Juan Lobato, víctima de la paranoia del dictador

El político madrileño se ha mostrado crítico con algunas de las decisiones de Pedro Sánchez, siempre desde el sentido común, lo cual ha provocado que en Ferraz y Moncloa se imaginaran que Lobato se había convertido en una amenaza para el líder supremo

27 de Noviembre de 2024
Actualizado el 28 de noviembre
Guardar
Juan Lobato 03
Juan Lobato, en su despacho de la Asamblea de Madrid | Foto: Agustín Millán

Desde hace un año, la figura de Juan Lobato ha trascendido de las fronteras de la Comunidad de Madrid, y en positivo. Más allá de la cacería que se ha organizado desde Ferraz contra él en las últimas semanas (y en Ferraz no se hace nada sin el conocimiento y la aprobación de Pedro Sánchez), mucha gente, tanto del PSOE como de otros ámbitos políticos, han visto en el secretario general algo más que una mera herramienta del sanchismo.

Lobato, a diferencia de Pedro Sánchez, puede salir a la calle a pasear con sus hijos o acercarse a los ciudadanos sin miedo. Es un líder político, nacido en el sanchismo, que puede caminar en cualquier lugar sin tener que huir porque no tiene nada que ocultar. Ha defendido lo indefendible por lealtad, pero también se ha posicionado en lo que la política tiene que hacer: escuchar a los ciudadanos.

Además, a diferencia de Sánchez, se enfrenta cada semana a un verdadero «Miura» de la política, no como el presidente del Gobierno que tiene enfrente a caniches. Y ese enfrentamiento político lo hace a través del respeto, la buena educación y el talante de conocer que la disensión no tiene que derivar en crispación, que la democracia no es una lucha de bloques, sino una generación de consensos con, precisamente, los que piensan de manera diferente.

Eso, evidentemente, trascendió a Ferraz y a Moncloa y, como ya ha ocurrido en otras ocasiones desde que Pedro Sánchez está al frente del partido y del Gobierno, las navajas cabriteras comenzaron a afilarse. Al igual que Vladimir Putin con sus oponentes, Sánchez puso en marcha la maquinaria para que Lobato pasase a formar parte del «Club de los Purgados». Por cierto, que Luis Tudanca se vaya preparando, que tiene todas las papeletas para ser el próximo.

Lobato cometió el «gravísimo error» de hablar desde el sentido común y la verdad democrática sobre elementos que afectaban al gobierno Sánchez. No hizo un ataque frontal, porque en este PSOE autocrático muy pocos se atreven, pero sí dejó elementos claros.

La sentencia de muerte fue firmada en noviembre de 2023, tras las primeras manifestaciones pacíficas contra la Ley Sánchez de Amnistía, Juan Lobato declaró que «los líderes políticos tienen que escuchar con atención, que atender y entender por qué protesta y por qué se queja la gente». Es decir, en Ferraz y en Moncloa convirtieron a un compañero de partido, que siempre se ha mostrado leal, en un enemigo a quien había que aniquilar. Desde entonces llevan con una maniobra, sobre todo porque, incluso antes, había homúnculos que no hacían más que «comerle la oreja» a Sánchez advirtiéndole sobre Lobato, haciéndole creer que el líder de los socialistas madrileños iba a por él. Eso es falso, pero es muy fácil manipular a un dictador porque su cabeza está siempre llena de paranoias. Ven enemigos en todos los rincones, aunque no existan.

El mecanismo mental de los dictadores

Según el eminente neurocientífico James Fallon el mecanismo mental de los dictadores es complejo. «Ellos son gente con características muy diferentes al común de las personas. Sus mentes no tienen estándares normales y en muchos casos puede decirse que sus cuadros encajan con las situaciones de paranoia y la esquizofrenia. [La mente de los dictadores] siempre es vecina de las formas psicopáticas, con marcadas características de un narcisismo dominante».

