El discurso de Nochebuena de Felipe VI suele esperarse con expectación dado que siempre deja cuestiones importantes sobre la mesa, sean acertadas o inadecuadas.
España es un país asolado por la crispación, la división, el enfrentamiento, el cuñadismo y, sobre todo, por la inestabilidad política. El discurso de este año debería ir en ese sentido, pero no en dejar palabras vacías, expresiones sin sentido, sino para poner la cara colorada a toda la clase política española porque ninguno, independientemente de la ideología que profesen, se merecen el lugar que ocupan.
En el sector privado, la ineptitud y la ineficacia de la clase política supondría un despido fulminante, procedente y justificado.
La clase política no puede ser ajena a la realidad que viven todos los ciudadanos que trabajan. Deben sentir el miedo a ser despedidos en cualquier momento y no tener la impunidad absoluta de los 4 años de legislatura.
Por esa razón, el Jefe del Estado, siempre dentro de sus funciones constitucionales que le dejan muy poco margen de maniobra, debe aprovechar la ocasión en la que se dirige a todos los españoles para lanzar la advertencia más radical a los políticos.
España está en una verdadera crisis democrática. Los populismos tanto de extrema derecha como de extrema izquierda llevan condicionando las relaciones políticas desde el año 2012. Es la respuesta a la ineptitud y la ineficacia de los políticos tras la crisis de 2008 que, en España, no se ha superado porque aún hay decenas de millones de ciudadanos que no han recuperado los niveles de bienestar y dignidad vital perdido hace 16 años.
No se trata de que Pedro Sánchez, Alberto Núñez Feijóo, Santiago Abascal, Isabel Díaz Ayuso, Yolanda Díaz, Ione Belarra o Gabriel Rufián sean tal o cual cosa. Es un mal general de toda la clase política española. Se anteponen los intereses partidistas e ideológicos al bien común y se colocan muros donde, ahora mismo, para frenar los populismos de extrema derecha y extrema izquierda, lo que se precisa es recuperar uno de los valores esenciales de cualquier régimen democrático: la capacidad para poder pactar con los que no piensan como uno mismo.
El discurso del rey debe contener advertencias sobre este asunto porque es crucial para la supervivencia de la democracia española. El país precisa de reformas muy profundas, empezando por la propia Constitución, que sólo serán posibles a través de una coalición entre los dos grandes partidos.
Felipe VI, evidentemente, no puede ni siquiera sugerir la posibilidad de unos pactos concretos, porque sus funciones constitucionales están muy delimitadas. Pero sí puede, como cualquier ciudadano español advertir a los políticos de que, de continuar con esta deriva, llegará un salvapatrias que concite el apoyo inicial de la ciudadanía.
La causa principal del crecimiento de los populismos, antes de la extrema izquierda y, ahora, de la extrema derecha es, precisamente, la incapacidad para gobernar de una manera eficiente y sin renunciar a esencias troncales de sus programas políticos.
La amenaza cada vez está más cerca de convertirse en una realidad. Se está viendo en los países europeos y el resultado de esa ineptitud tradicional ha llevado a un estafador como Donald Trump a arrasar en las últimas elecciones presidenciales.
El rey debe advertir de la enorme brecha que se ha abierto entre la ciudadanía y la clase política democrática. Esa ruptura sólo se podrá resolver con la unidad entre los demócratas. No es posible de otro modo y tanto el presidente del Gobierno como el líder de la oposición lo deben entender.
Atrincherarse en posiciones ajenas al consenso real, a la ruptura absoluta con los populismos, es el abono para la extrema derecha. Está creciendo y cada minuto que pasa se hace más fuerte, aunque los sondeos de intención de voto no lo muestren. No hay más que escuchar a la calle. No se trata de que España se haya llenado de fachas o de que hubiera millones ocultos. Se trata de que la realidad de todos los días está absolutamente alejada de la que ven los políticos.
Hay problemas muy graves que solucionar y sólo se podrá hacer con la unidad entre los demócratas. En otros países ha funcionado y se ha frenado el crecimiento de esos populismos. En Alemania, la gran coalición entre la CDU y el SPD proporcionó varias legislaturas de prosperidad para el pueblo alemán. En cuanto se rompió esa coalición, se han visto los resultados. Crecimiento fulgurante de los neonazis de AfD y ruptura fulminante del gobierno de Scholz.
Es cierto que no se puede trasladar lo que sucede más al norte de los Pirineos a la realidad española pero nunca se ha probado y es el momento de dar el paso. Por eso, el discurso de esta noche puede ser el punto de partida, la advertencia que los políticos escuchen del Jefe del Estado, el punto de inflexión que inicie una actividad política que salve a la ciudadanía española de los sueños autoritarios de algunos que predican que la única solución para España es quitarle la voz a los ciudadanos hasta el año 2100.