La Tercera Ley de Newton plantea que toda acción genera una reacción de igual intensidad, pero en sentido opuesto. Es decir, siempre que un objeto ejerza una fuerza sobre otro, este último devolverá una fuerza de igual magnitud, pero en sentido opuesto al primero.
Ese proceso es el que está ocurriendo en la realidad sociopolítica global. El crecimiento de los discursos de odio y violentos por parte de la extrema derecha mundial generan, evidentemente, una reacción por la otra parte.
El culmen ha llegado con el intento de asesinato de Donald Trump, pero en los últimos meses, durante los procesos electorales celebrados en todo el mundo se ha elevado el nivel de violencia. En Francia, todos los partidos lo han sufrido. La portavoz del gobierno, Prisca Thevenot, y su equipo fueron atacados durante un acto de campaña. Los candidatos del centro derecha y de la izquierda también sufrieron episodios de violencia y agresiones. Evidentemente, la violencia genera violencia, y Marie Dauchy, candidata del partido de Marine Le Pen tuvo que suspender su campaña tras ser agredida en un mercado.
El intento de asesinato a Donald Trump se produce en un ambiente absolutamente polarizado y donde la violencia siempre está presente. Estos días se han repasado episodios similares del pasado, desde el asesinato de Abraham Lincoln, pasando por el de John Fitzgerald Kennedy o su hermano Robert, hasta el intento de asesinato de Ronald Reagan o de la congresista demócrata Gabby Giffords. Sin embargo, una de las causas principales de ese intento de magnicidio es, precisamente, el ambiente de polarización, de enfrentamiento y de violencia dialéctica utilizada por la extrema derecha mundial, en general, y por Trump en particular.
Esa retórica trumpista, seguida por muchos líderes políticos en todo el mundo tal y como se puede comprobar en los discursos de la CPAC, está llena de intolerancia y de terminar con el adversario político (que ellos denominan como enemigos) a través de la violencia si es necesario.
Eso se transmite a sus seguidores, quienes llevan mucho tiempo ejerciendo violencia política. En 2018, un partidario de Trump residente en Florida, envió bombas por correo a los adversarios políticos como Barack Obama, Hillary Clinton, John Brennan, Robert De Niro, Alexandria Ocasio-Cortez y Joe Biden.
En 2022, un partidario de Trump irrumpió en la casa de la entonces presidenta del Congreso, Nancy Pelosi, en San Francisco y golpeó en la cabeza a su marido con un martillo.
Pero no son sólo los seguidores de Trump, sino que también los propios representantes políticos del Partido Republicano han ejercido la violencia contra sus adversarios. En 2018, el excongresista por Montana, Greg Gianforte, agredió seriamente a un periodista que le criticaba. Trump elogió y aplaudió ese comportamiento: «Cualquier tío que pueda golpear a un periodista, ¡es mi tipo!» Por cierto, Gianforte se declaró culpable de agresión.
El culmen de esa violencia de los partidarios de Trump se certificó el 6 de enero de 2021 cuando una turba de fanáticos, entre los que se encontraban fanáticos supremacistas blancos, tipejos con cuernos en la cabeza o personajes con la bandera confederada, asaltaron el Capitolio con la intención de dar un golpe de Estado. Ese movimiento fue provocado por Donald Trump, tal y como queda revelado por las grabaciones y documentos de la Casa Blanca.
Trump y la extrema derecha global han hecho de la violencia una fuerza más frecuente en la política. El problema es que ahora esa violencia se ha vuelto contra él. Es la aplicación de la Tercera Ley de Newton. Quien disparó a Trump fue un joven que, según las informaciones hechas públicas por los medios estadounidenses y los informes del FBI, tenía cierto desequilibrio. Era un lobo solitario, pero en un país en el que todo el mundo puede conseguir un arma de manera legal, sobre todo si no se tienen antecedentes penales, el riesgo de que este suceso se vuelva a repetir contra cualquier candidato no es descartable.
En Estados Unidos parece más fácil que se produzca un magnicidio. Sin embargo, los líderes europeos tampoco están libres de peligro. El pasado mes de mayo, el primer ministro de Eslovaquia, el socialdemócrata Robert Fico, fue tiroteado y recibió cinco disparos por parte de otro lobo solitario de tendencia prorrusa que estaba en contra de su acción de gobierno.
El ambiente huele a que, tarde o temprano, habrá un magnicidio, ya sea en el lado de la extrema derecha o en el de los partidos democráticos. La violencia política es ya un hecho. Trump lo ha sufrido y es lamentable, mañana podrá ser cualquier otro, porque hay un problema social muy serio que los políticos no están sabiendo resolver. Cuando crece la desesperación, la fuerza del dedo es superior a la resistencia del gatillo. Cuando alguien ve que no tiene nada que perder, de perdidos al río. Y eso, ahora mismo, le puede suceder a cualquiera. Ningún presidente, primer ministro o candidato está libre de ser tiroteado.