La islamofobia de Vox, estrategia de poder

La realidad destruye la propaganda de Vox. Cómo los datos desmienten la islamofobia de la extrema derecha y el mito de la gran invasión

11 de Agosto de 2025
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Abascal Vox Islamofobia
Santiago Abascal junto a la líder de la extrema derecha francesa Marine Le Pen | Foto: Vox

En la Europa del siglo XXI, una sombra crece al ritmo de los discursos encendidos de ciertos sectores políticos. Bajo la apariencia de una legítima preocupación por la seguridad o la cultura nacional, partidos de extrema derecha han tejido un relato sostenido por el miedo y el prejuicio: la supuesta invasión musulmana que estaría transformando demográfica, cultural y religiosamente al continente. Esta narrativa, con múltiples variantes, se ha popularizado bajo conceptos como el “gran reemplazo” o la “gran invasión”, donde el islam y la inmigración se presentan como amenazas existenciales para las sociedades occidentales.

En España, esta visión ha sido promovida con intensidad por fuerzas como Vox, que insisten en que Europa está siendo objeto de una colonización silenciosa, planificada desde países de mayoría musulmana, con el objetivo de alterar la identidad de las naciones europeas. Pero cuando estas afirmaciones se confrontan con datos oficiales, estudios académicos y análisis internacionales, el andamiaje se viene abajo. La realidad que ofrecen las cifras es muy distinta a la que pintan los discursos alarmistas.

Según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), la población musulmana en España en 2024 se sitúa en torno a los 2,3 millones de personas, es decir, menos del cinco por ciento de la población total del país. De ese total, cerca de la mitad ya tiene nacionalidad española. Estas cifras desmienten la idea de una oleada migratoria incontrolable, y más aún la de una sustitución demográfica. De hecho, desde hace varios años, el flujo migratorio procedente de países musulmanes muestra una tendencia a la estabilización, e incluso en algunos casos a la baja, como consecuencia de las restricciones fronterizas y de los acuerdos de externalización de fronteras que han endurecido las rutas hacia Europa.

En el conjunto de la Unión Europea, la situación es similar. Eurostat confirma que los ciudadanos procedentes de países de mayoría musulmana representan un porcentaje reducido y muy estable dentro del conjunto de la población. En Francia, que alberga la mayor comunidad musulmana del continente, los estudios del Instituto Nacional de Estudios Demográficos (INED) descartan categóricamente cualquier posibilidad de que esta población se convierta en mayoría, ni siquiera a largo plazo. Las proyecciones demográficas más serias indican que ni en uno ni en dos siglos se daría un fenómeno semejante.

Pero el miedo no necesita pruebas; se alimenta de imágenes, titulares y prejuicios. En ese contexto, uno de los ejes más peligrosos del discurso islamófobo es la asociación sistemática entre islam y terrorismo. La narrativa de que el islam es una ideología incompatible con la democracia, que propicia la violencia y que amenaza la seguridad de Europa, ha calado en amplios sectores de la opinión pública. Sin embargo, nuevamente, los datos cuentan otra historia.

El último informe TE-SAT elaborado por Europol, la agencia policial de la Unión Europea, señala que sólo el cinco por ciento de los atentados terroristas cometidos en territorio europeo en 2023 fueron atribuidos al extremismo islamista. La mayoría de los actos violentos registrados correspondieron a grupos separatistas o de extrema derecha. Esta tendencia se mantiene desde hace varios años y revela que el foco real de la violencia extremista en Europa se ha desplazado. Incluso en países como Alemania, la amenaza más creciente, según sus propios servicios de inteligencia, proviene de organizaciones neonazis o ultraderechistas.

Diversos estudios académicos han puesto también de relieve el sesgo mediático y político en el tratamiento del terrorismo. En muchos casos, los crímenes perpetrados por personas blancas, cristianas o vinculadas a la ultraderecha no reciben la misma cobertura que aquellos cometidos por musulmanes, incluso cuando el número de víctimas es similar o mayor. Este desequilibrio contribuye a reforzar la falsa percepción de que el terrorismo tiene rostro musulmán.

Frente a esa narrativa del miedo, los hechos muestran que la mayoría de los musulmanes que viven en Europa están plenamente integrados. En España, más del ochenta por ciento de los musulmanes de segunda generación habla perfectamente el idioma, ha cursado estudios en el sistema educativo nacional y participa activamente en el mercado laboral. Además, la mayoría se identifica como española y considera este país como su único hogar. Lejos de representar un cuerpo extraño, se trata de ciudadanos que forman parte del entramado social, económico y cultural de las ciudades y barrios en los que viven.

El 60 por ciento de los musulmanes en Europa posee la nacionalidad del país en el que reside, lo cual demuestra que no se trata de una comunidad aislada ni ajena a los valores democráticos. De hecho, encuestas realizadas por el Pew Research Center han evidenciado que la mayoría de los musulmanes europeos valora la democracia, respeta la libertad religiosa y defiende el pluralismo político, en niveles muy similares al resto de la población.

Sin embargo, la extrema derecha no construye sus discursos sobre estos datos, sino sobre una necesidad política: encontrar un enemigo interno que permita movilizar emociones, canalizar frustraciones y justificar políticas autoritarias. La islamofobia no es solo una expresión de racismo o intolerancia religiosa, sino una estrategia de poder. A través de ella se demoniza a una parte de la población, se erosiona la cohesión social y se socavan los principios de igualdad y no discriminación.

La proliferación de discursos de odio en redes sociales y medios afines ha amplificado el impacto de esta narrativa. En muchos casos, se difunden informaciones falsas o descontextualizadas, imágenes manipuladas y estadísticas inventadas que refuerzan los prejuicios. Como consecuencia, en países como Francia o Alemania, los delitos de odio contra musulmanes se han disparado en los últimos años. En España, las agresiones verbales y físicas contra personas musulmanas, mezquitas o símbolos islámicos también han crecido, impulsadas por un clima político en el que la islamofobia ha dejado de ser tabú para convertirse en discurso electoral.

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