Pedro Sánchez entra en esta descripción. Más allá de un Síndrome de Hubris de manual, el presidente español perfectamente puede entrar en la lista formada por personajes históricos como Jerjes, Nerón, Roberspierre, Stalin, Hitler, Franco, Idi Dada, Rafael Trujillo, Nicolás Ceaucescu, Sadam Hussein, Muamar el Gadafi, Kim Jong-un o Bashar al-Ásad. Todos y cada uno de ellos purgaron y eliminaron a adversarios políticos, lo fueran en la realidad o sólo en sus mentes perturbadas.

Con Juan Lobato está sucediendo esto. Desde Ferraz, un edificio que tradicionalmente entre los socialistas madrileños se ha calificado como el «centro del mal» o «Mordor», le colocaron el sambenito de «enemigo del líder supremo» sólo porque expresó ciertas discordancias con la línea política tanto del partido como del gobierno. Eso, en el PSOE de Pedro Sánchez, es muy peligroso porque hay precedentes de «ejecuciones sumarísimas al amanecer». No hay más que recordar cómo prácticamente los mismos que ahora cargan contra Lobato se apiolaron a Tomás Gómez también en Madrid gracias a un bulo y a la política del fango.

La antítesis de Sánchez

Pedro Sánchez no puede soportar que haya ningún líder regional que pueda parecer superior a él en talante político ni, sobre todo, que sea aceptado por la ciudadanía, incluso por la gente de derechas. El modo de hacer política de Lobato es la antítesis de la de Sánchez. En consecuencia, es la que necesita el país. Tender los brazos incluso a los «de enfrente» no cabe en el pensamiento de un totalitario porque, en esencia, los dictadores no creen en el consenso, sólo en la imposición.

Los autócratas no pueden salir a la calle sin un regimiento de guardaespaldas y tampoco pueden soportar que otros líderes sí puedan hacer política desde el conocimiento que da la calle. Sánchez, desde que es presidente del Gobierno, no puede dar un paso fuera de Moncloa, salvo en los actos que están perfectamente controlados. Sánchez es incapaz de acercarse, por ejemplo, a una oficina de empleo para escuchar las peticiones de la ciudadanía que sufre sus políticas laborales. Sánchez no puede presentarse en una «cola del hambre» o en un comedor social para escuchar a la gente que se ve obligada a acudir a estos centros para sobrevivir, a las personas (que son millones) que son víctimas de las políticas fallidas de su gobierno. Sánchez no puede hacer esto porque, si lo hiciera, se pasaría el día corriendo y huyendo, como le ocurrió en Paiporta.

Sin embargo, líderes regionales y municipales del PSOE sí pueden hacerlo y hacen política desde el conocimiento que da la calle, no los informes perfectamente manipulados por la propaganda.

Por esa razón, Juan Lobato es incómodo, como lo es Luis Tudanca y otros muchos; como lo fueron todos aquellos que sufrieron las purgas del sanchismo.

Cuando Felipe González dijo que él tenía una lista de sustitutos para Sánchez pero que no decía los nombres porque, si no, los mataría políticamente, seguramente Lobato no estaba incluido. Sin embargo, muchos ciudadanos y muchos militantes ya estaban viendo en el político madrileño una luz de esperanza.

Sánchez y toda la estofa que le rodea esperaban el momento para atacar. Y lo han encontrado. La filtración a un medio de la derecha no es casual y, tal y como han reconocido fuentes socialistas a este medio, apesta a «fuego amigo».

Hay una diferencia entre Sánchez y Lobato que lo determina todo. Cuando el líder madrileño deje la política tiene una carrera profesional. Sánchez, por el contrario, no tiene donde caerse muerto porque no ha trabajado en su vida fuera de la política. Ahora sólo cabe esperar que el viernes se dé la estocada definitiva y se extermine una pesadilla que ya dura demasiados años, aunque haya quienes sigan creyendo que Sánchez es dios todopoderoso.

Lo + leído