Una de las consecuencias más crueles del nuevo paradigma mundial implantado tras la concatenación de crisis desde el año 2008 es el de la codicia corporativa desaforada. Mientras los altos ejecutivos y los accionistas mayoritarios de las grandes compañías se llevan más de 90% de los beneficios, los trabajadores sufren con peores salarios, condiciones laborales más propias de la época anterior a la Revolución Industrial y, sobre todo, del chantaje constante que supone que si no se someten a la explotación, serán despedidos.
Más de un 50% de los trabajadores de las economías más avanzadas no tienen capacidad de ahorro suficiente para afrontar imprevistos o situaciones sobrevenidas. Esta cifra se eleva a más del 70% cuando se refiere al miedo a no tener suficientes ahorros para cubrir los gastos fundamentales de subsistencia en el caso de perder la fuente principal de ingresos. Mientras tanto, el 1% más poderoso cuenta los días para la presentación de resultados, el cobro de dividendos o de bonus variables millonarios. Mucho beneficio gracias a un trabajo prácticamente inexistente. Cuando se consiguen las cosas sin esfuerzo, entonces se genera la codicia de querer obtener más y más. En ese escenario estamos ahora.
Sin embargo, lo peor de todo es que muchos de esos trabajadores ven cumplidos sus peores temores porque se les está poniendo en la calle en masivos despidos colectivos. Este fenómeno se ha vuelto tan común en las economías avanzadas que los altos ejecutivos corporativos, en muchos casos por indicación de los grandes accionistas, han dejado de dudar a la hora de recortar puestos de trabajo cuando lo consideran necesario para incrementar la ratio de beneficios.
En España, por ejemplo, los expedientes de regulación de empleo (ERE) en las grandes compañías han sido salvajes. Sólo en el sector de la banca se ha despedido a más de 100.000 trabajadores desde que el gobierno español del Partido Popular impuso una reforma laboral que permitía el exterminio de puestos de trabajo en base a futuras pérdidas. A día de hoy, los bancos españoles están ganando decenas de miles de millones de beneficios netos a costa del bienestar de más de 100.000 familias.
A nivel mundial y en todos los sectores está sucediendo exactamente lo mismo. Reducción de plantillas para aumentar los beneficios y que el 1% pueda mantener su nivel de vida. En la industria tecnológica los despidos se cuentan por millones en todo el mundo. El mayor exterminador está siendo Elon Musk, el magnate con una visión medieval de las relaciones laborales, destruyó totalmente la estructura laboral de Twitter y, al parecer, ahora hará lo mismo en Tesla.
El capitalismo no es malo per se, el problema es cómo se enfoca la aplicación de este modelo económico. En 2008 se culminó un proceso por el que se le quitó el bozal al monstruo capitalista y se ha pasado de buscar el beneficio en la producción a la más absoluta especulación que tiene como único objetivo la acumulación de riqueza por el método que haga falta.
Tras la II Guerra Mundial, los grandes capitalistas se sintieron bajo una enorme presión cultural, social y política para ayudar a satisfacer la afirmación occidental de que el capitalismo podía beneficiar a los trabajadores mucho más eficazmente que las naciones de la esfera soviética.
En ese clima, tanto en Europa como en Estados Unidos, las principales industrias aceptaron la consecución de derechos por parte de la clase trabajadora como un fenómeno lógico de la vida económica. Así se crearon una serie de elementos que aumentaban la seguridad económica de las familias trabajadoras a la vez que los empresarios y los altos ejecutivos de las grandes compañías obtenían beneficios.
Sin embargo, en la década de 1980 la dinámica política global había cambiado. Más allá de las paranoias de Ronald Reagan, el comunismo ya no planteaba una amenaza seria al mundo capitalista. Los modelos neoliberales de Reagan y Margaret Thatcher derrumbaron el pacto no escrito que había entrelazado a los trabajadores dentro del orden corporativo se derrumbó. Los despidos masivos se convirtieron en una herramienta corporativa cada vez más común y altamente rentable.
Los defensores de estos modelos dentro del nuevo entorno económico contaron con la complicidad de todo el espectro político que ha aceptado y sucumbido a la búsqueda desenfrenada de beneficios y riqueza cada vez mayores. Hay quienes que, incluso lo justifican como la defensa de un bien absoluto porque, según ese planteamiento, se genera un escenario que sirve de incentivo para asumir riesgos e innovar. En la teoría neoliberal, ese proceso crearía más empleos e ingresos para todos.
La realidad está demostrando que eso es falso. Ese bien absoluto ha degenerado en un escenario en el que unos pocos hacer grandes fortunas destruyendo los medios de vida de la mayoría.
La desregulación de los mercados ha acelerado este proceso. Al destripar la aplicación de las leyes antimonopolio y hacer caso omiso de la manipulación de acciones, se abrió la puerta a una ola masiva de fusiones y adquisiciones corporativas que derivó en una ola igualmente masiva de despidos masivos.
Lo más cruel es que los directores ejecutivos corporativos que impulsan estos despidos masivos son recompensados con bonus millonarios. Hay un ejemplo que lo evidencia. En Estados Unidos, cuando Dwight Eisenhower dejó la Casa Blanca en 1961, los principales ejecutivos corporativos de Estados Unidos ganaban entre 20 y 30 veces más de lo que ganaban sus trabajadores. Hoy en día, tienen remuneraciones 389 veces que el promedio salarial de los empleados.