El conflicto entre Israel y Palestina ha alcanzado en los últimos meses niveles de violencia y destrucción que han alarmado a la comunidad internacional. En este contexto, un debate incómodo, pero creciente, se ha instalado en foros académicos, medios y redes sociales: ¿está adoptando Israel prácticas que evocan al régimen nazi? Esta comparación no busca equiparar dos realidades históricas distintas, sino interrogarse críticamente sobre patrones de dominación, exclusión y exterminio que han marcado algunos de los episodios más oscuros del siglo XX.
De Gaza al gueto de Varsovia
Uno de los paralelismos más citados es la similitud entre el cerco de Gaza y el gueto de Varsovia, creado por el régimen nazi en 1940 para aislar a la población judía. Ambos casos implican el confinamiento forzoso de una población civil en un territorio densamente poblado, el control casi absoluto del acceso a alimentos, agua, electricidad, medicinas y bienes esenciales y el impedimento sistemático al libre movimiento.
Gaza, desde 2007, ha estado bajo un estricto bloqueo terrestre, marítimo y aéreo impuesto por Israel, que ha sido intensificado tras el ataque de Hamás el 7 de octubre de 2023, un ataque que, según documentación revelada por la televisión pública israelí, fue permitido por las fuerzas de seguridad y los servicios de inteligencia. El aislamiento de la Franja de Gaza ha sido descrito por la ONU como un castigo colectivo y ha llevado a condiciones humanitarias extremas, con más de 60.000 personas asesinadas y la destrucción del 70% de la infraestructura básica del enclave.
La deshumanización del enemigo
Uno de los pilares de la maquinaria nazi fue la deshumanización sistemática de los judíos, presentados como "parásitos", "infrahumanos" o "amenazas existenciales". Esta estrategia permitió justificar la Solución Final y el exterminio sistemático.
En el caso de Gaza, diversos analistas han señalado que ciertos discursos oficiales israelíes también han caído en la deshumanización del enemigo. Frases como “los niños de Gaza han sido adoctrinados desde la cuna” o “toda la población apoya a Hamás” han sido utilizadas para justificar bombardeos masivos sin distinción entre combatientes y civiles. Líderes como el ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, calificaron a los gazatíes de “animales humanos”, evocando lenguajes de odio similares a los del nacionalsocialismo.
Lebensraum
El concepto nazi del Lebensraum ("espacio vital") justificó la expansión territorial del Tercer Reich mediante la colonización, expulsión y exterminio de pueblos considerados inferiores. Esta ideología sirvió de base para la invasión de Polonia, Ucrania y Rusia, con la finalidad de "liberar territorio" para el pueblo alemán.
En paralelo, historiadores y analistas en geopolítica ven una lógica similar en la política israelí hacia Cisjordania y, ahora, hacia Gaza: expansión territorial mediante asentamientos, desplazamientos forzados, confiscación de tierras y destrucción sistemática de infraestructuras. El plan recientemente aprobado por el Gabinete de Seguridad israelí para ocupar la Ciudad de Gaza incluye el desplazamiento de más de un millón de personas hacia el sur del enclave, donde no existen condiciones de vida mínimas.
Ingeniería del exterminio
Si bien la Solución Final del nazismo fue un proyecto explícito de exterminio industrializado, algunos juristas del derecho internacional advierten que las acciones de Israel en Gaza podrían caer bajo la definición contemporánea de genocidio, contenida en la Convención de la ONU de 1948. Esta incluye no solo el asesinato masivo, sino también el desplazamiento forzoso de poblaciones, la destrucción de medios de vida o la imposición deliberada de condiciones destinadas a provocar la destrucción física total o parcial de un grupo.
Documentos filtrados y declaraciones de altos cargos israelíes han mostrado intenciones de impedir el retorno de los desplazados al norte de Gaza, de “reconfigurar” el enclave y de crear una “administración civil alternativa” no palestina. Estas políticas han sido comparadas con una forma moderna de limpieza étnica.
La banalidad del mal
Otro paralelismo es el que se relaciona con el concepto de la banalidad del mal, formulado por la filósofa Hannah Arendt a partir del juicio de Adolf Eichmann. Arendt describió cómo personas comunes, amparadas en el cumplimiento de órdenes y procedimientos, pueden participar en atrocidades sin cuestionar su sentido ético.
Hoy, oficiales israelíes coordinan bombardeos a hospitales, escuelas y campamentos de desplazados argumentando que “hay objetivos terroristas”. La justificación mecánica, técnica, sin un debate moral profundo, ha generado alarma entre juristas, religiosos y activistas de derechos humanos.
De víctimas históricas a verdugos contemporáneos
El escritor israelí Amos Oz afirmó alguna vez que “el pueblo judío fue víctima de los peores crímenes del siglo XX, pero eso no nos exime de nuestras responsabilidades éticas”. Esta reflexión resuena con fuerza ante las imágenes de niños gazatíes sepultados bajo escombros, campos de refugiados arrasados y hospitales colapsados.
Para algunos pensadores críticos, el trauma colectivo del Holocausto ha sido transformado por ciertos sectores del sionismo político en una lógica de autojustificación violenta, donde cualquier crítica es desechada como antisemitismo y cualquier medida, por cruel que sea, se presenta como defensa existencial.
Comparación legítima
La comparación con el régimen nazi despierta resistencias incluso entre sectores críticos de Israel. El filósofo Slavoj Žižek ha advertido que estas analogías pueden ser más provocativas que útiles, al borrar las diferencias históricas esenciales y trivializar la unicidad del Holocausto.
Pero, al mismo tiempo, figuras judías como Noam Chomsky, Ilan Pappé, Gabor Maté o Norman Finkelstein, todos descendientes de víctimas del Holocausto, han advertido que el sufrimiento histórico del pueblo judío no puede ser utilizado como escudo moral para justificar políticas colonialistas o criminales.
Decía Mark Twain que “la historia no se repite, pero rima”. El conflicto en Gaza no es idéntico al Holocausto, pero sí comparte ciertos patrones estructurales: deshumanización, segregación, exterminio, represión, desplazamiento forzoso, impunidad. Establecer estos paralelismos no busca trivializar la Shoá, sino advertir que las lecciones del pasado no están siendo aprendidas.
La vigilancia moral no es un acto de revancha histórica, sino de coherencia ética. Cuando un pueblo que sufrió lo inimaginable es acusado de reproducir prácticas similares, el mundo debe detenerse a mirar. No para comparar horrores, sino para evitar que sigan repitiéndose con nuevos rostros y banderas.