«La gente le ha perdido el miedo al fascismo»

24 de Septiembre de 2022
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Meloni Fascismo

Hoy se celebran elecciones en Italia y no es descartable que la representante del neo fascismo italiano, Giorgia Meloni, se convierta en la nueva primera ministra apoyada por la Liga de Matteo Salvini y por el partido de Silvio Berlusconi. En algunos sondeos se señalaba que ese bloque podría alcanzar el 80% de los votos. Ahora parece que esa mayoría tan importante ha hecho reaccionar a una parte de los votantes más progresistas hacia el Movimiento 5 Estrellas (M5S), pero todo indica que será insuficiente y que la lideresa de Fratelli d’Italia y sus aliados obtendrán más del 60% de los votos.

No hay que entrar a realizar análisis desde la ideología para intentar comprender cómo una sociedad moderna y democrática como la italiana quiere que una política de pensamiento fascista, bajo el lema «Dios, patria y familia», sea su próxima gobernante. El análisis que nos lleva a esta situación está situado en el escenario social, económico y político.

Una empresaria italiana, que ha querido mantenerse en el anonimato, ha afirmado a Diario16 que «siempre voté al Partido Democrático, salvo en las últimas elecciones que, decepcionada por Matteo Renzi, voté al Movimiento 5 Estrellas. En estas elecciones votaré a Meloni».

¿Cómo es posible que una mujer que desde que pudo votar confió en los partidos socialdemócratas y de izquierda ahora lo haga a una candidata misógina y fascista? «La gente le ha perdido el miedo al fascismo. No solamente en Italia, en todo el mundo. A la gente el sistema le ha fallado porque el sistema se ha convertido en un nido de corrupción y de defensa de los intereses de los que más tienen. La democracia, como la conoció mi madre, ha fallado a quien tenía que proteger. Un ‘socialdemócrata’ [hace el gesto de las comillas] como Renzi provocó que el representante del capitalismo más cruel, como es Mario Draghi, se convirtiera en primer ministro en un momento de crisis social y económica. El Movimiento 5 Estrellas tampoco ha hecho, o no les han dejado hacer, todo lo que prometieron para la gente. La Justicia sigue siendo un nido de corrupción, los bancos continúan condicionando las políticas económicas, pero ninguno de los partidos ‘tradicionales’ ha hecho nada por la gente. Entonces, ¿en quién confiamos? Tú miras las candidaturas y no hay nada nuevo, salvo Meloni. Es populista, cierto. Es una fascista, cierto. Pero el resto ya ha gobernado y no ha hecho nada porque el sistema actual es el que es. Por eso la gente va a votar a Meloni para ver si es posible que este sistema corrupto salte por los aires. Ya no queda nada por probar y si Meloni falla, entonces sólo quedará la revolución», afirma la empresaria.

El suicidio de la democracia

La crisis de 2008 fue un punto de inflexión para la humanidad, el asalto de las élites económicas, financieras y empresariales al sistema democrático. Además, fue el punto de partida de la destrucción del «estado del bienestar» y de los derechos sociales, sobre todo en Europa.

La larga recesión, que muchos analistas consideraron como una parte más del ciclo económico y de la que muchos países, como España, no se habían recuperado cuando el mundo se paralizó por la pandemia, provocó unos niveles de desigualdad y unas vulneraciones de los derechos de la ciudadanía desconocidos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Fueron las democracias y los partidos de las tendencias ideológicas tradicionales las que permitieron unos recortes tan salvajes al estado del bienestar que diluyeron las esencias fundamentales de los estados democráticos.

No se trató de la tradicional lucha entre ricos y pobres, entre clases sociales, sino que fue un ataque directo del sistema orientado a la destrucción de las clases medias. Por eso, desde 2008, el número de millonarios ha crecido en la misma proporción que subían los índices de pobreza. La distribución de la riqueza se ha orientado hacia la acumulación por parte del 1% de la población del 82% de la riqueza total del planeta.

Los gobiernos democráticos han sido los cómplices necesarios para que este golpe se pudiera aplicar de la manera más cruel. Mientras las familias de todo el mundo occidental llevan sufriendo una depauperación de sus condiciones de vida y una vulneración constante de sus derechos, los gobiernos socialdemócratas, de centro derecha, liberales o de movimientos de izquierda no han dudado en aprobar medidas que sólo tienen como beneficiario a ese 1% más rico.

Además, esos mismos gobiernos han protegido a las élites en su elusión y evasión de impuestos con políticas fiscales que han convertido en legal lo que es ilegal y que provocan que las cuentas públicas sufran una pérdida anual de 1 billón de euros en impuestos. Ese dinero, que debería estar al servicio del estado del bienestar para mantener la sanidad, la educación y la protección social, se encuentra en paraísos fiscales, territorios que, además, están aumentando de número. Un ejemplo de esa protección lo dio la Unión Europea cuando sacó a las Islas Caimán de su lista de paraísos fiscales.

La caída del capitalismo

El capitalismo ha muerto, ha caído como lo hicieron el comunismo y el sistema democrático basado en la igualdad que determinan los derechos y libertades.

La crisis de 2008 también desnudó los mecanismos aplicados por las élites económicas, financieras y empresariales. Se pasó de un sistema basado en generar una cierta prosperidad para que las clases medias y trabajadoras tuvieran capacidad de consumo para alimentar ese sistema capitalista a un mecanismo de concentración de riqueza y poder en manos de una delgada élite transnacional.

Este nuevo escenario sólo era posible imponiendo un desarrollo desigual que propiciara un incremento de las desigualdades sociales en el mundo. Este nuevo mecanismo necesita del miedo para poder imponer una desmedida explotación del trabajo, la depredación ambiental y la la economía basada en la especulación, además de los peligros derivados de las escaladas de violencia y guerra.

