del papa jesuita.

Francisco no volvió a encontrarse en el Vaticano a Donald Trump. En la Pascua de este año, un día antes de morir, el Papa recibió en la Casa Santa Marta al vicepresidente J.D. Vance, defensor de deportaciones masivas. Aunque la reunión fue breve y cordial, el Papa aprovechó para recordar que el amor cristiano no se circunscribe a «círculos concéntricos» de intereses nacionales.

El relato de aquel Papa que pagó su cuenta y del magnate que lo criticó encapsula el choque de dos visiones del mundo. Francisco defendía la dignidad humana sin distinción; Trump, la grandeur de su propia figura. Con la muerte de Francisco, desaparece un pontífice que desafió convenciones; y Trump, aún en activo, reconoce con respeto el vacío dejado por un líder que se propuso servir, no brillar.

El episodio de hotel y el saludo en la Plaza de San Pedro son metáforas de dos outsiders que, con estilos opuestos, marcaron una era: uno con la sencillez del que lava los pies, otro con el estruendo del que construye separaciones físicas y humanas.

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