La FIFA no quería problemas con Qatar y ha tragado todo lo que había que tragar, de momento, para tener contentos a los jeques. Llegó, incluso, a enfrentarse a uno de sus principales patrocinadores, la cervecera Budweiser, porque el rey qatarí dio orden de que no se vendiera cerveza en los estadios. Si se llega a estos límites de sumisión a una dictadura criminal, es normal que se acepten sus comportamientos como normales y, además, comience a aplicarlos.
Había gran expectación respecto a las selecciones que habían anunciado que lucirían camisetas de entrenamiento o brazaletes denunciando la represión salvaje contra las mujeres o la comunidad LGTBi y la explotación sin escrúpulos de los trabajadores que tuvo como resultado que más de 6.500 murieran trabajando en las obras de los estadios y las infraestructuras del Mundial.
La FIFA, viendo que estas selecciones, algunas históricas y con varias estrellas en su escudo, no iban a ceder y estaban anteponiendo la dignidad humana frente al totalitarismo, dio el siguiente paso y decidió coartar el derecho a la libertad de expresión con la amenaza de sanciones deportivas a los jugadores que lucieran cualquier símbolo que pudiese molestar al régimen qatarí.
Por tanto, la FIFA actuó del mismo modo que Qatar y coadyuvó el derecho fundamental a la libertad de expresión. ¿Había una base reglamentaria? Sí, la había. Sin embargo, un reglamento jamás puede estar por encima de un derecho fundamental reconocido por la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
La obsesión represora de la FIFA llegó hasta tal punto que en el encuentro Alemania-Japón, el árbitro se acercó al portero y capitán de la Mannschaft, Manuel Neuer, para comprobar si su brazalete no llevaba la bandera arcoíris ni el símbolo de la campaña «One Love».
Sin embargo, la propia Alemania y la selección de Dinamarca han antepuesto su dignidad y tomaron medidas contra la dictadura de Gianni Infantino. Los germanos, en la foto de formación de inicio del partido, se taparon la boca con sus manos en protesta por la represión y la mordaza impuesta por la FIFA.
Por su parte, Dinamarca, ya anunciado que tiene intención de salirse de la máxima organización del fútbol mundial. El presidente de la Federación Danesa de Fútbol, Jesper Moller, afirmó en rueda de prensa que su país está dispuesto «a discutir una retirada general de la FIFA junto con otras naciones de la UEFA. No es una decisión que se haya tomado ahora. Hace tiempo que lo tenemos claro. Lo hemos estado discutiendo en la región nórdica desde agosto. Imagino que habrá consecuencias si Dinamarca se va sola, pero se trata de dialogar No sólo estoy decepcionado, estoy enfadado. Esta es mi séptimo Mundial y es completamente inaceptable que los jugadores tengan que estar expuestos a esto. Tenemos que responder».
Tanto la reacción de Alemania como la de Dinamarca es para sentirse orgullosos de quien antepone sus valores humanos frente a otros intereses materiales. Otros, como España, han decidido bajar la cabeza, someterse, humillarse y hacerse cómplices de la represión y la vulneración de los derechos humanos. Esta indignidad de «la Roja» no se blanquea con una victoria por 7-0, ni siquiera con ganar la Copa del Mundo.
Desde el punto de vista de representación del Estado, mientras la ministra alemana de Interior, Nancy Faeser, portaba el brazalete arcoíris en las mismas narices del presidente de la FIFA, Felipe VI se presentó con un impecable traje gris sin ningún símbolo de protesta contra Qatar y la FIFA. Cada cual, evidentemente, tiene sus prioridades, pero la dignidad humana está siempre por encima de todo.