Hoy se cumple una semana de la concentración que militantes y simpatizantes socialistas, junto con personas que aprovecharon para hacer turismo por Madrid, ante la sede federal del PSOE en la calle Ferraz. No más de 20.000 personas (12.500 según la Delegación del Gobierno) clamaban para que Pedro Sánchez resistiera, que no diera un paso atrás. En conclusión, que no dimitiera.
Allí se vio a la gran mayoría de esas personas expresar sus sentimientos sinceros. Se vio a gente que incluso llegó a llorar. Esas personas estaban sufriendo porque temían que Sánchez dimitiera. Lo mismo que los dirigentes socialistas que estaban reunidos en el Comité Federal. Nadie sabía nada (o al menos eso decían). Los ministros y ministras que allí se encontraban aparecieron como los fanáticos de Waco, con los ojos como platos y las mandíbulas desencajadas.
Fue realmente significativo el hecho de que, además de la Internacional, sonara el éxito Quédate del cantante canario Quevedo. Toda esa gente y otras tantas decenas de miles tenían el corazón encogido en espera de lo que sucediera el lunes.
El paripé de Pedro Sánchez estuvo perfectamente escenificado. La estafa absoluta llegó al culmen de acercarse al Palacio de la Zarzuela a hablar con el Jefe del Estado. Todo el mundo contenía el aliento. «Si ha ido a Zarzuela, es que va a dimitir». No había otra explicación porque no se entiende que se haga perder el tiempo a Felipe VI para decirle que iba a continuar en el cargo. Sin embargo, cuando no hay escrúpulos todo es posible, y Sánchez lo lleva demostrando desde que llegó a la primera línea de la política en 2014. Todo es manipulación, autocracia, desprecio a la discrepancia y creación de un cuerpo pretoriano de fanáticos y sectarios que se convierten en el muro que frena cualquier amenaza (real o imaginaria) al amado líder.
Sin embargo, Sánchez no dimitió, como se esperaba que hiciera si se tiene un conocimiento de años del personaje. Lo peor no fue la comparecencia, que ya contenía elementos infamantes, sino el reconocimiento de que en ningún momento tuvo intención de dimitir, que su única intención era provocar la movilización. En eso ha fracasado porque lo que ha logrado es abrir muchos ojos que estaban cegados por el sectarismo o la lealtad mal entendida.
Sánchez es un trilero. Su manual de resistencia no es más que una fórmula por la que manipular desde el punto de vista que haga falta se convierte en un arma política. Sin escrúpulos, sin remordimientos, sin piedad.
Durante los cinco días moscosos que se cogió Sánchez sin pedir autorización siquiera al Jefe del Estado, el secretario general hizo sufrir a decenas de miles de personas. El mensaje de la carta daba miedo porque, si se lee entre líneas, se halla la máxima de que debía elegir si valía la pena seguir pero, en realidad, lo que exponía era la dicotomía entre Sánchez y el caos. Es decir, lo mismo que hicieron grandes dictadores para mantenerse en el poder. Franco no lo hubiera hecho de otra manera.
Luego están aspectos denigrantes expuestos durante la comparecencia que muestran la falta absoluta de escrúpulos por parte de Pedro Sánchez. El presidente del Gobierno no dudó en utilizar el mismo mensaje que grandes deportistas profesionales, por ejemplo, han usado para anunciar que paraban por su salud mental. Uno escuchaba a Sánchez cuando afirmó «sea cual sea nuestro oficio, nuestra responsabilidad laboral, vivimos en una sociedad donde solo se nos enseña y se nos exige mantener la marcha a toda costa. Pero hay veces en que la única forma de avanzar es detenerse, reflexionar y decidir con claridad por dónde queremos caminar».
El fondo de este discurso es el mismo que utilizaron grandes figuras como Ricky Rubio o Simon Biles cuando anunciaban que paraban. Pero, en este caso, se trataba de gravísimas situaciones de salud mental. En el caso de Sánchez, era sólo cálculo político, una estrategia diseñada desde el juego sucio más execrable, sobre todo en un líder que, junto a su partido, se pretende presentar como si fuera un cátaro de Montsegur.
Ahora, tanto Pedro Sánchez como el PSOE, con la complicidad de sectarios izquierdistas, no se quitan de la boca la palabra «fango» al referirse a determinadas páginas webs y plataformas de tendencia ultraderechista. Sin embargo, no dice quiénes son, aunque todo el mundo lo sabe. Sánchez, con la complicidad de los sectarios a los que engañó durante sus cinco días de asuntos propios, están atacando a través de la generalización, incluso a medios de comunicación de línea editorial conservadora pero que no fabrican bulos ni se inventan noticias. Es decir, Sánchez se ha quitado el velo y, al igual que hizo en el PSOE anulando o expulsando a la discrepancia (en muchos casos utilizando bulos y fake news), pretende eliminar a cualquier medio de comunicación que le critique incluso con noticias documentadas y contrastadas.
La reacción que buscaba Sánchez a través de la infamia, el juego sucio y la manipulación psicológica era crear un ejército de fanáticos sectarios contra cualquier tipo de discrepancia. Habrá quien trague o se acomode, este Ágora continuará en la discrepancia cuando haya que estar, contra Sánchez, Ayuso, Feijóo o el Papa. En vez de gastar tantas energías en el fango, mejor que las dedique en reducir las colas del hambre o las vergonzantes cifras de pobreza en España. Eso sí que debería ser prioritario para un progresista.