La administración Trump expulsó recientemente de Estados Unidos al embajador de Sudáfrica, Ebrahim Rasool. El discurso no llevaba nada que fuera objetable, salvo si se vive en la realidad paralela que Trump y sus fanáticos seguidores han creado. Es más, la conferencia de Rasool fue bastante aburrida aunque contenía una verdad que la nueva administración estadounidense no podía permitir: «Donald Trump está lanzando un ataque contra los gobernantes, contra aquellos que están en el poder, movilizando un supremacismo contra los gobernantes en el país».
Esta frase requiere cierta interpretación, ya que cuando habla de «gobernantes» no se está refiriendo a políticos, sino a los ciudadanos depositarios de la soberanía nacional, que están viendo cómo se está lanzando un ataque frontal contra la protección social del Estado, contra los programas de salud, de protección de la alimentación o de la vivienda, mientras se pretende legislar para que los multimillonarios que regaron de centenas de millones de dólares la campaña de Trump acumulen más riqueza. El mensaje también iba dirigido a los miembros del Partido Republicano que aún no han sido abducidos por la secta de Trump ni seducidos por la bilis de la CPAC.
En esencia, el embajador estaba señalando que Trump y MAGA han lanzado una campaña para promover la supremacía blanca en un país donde el movimiento por los derechos civiles logró suficiente progreso para ser calificado hoy como la corriente principal.
Esta es una acusación real. Entre todas las acciones racistas de la actual administración, quizás la más indignante sea la promesa de Trump de agilizar la ciudadanía estadounidense para los afrikáans blancos de Sudáfrica que, según él, sufren discriminación. Hay que recordar que Elon Musk es sudafricano y que no se habla con su padre, un hombre que se opuso frontalmente al régimen de apartheid impuesto, precisamente, por los afrikáans.
Así que, mientras el gobierno deporta a miles de personas negras y morenas e intenta arrebatarles la ciudadanía por nacimiento a aún más personas de color, ofrece una vía rápida para obtener la ciudadanía de un grupo de blancos de África. Esto es nacionalismo blanco, es incitación al racismo.
Las propuestas de Trump a los afrikáans también representan un sorprendente retroceso de la política estadounidense a las posturas favorables al apartheid de la década de 1980, cuando el gobierno de Ronald Reagan desafió a la opinión pública mundial al mantener fuertes relaciones con el régimen de la minoría blanca en Sudáfrica. En aquel entonces, el movimiento antiapartheid en ese país instaba al mundo a boicotear, sancionar y desinvertir en Sudáfrica (BDS).
Ahora que un supremacista blanco se ha convertido en presidente de los Estados Unidos, se plantea la disyuntiva sobre si el mejor modo de someter a Trump es a través de un boicot comercial a los Estados Unidos.
Mientras la administración Trump impone restricciones a los viajes de 43 países a los Estados Unidos, mientras aplica aranceles contra aliados y adversarios por igual, mientras se acerca a autócratas como Vladimir Putin de Rusia, mientras desmantela programas federales diseñados para ayudar a las personas necesitadas en todo el mundo, mientras se retira del acuerdo climático de París y del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, mientras deporta ilegalmente a miles de personas y envía a algunas de ellas a prisiones/campos de tortura en El Salvador, mientras expresa su apoyo a partidos políticos neonazis, mientras amenaza con apoderarse de Groenlandia y absorber Canadá, es hora de que el mundo democrático trate a Estados Unidos como a un paria, como a un «intocable», tal y como llevan décadas reclamando movimientos anticapitalistas y antiimperialistas que en la actualidad, sorprendentemente, se han transformado en defensores acérrimos de Trump.
El pianista András Schiff ya lo ha hecho al anunciar que ha cancelado sus próximos compromisos y que no actuará en Estados Unidos. Este hombre es coherente con su ética personal, dado que ya se ha negado a actuar en autocracias como Rusia o su Hungría natal. Schiff fue contundente al afirmar que «quizás sea una gota en el océano. No espero que muchos músicos sigan el ejemplo. Pero no importa. Es mi propia conciencia. En la historia, uno tiene que reaccionar o no reaccionar».
Estados Unidos ha violado el derecho internacional y los valores universales de la democracia y los derechos humanos en el pasado. Pero esta vez, la administración Trump ha cruzado tantos límites que amenaza con derrocar el propio sistema de derecho internacional. Por tanto, las democracias occidentales, sobre todo la Unión Europea, ha de ser coherente con sus acciones con otros países e imponer sanciones unidas a un boicot a los productos y las grandes empresas estadounidenses hasta que Trump mantenga sus políticas actuales. Hasta entonces, ni viajes turísticos, ni inversiones, ni comprar en todas las grandes corporaciones que se han postrado y besado el nudo del globo de Trump. La nueva administración está, en efecto, boicoteando al mundo al retirarse de las instituciones internacionales y violar las normas internacionales. El mundo tiene que devolverle el favor.
