El Partido Socialista Obrero Español no es Pedro Sánchez, aunque él se crea que es así. Atacar al actual secretario general no es atacar al PSOE. Más bien al contrario, es un deber de todo aquel que siga creyendo en el socialismo o, en su defecto, en la socialdemocracia. PSOE y partido de Sánchez son conceptos antitéticos, una remembranza del concepto italiano de «la carezza e lo schiaffo».
Pedro Sánchez llegó con la idea de crear una formación política que se sometiera a sus intereses y lo ha logrado. Eso sí, para ello está destruyendo todo lo que se ha construido desde el mismo momento de su fundación y, sobre todo, se están expulsando a personas que portan el socialismo bajo el estandarte de la dignidad humana y política.
Los españoles han vuelto a ver esta semana cómo el sanchismo ejecuta a uno de los principales baluartes políticos, Juan Lobato. Ha sido un nuevo linchamiento, una ejecución sumarísima en la que todo el mundo sabía a la perfección el final que iba a tener. No es la primera vez, ni será la última en la que el caudillo ordene la destrucción de quien se convierte en un oponente, real o imaginario, para su reverendísima deidad.
Gregorio Peces-Barba, en un trabajo titulado «El concepto de dignidad humana, la política y el derecho», afirmó que «cuando reflexionamos sobre la dignidad humana, referencia ética radical, y sobre el compromiso justo que corresponde a las sociedades bien ordenadas, no estamos describiendo una realidad sino un deber ser, en cuyo edificio la dignidad humana es un referente inicial, un punto de partida y también un horizonte final, un punto de llegada. Se puede hablar de un itinerario de la dignidad, de un dinamismo desde el deber ser hasta la realización a través de los valores, de los principios y de los derechos, materia de la ética pública. Por eso la dignidad humana es más un prius que un contenido de la ética pública con vocación de convertirse en moralidad legalizada, o lo que es lo mismo en Derecho positivo justo. Es fundamento del orden político y jurídico, expresión que me parece más correcta que la utilizada por el lenguaje de la Constitución que le vincula con el orden político y la paz social».
A lo largo de los años se ha demostrado que la dignidad humana y política no tiene cabida en el partido de Sánchez. En el PSOE todavía quedan muchos que la portan con orgullo, pero esos son silenciados como contadores de cartas en el desierto de Las Vegas. Quien destaca por su dignidad está perdido en el partido de Sánchez, una formación en la que sólo tienen cabida aquellos que no dudan en someterse a quien quiere imponer lo mismo que Akenatón en el antiguo Egipto: una triada pragmática de control político que se fundamentaba en la representación divina, él mismo y su esposa. En el partido de Sánchez la triada es evidente: SU partido, Pedro Sánchez y Begoña Gómez. Todo ello, además, a través de un control férreo de los cuadros intermedios.
Frente a ese escenario patibulario que supone el partido de Sánchez, la carta en la que Juan Lobato anunció su dimisión es una demostración de una dignidad que se ha ido perdiendo desde el año 2014 en una formación que mantiene las siglas de PSOE pero que, en ningún caso, representa ya los valores del socialismo, sólo los intereses de quien se cree por encima del bien y del mal y que se mantiene donde está a través del engaño, la manipulación y el miedo.
Para entender muchas cosas hay que ver lo sucedido el pasado martes, cuando Juan Lobato anuncia que no dimitirá como secretario general del PSOE de Madrid. Ese día se produjo una reacción total en el interior del partido de Sánchez. Desde el aparato, ese que se dijo que había que eliminar, se inició una campaña salvaje de acoso contra Lobato. Lo más suave que se leía en los grupos de militantes controlados por el sanchismo era la palabra «traidor».
Lobato, quien siente el PSOE y la política de una forma antitética a como lo hace Sánchez, no podía soportar eso y, además de las más que probables presiones ejecutivas, cedió. «He tomado la decisión de no continuar como Secretario General del PSOE de Madrid. Lo hago para poner freno a una situación de enfrentamiento y división grave que se estaba generando en el partido, que sólo iba a dañar al PSOE en Madrid y a los avances en la unidad que habíamos conseguido en estos tres años».
