León XIV, un misionero para pacificar un mundo roto

La elección del nombre es fundamental para entender el sentido del pontificado del nuevo papa: continuar con el legado de Francisco pero, sobre todo, de León XIII, el pontífice de los trabajadores y los pobres

09 de Mayo de 2025
Actualizado a las 12:31h
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León XIV
León XIV en un momento de su discurso 

El nuevo Papa, León XIV es un agustino misionero y, en el mundo actual, es clave. En el cruce entre fe y poder mundial se ha ido configurando una auténtica “geopolítica del espíritu”, en la que el impulso misionero de la Iglesia Católica trasciende lo meramente pastoral para incidir en las grandes dinámicas internacionales. Desde el mandato evangélico de “ir y hacer discípulos” hasta la diplomacia vaticana de nuestros días, el espíritu misionero se ha traducido en una presencia activa de la Santa Sede en foros globales, mediaciones de paz y alianzas estratégicas que buscan no solo difundir la fe, sino modelar estructuras de justicia, solidaridad y bien común.

Los orígenes de esta proyección geopolítica hunden sus raíces en la concepción de misión como “servicio integral al ser humano”. El Concilio Vaticano II rompió con el paradigma de una Iglesia encerrada en sus templos, proponiendo la idea de Iglesia en salida, llamada a implicarse en los procesos sociales y políticos de su tiempo. El Papa Pablo VI elevó la diplomacia vaticana a niveles sin precedentes.

Bajo el pontificado de Francisco ese legado misionero ha adquirido urgencia geopolítica. En Evangelii gaudium (2013) el Papa denunció las “ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera”, advirtiendo que el desequilibrio entre riqueza y pobreza es una crisis ética y antropológica que reclama respuesta comunitaria y política. Ante la ONU (2015) reclamó un multilateralismo con rostro humano, recordando que “ningún individuo o grupo humano está autorizado a pasar por encima de la dignidad y de los derechos de los demás”. Su encíclica Fratellitutti (2020) apeló a la fraternidad universal para superar muros y construir “puentes de solidaridad” entre naciones.

Frente a desafíos como la globalización de la indiferencia —denunciada por Francisco al lamentar las muertes de migrantes en el Mediterráneo— el espíritu misionero exige un compromiso activo de los Estados. León XIV está en ese bando, tal y como ha demostrado en su primer discurso en el que ha hecho varias menciones a la paz.

El Vaticano ha reclamado políticas de acogida y respeto a los derechos de los desplazados, recordando que la limitación del poder es inherente al concepto de derecho y que la seguridad humana debe primar sobre intereses geopolíticos de corto plazo. A su vez, organismos de la Iglesia apoyan en terreno proyectos de desarrollo sostenible, salud y educación en África, Asia y América, traduciendo el mandato misionero en impacto socioeconómico. Ahora, al frente de la Iglesia está un hombre que ha trabajado durante décadas con los más pobres.

Sin embargo, León XIV se enfrenta a enormes desafíos. La necesidad de diálogo con regímenes autoritarios choca con el riesgo de legitimar violaciones de derechos; la diplomacia discreta debe equilibrarse con la exigencia de transparencia y denuncia profética. Expertos en relaciones internacionales subrayan que la “geopolítica espiritual” del Vaticano se juega en la habilidad para ser puente sin convertirse en actor interesado, y para aliarse sin renunciar a la voz crítica en defensa de los más vulnerables.

La importancia del nombre

La elección de León XIV como nombre pontifical es clave para entender la orientación que pretende implementar en el nuevo papado. Se pretende ser la continuación de León XIII, un papa que marcó un antes y un después en la historia de la Iglesia al articular por primera vez una doctrina social coherente y sistemática que respondiera a los grandes desafíos de la era industrial. Su “revolución social” se inició con el reconocimiento de la cuestión social. Frente a la explotación obrera, la pauperización y los conflictos entre capital y trabajo, León XIII ofreció una mirada cristiana sobre el problema. En su encíclica Rerum novarum (1891) denunció el liberalismo económico extremo y el socialismo materialista, pero también criticó la indiferencia de los patrones y del Estado ante el sufrimiento de los trabajadores.

Propuso, además, que los obreros tuvieran derecho a un salario justo, a condiciones de trabajo dignas y a organizarse en sindicatos, y que los empleadores debían reconocer su dignidad. A la vez, subrayó el deber de los trabajadores de cumplir sus tareas con responsabilidad y de contribuir al bien común.

León XIII defendió un Estado que garantizara la justicia social, interviniendo cuando fuera necesario para proteger a los débiles, pero reforzó también el papel de las asociaciones intermedias (sindicatos, cooperativas, mutualidades) como espacios de solidaridad y autogestión. Toda su propuesta descansaba en la enseñanza de que la persona humana, creada a imagen de Dios, posee un valor inviolable. Esa convicción sirvió de base para articular derechos laborales, el principio de subsidiariedad y el destino universal de los bienes.

La revolución social de León XIII no quedó en un documento aislado, sino que inauguró la tradición de la Doctrina Social de la Iglesia. Su visión equilibrada entre capital y trabajo, libertad y justicia, sigue influyendo en los debates sobre economía, política y ética social. En suma, León XIII abrió el camino para que la Iglesia participara de manera constructiva en la solución de los problemas sociales modernos, defendiendo siempre la dignidad de la persona y el bien común.

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