La clase política de las democracias occidentales, principalmente socialdemócratas, conservadores y liberales, han afrontado las consecuencias de la crisis de 2008 a través de la rendición absoluta frente a las élites financieras, económicas y empresariales.
Las víctimas de esa rendición absolutamente inaceptable se cuentan por miles de millones. Uno de los sectores más afectados es el de los jóvenes, que ven cómo sus padres han tenido una mejor vida de la que ellos pueden aspirar a tener jamás y que el bienestar y la protección que deberían dar los Estados no es más que una utopía plasmada en ampulosas constituciones. Es decir, los derechos están plasmados en papel mojado y son más falsos que un billete de 17 euros.
La Tercera Ley de Newton plantea que toda acción genera una reacción de igual intensidad, pero en sentido opuesto. En consecuencia, siempre que un objeto ejerza una fuerza sobre otro, este último devolverá una fuerza de igual magnitud, pero en sentido opuesto al primero.
Eso es lo que han hecho los jóvenes. Han devuelto el golpe, se han rebelado contra una clase política que les ha olvidado votando a la extrema derecha, tal y como se ha demostrado en estas elecciones europeas. En todos los países de la UE, más de un 60% de los menores de 25 años han votado por las opciones ultras. En Alemania, por ejemplo, esa cifra se acerca al 75%. Esto no es casualidad, es una revolución utilizando las herramientas del propio sistema.
Los millennials son ampliamente la generación precaria, la más afectada por la creciente desigualdad e inestabilidad en las sociedades democráticas. En 2017, el Financial Times los describió como «la primera generación que está en peor situación que sus padres».
Sin embargo, existen informes que sugieren que la riqueza de los jóvenes está en auge, y que los millennials se convertirán en la generación más rica de la historia. Todo esto es una falacia de los defensores del actual sistema económico opresivo que basa su funcionamiento en el acrecentamiento de la desigualdad y en la acumulación indiscriminada de riqueza por parte de la minoría del 1%.
Es cierto que hay algunos Millennials a los que les está yendo extremadamente bien. Por ejemplo, Mark Zuckerberg cuenta con un patrimonio neto de 164.500 millones de dólares. Sin embargo, la realidad de los jóvenes no es la del fundador de Facebook. El truco con el que los defensores del actual sistema económico y político justifican que a los Millenials les irá muy bien es que comparan generaciones en términos de sus resultados económicos promedio, lo que elimina la variable de las enormes discrepancias dentro de las generaciones.
En la actualidad, aunque la riqueza promedio de los hogares de los Millennials sea mayor que en las generaciones anteriores, la riqueza se ha distribuido de manera aún más desigual dentro de las generaciones. Abordar la desigualdad extrema de la riqueza requiere una intervención política urgente.
Las políticas para abordar la desigualdad se pueden dividir en aquellas que levantan a los de abajo, como un salario mínimo más alto y una mayor seguridad en el empleo, y aquellas que nivelan a los de arriba, como los impuestos sobre la riqueza y las sucesiones.
Los jóvenes no son todos unos fascistas o unos neonazis, sólo exigen lo que les pertenece constitucionalmente y que tanto los políticos como las élites financieras, empresariales y económicas les están negando. Socialdemócratas, conservadores, liberales y los movimientos de izquierda les han fallado, les han estafado. Antes de hablar de autoproclamarse muro contra la extrema derecha, mejor será gobernar para el pueblo y para garantizar el presente y el futuro de la ciudadanía. Luego llegan los Milei de turno y se echarán las manos a la cabeza.