A diferencia de Sánchez, que basa su acción política en el enfrentamiento contra el que haga falta, sea propio o ajeno, hasta llevarlo a la destrucción absoluta, Juan Lobato tiene otra forma de actuar y lo dice en su comunicado de una manera que no deja lugar a la duda: «Siempre he dejado claro que la política en la que creo tiene como esencia el diálogo y el debate, el servicio público, la honestidad y el interés general. Creo en la política en la que personas con posiciones diferentes podamos acordar cosas que beneficien a los ciudadanos. Porque el bien común tiene que estar por encima de cualquier posición política. Yo no creo en la destrucción del adversario, en la aniquilación del que discrepa y del que piensa diferente. Insisto: para mí la política es otra cosa».
Y esa otra cosa es, precisamente, lo que dignifica a la política en un país democrático. En medio de un escenario de polarización y crispación es, precisamente, ese modelo el que necesitan los ciudadanos. Lobato, por más que pudiera parecer falto de carácter, representa, no en su persona, sino el modo de ejecutar la política que se precisa en la actualidad. Bajar el balón a tierra para, desde el compromiso democrático, frenar el ascenso de los extremismos, tanto de ultraderecha como de ultraizquierda.
Sin embargo, el partido de Sánchez decidió que el único modo de que sobreviviera un político mediocre es el incrementar la crispación y la polarización, crear muros que, en realidad, sólo sirven de cortina de humo para ocultar el fracaso más absoluto de su acción de gobierno. Tal vez por eso, Juan Lobato pueda pasear con su familia por la calle con total tranquilidad, mientras Sánchez se atrinchera en la Moncloa o sale huyendo como Forrest Gump mientras otros dan la cara por él.
Tener una visión política diferente a la del líder supremo no es traición. Ese es uno de los errores del partido de Sánchez o del propio Sánchez: la imposición y el enfrentamiento. Ante esto, Lobato da una lección que desde la dirigencia del actual no podían permitir porque es una forma de hacer política digna y democrática y la democracia en el partido de Sánchez brilla por su ausencia, desde el año 2014, por más que se engañe a la militancia con la falsa ilusión de que sí existe.
«Es mucho más importante en todo momento proteger y fomentar la buena política que a quienes la ejercemos circunstancialmente. Sin duda mi forma de hacer política no es igual ni quizá en ocasiones compatible con la que una mayoría de la dirigencia actual de mi partido tiene. No pasa nada. Lo asumo democráticamente […] Gente con distintas opiniones pueden sumar y aportar ideas. Es la política que he aplicado en cualquier lugar o posición en la que he representado a la ciudadanía y a mi partido. La que escucha, la que argumenta, la que no insulta o aniquila al propio o al de enfrente, sino que trata de convencerle y buscar puntos en común […] Un partido que debe tomar las decisiones por mayoría y esas decisiones se deben argumentar, compartir y no imponer. Y en el que, una vez acordadas, se defienden y se aplican por todos. Un PSOE en el que no se ataca o se denosta al que no coincide con la opinión de la dirección del partido en cada ámbito territorial», afirma Lobato en una declaración llena de dignidad política.
Sánchez no podía permitir que se mostrara otro modo de hacer política, en el que se llegan a acuerdos con otros partidos por interés de la ciudadanía, no por lo que interesa a una persona concreta. Por ejemplo, Lobato y Ayuso se pusieron de acuerdo para aprobar normativa que frene una de las lacras que afectan más afectan a la juventud y la infancia. No pasó nada. Ni a Ayuso le salieron sarpullidos ni a Lobato le diagnosticaron ninguna enfermedad. Y, todo ello, sin que la presidenta madrileña le ofreciera un paquete económico a cambio ni que el ya exlíder socialista le exigiera una contraprestación. La política no es un negocio, es el servicio a los ciudadanos, algo que, aunque Sánchez no crea en ello, es fundamental en democracia.
Como decía el vigésimo verso del Cantar de Mío Cid, «Dios, qué buen vassallo, si oviesse buen señor». El PSOE ha perdido a un activo fundamental. El partido de Sánchez ha ganado cinco minutos más de gloria, pero la gloria de las satrapías suele ser tan escasa como el tiempo de vida de las mentiras.