Ahora más que nunca, este nuevo sistema que ha sustituido al capitalismo ha incidido en que la vida humana representa un activo desechable y, por tanto, se le puede denegar la propia existencia cuando deja de ser rentable.

Nuevamente, los gobiernos democráticos liderados por socialdemócratas, conservadores, liberales y progresistas son responsables de no haber hecho frente a la andanada de ese 1% más rico y, en consecuencia, se convirtieron en cómplices.

La Justicia como arma de destrucción masiva

Las administraciones de Justicia de los países democráticos tienen la corrupción metida hasta el tuétano.

Según datos de la Comisión Europea, la percepción de la independencia por parte de la población ha disminuido en aproximadamente un 40% de todos los Estados miembros. Esta situación, en la que la ciudadanía ya no cree en la Justicia, se produce por la percepción de la injerencia o la presión de los gobiernos y de las presiones ejercidas por intereses económicos.

En todos los países democráticos se dictan a diario sentencias escandalosas que exoneran de responsabilidad civil o penal a las élites o a la clase política, a pesar de que las pruebas presentadas e investigadas en los procesos judiciales demostraran que se habían cometido delitos. Designación y repartos de jueces ad hoc, traslados a juzgados con la finalidad de cerrar causas, creación de doctrinas legales personalizadas para salvar a grandes empresarios, políticos y banqueros, retorcimiento de la ley o inaplicación de artículos de los códigos penales para exonerar graves delitos son algunos de los ejemplos de la corrupción judicial que se extiende como una plaga por los terceros poderes de las democracias occidentales.

Y todo ello ocurre sin que los gobiernos hagan nada para reformar una institución que sigue funcionando con los mismos parámetros que en el siglo XIX en la gran mayoría de los estados. Ningún presidente elegido por el pueblo en las urnas, de ninguna tendencia ideológica, se ha atrevido a frenar esta situación. Nadie ha tenido la valentía, no sólo de intervenir los órganos judiciales, sino a detener las redes de influencias que los grandes despachos de abogados tejen para que las élites económicas, políticas, financieras y empresariales sigan gozando de impunidad. Todo ello a cambio, además, de unas migajas de la riqueza de ese 1% de la población.

La única salida de la ciudadanía

Todo lo anterior son sólo algunas de las causas por las que la ciudadanía está depositando su confianza en esos movimientos o partidos de extrema derecha, con los matices que puedan existir en cada país. Por desgracia, hay muchos más.

Los pueblos del mundo democrático se han sentido traicionados por las ideologías tradicionales. Ni izquierda ni derecha han actuado en favor de su ciudadanía, sino que se han convertido en los títeres de ese 1% y no han dudado en entregarse para que los dirigentes tengan garantizado un futuro profesional y bien pagado una vez que dejen el poder.

Las ideologías han fallado al pueblo, al igual que los partidos socialdemócratas, liberales, conservadores y de la nueva izquierda. Nadie, insisto, nadie ha hecho nada. Sólo han dado cierta pátina de maquillaje del malo como coartada y argumento de marketing político.

Por eso han surgido figuras como Donald Trump, que alcanzó el poder ofreciendo algo tan sencillo como puestos de trabajo. Luego, una vez que pisó la Casa Blanca realizó una reforma fiscal que favorecía a la casta de los multimillonarios, destrozó el poco estado del bienestar que hay en los Estados Unidos. Sin embargo, la gente le sigue apoyando porque aumentó la creación de empleo.

La extrema derecha, el fascismo, el neonazismo, el neofranquismo, o como queramos llamarlo, crece porque la ciudadanía ya no le tiene miedo ya que, en realidad, lo que asusta al pueblo es el presente y el futuro más inmediato, la incertidumbre de no saber qué va a ocurrir mañana con sus vidas, si van a tener trabajo o las leyes aprobadas por los gobiernos democráticos que favorecen y abaratan los despidos les van a afectar.

La gente le tiene pánico a ver cómo su salario se termina el día 10 de cada mes porque el pago de la hipoteca o del alquiler se lleva más del 60% de lo que gana una familia.

No hay más que recordar el discurso que en la serie House of Cards en el que el personaje de Frank Underwood, interpretado por Kevin Spacey, afirma que los derechos sociales son un impedimento para la creación de empleo. Ese es el postulado que, en muchos países, ya se está implementando. Es decir, la renuncia a la sanidad, la educación pública o la protección social a cambio de un trabajo. Ahora mismo, la situación que los socialdemócratas, liberales, conservadores y movimientos de izquierda han creado en favor de ese 1% es el caldo de cultivo perfecto para que la ciudadanía esté dispuesta a perder sus derechos a cambio de un empleo que le dé un sustento y una vida digna.

El pueblo está aterrorizado frente a la incertidumbre y soliviantado contra la inacción y los parches. La gente ya ha probado a depositar la confianza en socialdemócratas, conservadores, liberales y movimientos de la nueva izquierda. Todos les han fallado y, por desgracia, sólo les queda por probar la extrema derecha. Por eso ganará Meloni, por eso crece Vox en España, Le Pen estuvo a punto de ganar las elecciones o Donald Trump podría volver a la Casa Blanca.

La más que probable victoria de Fratelli d’Italia de hoy es el último aviso para los demócratas. O gobiernan para el pueblo, aunque eso les obligue a enfrentarse al 1%, o el futuro de las democracias estará en manos de quien no cree en ella. Y ya no vale con asustar con el «que viene el fascismo», porque la gente ya no le tiene miedo.

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