Aislar a Trump
Los aranceles indiscriminados de la administración Trump ya han provocado que varios países respondan de la misma manera. Canadá ha impuesto aranceles por 32.800 millones de dólares a Estados Unidos, mientras que Europa ha impuesto aranceles por valor de 28.000 millones de dólares. China anunció un arancel del 15% al carbón y al gas natural licuado estadounidenses, junto con un arancel del 10% a otros productos, como el petróleo crudo, la maquinaria agrícola y las camionetas.
Los ciudadanos están, una vez más, anticipándose a la clase política y le están dando a Trump donde más le duele. Los canadienses cancelan viajes a Disney World y festivales de música. Los europeos revocan sus reservas a paquetes turísticos en la Costa Este, sobre todo Nueva York, y a visitas a los parques nacionales estadounidenses. Los chinos, que son el mercado emergente para el sector del turismo internacional, han virado desde enero sus visitas hacia Europa y Australia. Según los datos de Tourism Economics, se prevé que los viajes internacionales a Estados Unidos disminuyan un 5% este año, lo que provocará unas pérdidas económicas mínimas de 64.000 millones de dólares solo en 2025. Hasta la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, la firma de análisis turístico había pronosticado inicialmente un aumento del 9% en los viajes al extranjero, pero revisó su estimación a finales del mes febrero para reflejar las consecuencias de las «políticas y la retórica polarizadoras de la Administración Trump».
El actual presidente llegó al poder bajo la bandera del «Make America Great Again». Sin embargo, sus políticas políticas de Trump están perjudicando a Estados Unidos: desde la industria de viajes y los institutos de investigación que pierden subvenciones federales hasta el consumidor promedio que paga todos los aranceles a través de precios más altos.
Algunos analistas económicos recomiendan que otros países resistan la tentación de perjudicarse a sí mismos imponiendo sus propias sanciones. El economista Daniel Rodrik, por ejemplo, sugiere que los aranceles de represalia solo perjudicarán a los países que los imponen, por lo que la mejor estrategia «es minimizar el daño manteniéndose lo más lejos posible del acosador y esperando a que se derrumbe y se derrumbe en un rincón». Es la estrategia de apaciguamiento que ya demostró sus gravísimas consecuencias en la Europa de la década de 1930.
Otra opción es aplicar aranceles a los oligarcas estadounidenses: «Si Tesla quiere vender coches en Canadá y México, el propio Musk, como principal accionista de Tesla, debería pagar impuestos en Canadá y México. Hay que imponerle un impuesto sobre el patrimonio y condicionar el acceso de Tesla al mercado a que pague dicho impuesto», afirmó el economista Gabriel Zucman.
Cambiar los planes de viaje, imponer aranceles a los productos estadounidenses, gravar a los plutócratas estadounidenses: todas estas son estrategias potencialmente útiles. Pero no son suficientes.
Golpear donde más duele
Los movimientos y las políticas de Trump han provocado que haya quien piense que lo mejor es no llevarle la contraria, no provocar su ira, porque eso derivará en represalias muy dolorosas. Sin embargo, el apaciguamiento no funciona con gente como Donald Trump, como no funcionó con Adolf Hitler. Hay líderes políticos que esperan poder evitar la ira de Trump elogiándolo, invitándolo a desfiles militares cuando los visita o al menos manteniendo un perfil bajo con la esperanza de que no dirija su ira hacia ellos.
El mejor ejemplo de ello es el de Volodymyr Zelensky, quien ha hecho todo lo posible por congraciarse con Trump, sobre todo tras la desastrosa reunión en la Casa Blanca del mes pasado. Otro gallito que ha pasado sus labios por el regio nudo del globo. De esta forma, pudo reanudar la ayuda militar y el intercambio de inteligencia con Estados Unidos. Sin embargo, está a punto de ser traicionado en la mesa de negociaciones si la administración Trump acepta las duras condiciones de Rusia para un alto el fuego y un acuerdo de paz.
Se podría objetar que ningún país es lo suficientemente poderoso como para poner a Trump en su lugar. Y quienes podrían tener la oportunidad de hacerlo (China, Rusia) están más interesados en colaborar con Trump para dividir el mundo en esferas de influencia.
Pero eso aún deja muchos países que pueden unirse, como un ejército de pequeños y medianos liliputienses para frenar al Gulliver ebrio de poder. Simplemente tienen que golpear a Estados Unidos donde más le duele. No comprar productos de aquellas empresas estadounidenses que apoyan a Trump. Impedir que esas empresas inviertan en sus países. Reorientar las transacciones monetarias para alejarse del dólar.
La estrategia inteligente es no aplicar estas medidas de golpe, sino como hacía Muhammad Alí que iba machacando a su rival a base de jabs de izquierda para, finalmente, lanzar el crochet o el gancho de derecha definitivo. No es una estrategia para Mike Tyson, sino para Floyd Mayweather con una organización estratégica que obligue a Trump a retractarse de sus políticas más perniciosas. Las tácticas de denuncia o los canales diplomáticos no funcionan con líderes que no tienen vergüenza y a Trump hay que agarrarlo por la cartera porque ese es el único idioma que entiende.