Los partidos progresistas de Europa deberían estar en un momento de profunda reflexión sobre las causas reales del descalabro que sufrieron en las últimas elecciones europeas. Sin embargo, en los distintos países se ha escuchado poca autocrítica y mucho ataque a las formaciones de extrema derecha que han crecido exponencialmente y, en algunas democracias supuestamente avanzadas, han sido las ganadoras de los comicios.
La izquierda es, quizá, la principal responsable del crecimiento de estos partidos o asociaciones de electores que proclaman el odio como vector fundamental de sus programas, que trasladan a una ciudadanía desmoralizada la necesidad de romper con un sistema injusto y corrupto. Este segundo punto es el que ha olvidado la izquierda: se han convertido en cómplices de los verdugos y el pueblo los está castigando por ello.
Los resultados han sido tan absolutamente desastrosos que aún hay réplicas del seísmo. La ciudadanía está dando la espalda a la izquierda, porque el progresismo ha abandonado al pueblo. Esto genera un problema aún más grave que es la tentación, sobre todo de los partidos socialdemócratas, de luchar contra los ultras virando sus políticas aún más a la derecha, lo que les metería de lleno en el ámbito ideológico de las formaciones que conforman el Partido PopularEuropeo.
La historia de la izquierda europea ha estado marcada por la división, el enfrentamiento y la lucha fratricida. Eso es algo tradicional, no es ninguna exclusiva. Sin embargo, la cuestión se acrecentó tras la crisis de 2008, el epicentro de la actual situación social. La facción socialdemócrata/socialista se convirtió en cómplice de las políticas de recortes y austeridad al no presentar un frente común frente al avance neoliberal. En España, el ejemplo está en las reformas constitucionales de José Luis Rodríguez Zapatero. En Francia, las políticas de François Hollande y Manuel Valls, más duras contra la clase trabajadora que las implantadas por partidos de la derecha.
Ante la complicidad de la socialdemocracia surgieron en distintos países movimientos de izquierda que, una vez alcanzaron el poder, fueron incapaces de aplicar un programa realmente efectivo y progresista. Esto se produjo por varias razones, entre las que destacan, en primer lugar, la pretensión de implementar medidas desde el activismo y la utopía sin entender cómo funcionan los resortes de poder. En segundo término, la falta de conocimiento de que los cambios en política no se pueden imponer sobre la base de la superioridad moral, sino desde el entendimiento y el acuerdo con quienes detentan el poder. Además, en algunos casos se utilizaron fórmulas que ya han fracasado en otros países del mundo, sobre todo en América Latina.
La ciudadanía está dando la espalda a la izquierda, porque el progresismo ha abandonado al pueblo
En el momento actual, esos desacuerdos tan habituales como legítimos no pueden terminar en una mayor división, porque la extrema derecha está bebiendo, precisamente, de los sectores de la población tradicionalmente progresistas. Por más que los partidos pretendan ignorarlo, la realidad es que la falta de respuestas de la izquierda está llevando a la gente, a las víctimas del sistema, a buscar soluciones donde, seguramente, no las hay.
Francia está dando un ejemplo al resto de países europeos. Tras la convocatoria de elecciones legislativas de Emmanuel Macron, los socialistas, los verdes, los comunistas y el partido progresista Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon se han unido para formar el Nuevo Frente Popular, una coalición que, a pesar de las diferencias internas, tiene un programa común.
Los primeros resultados de esa candidatura conjunta ya son visibles en los primeros sondeos electorales, dado que ese Nuevo Frente Popular ya se ha situado a sólo unos pocos puntos de la formación de Marine Le Pen y ha dejado atrás al partido de Macron.
Sin embargo, para lograr frenar a la extrema derecha la izquierda debe dejar de renunciar a sus principios y posicionarse en el lugar que jamás debió abandonar. Tradicionalmente, la izquierda ha tenido éxito movilizando a aquellos que están frustrados con el sistema político. Los datos son crueles y demuestran que esa porción de la ciudadanía está yéndose hacia el terreno de la ultraderecha. El mejor ejemplo de ello se encuentra entre los jóvenes que copan más del 60% del voto captado por estas formaciones populistas.
Por esa razón, la izquierda se encuentra en una posición en la que no puede pasar más tiempo defendiéndose de la agenda reaccionaria, populista y manipuladora de las formaciones ultras. Ha llegado la hora de pasar al ataque y eso sólo se consigue con la implementación de medidas realmente efectivas que muestren a la ciudadanía que el progresismo ha regresado del lado oscuro de la complicidad con los verdugos.
Si la izquierda pretende sobrevivir, sólo tiene que decir basta a las injusticias y promover políticas que terminen con la desigualdad que sufren las clases medias y trabajadoras desde 2008. No es normal que en países donde están gobernando opciones progresistas esté aumentando la pobreza y la precariedad laboral mientras las grandes empresas y los altos ejecutivos están ganando más dinero que en toda la historia.
Tampoco es una buena opción mimetizarse en los tótems del discurso de la extrema derecha presentando soluciones más dulcificadas que las propuestas por los ultras.
En un estudio de la Universidad de Cambridge publicado en 2022, los investigadores descubrieron que complacer a la extrema derecha en un tema como la inmigración no frena su ascenso e incluso puede ayudarlo a crecer. Eso es lo que han hecho, por ejemplo, en la Unión Europea con el nuevo pacto migratorio, que no es más que una versión light de las medidas promovidas por Giorgia Meloni o Viktor Orban.
Al fin y al cabo, se trata de una legitimación del discurso antiinmigración de la extrema derecha y el efecto logrado será el reforzar a estos partidos frente a una ciudadanía que cada vez ve con peores ojos la llegada de migrantes a sus respectivos países.
En Dinamarca, los socialdemócratas liderados por la primera ministra Mette Frederiksen han adoptado políticas de inmigración cada vez más restrictivas en desde la irrupción de la extrema derecha. En las elecciones europeas terminaron por detrás de esta formación.
Francia muestra nuevamente esta dinámica de partidos centristas que endurecen sus posturas sobre la inmigración pero no logran separar a los votantes de la extrema derecha. El resultado ya es conocido: Le Pen dobló el apoyo ciudadano respecto a Macron a pesar de que éste firmó un proyecto de ley de inmigración casi copiado de ella.