Tras los resultados de las elecciones generales de 2023 se hizo necesario recordar a mucha gente que España es una democracia parlamentaria, no presidencialista, tras la insistencia del Partido Popular en que Alberto Núñez Feijóo debía ser investido presidente del Gobierno sólo por el hecho de que sólo debía gobernar la lista más votada.
Sin embargo, desde el año 2018 ya es la costumbre que Pedro Sánchez no rinda cuentas ante el lugar donde reside la soberanía popular, es decir, el Parlamento. Ayer mantuvo una ronda de consultas con los portavoces de los diferentes grupos parlamentarias, excepto Vox, para explicarles la nueva estrategia de defensa de la Unión Europea y para intentar conseguir el apoyo de cada una de las fuerzas políticas para un incremento presupuestario dedicado a la defensa.
La cuestión es que son muchos los partidos que tienen la sospecha de que Sánchez pretende saltarse cualquier tipo de control parlamentario para aprobar dicho incremento. Ese es el terreno de Sánchez, el fango de la autocracia que ya ha impuesto en su partido y que le gustaría trasladar a los modos de gobernar una democracia parlamentaria. Es decir, exactamente lo mismo que está haciendo Donald Trump en Estados Unidos.
Desde la restauración de la democracia en 1977 (no en 1975, porque la muerte de Franco no significó un cambio automático de régimen), Pedro Sánchez es el presidente del Gobierno que menos ha rendido cuentas ante los representantes de la soberanía popular.
La rendición de cuentas no se ejercita en comparecencias perfectamente calculadas ante los medios de comunicación y sin la posibilidad de hacer preguntas. Tampoco se ejercita en la presencia en el Parlamento en las sesiones de control semanales. En España, la rendición de cuentas se realiza en el Debate sobre el Estado de la Nación y, desde 2018, sólo ha habido uno.
Primero tardó cuatro años, el tiempo de una legislatura, en rendir cuentas ante el pueblo. Pensó que, tras la Cumbre de la OTAN de Madrid, habría aumentado su popularidad y que la ciudadanía le iba a comprar las cifras manipuladas que presentó para justificar su gestión. Sánchez se cree que el mundo que ha vivido en la Cumbre es el reflejo de la realidad de la ciudadanía. Tal vez, eso es lo que le están haciendo creer los asesores de Presidencia, y, por eso, España tiene a un presidente con un síndrome del «rey desnudo» galopante que se suma al síndrome de Hubris que ya traía de serie.
Desde aquel año, han pasado otros tres y no se espera que se vuelva a presentar a otra rendición de cuentas realmente democrática porque a Pedro Sánchez le da alergia la democracia. Él mismo se ha metido en la situación de debilidad parlamentaria, y él mismo tiene la solución, pero no la acometerá porque sería la confirmación de su fracaso.
Es cierto que este debate no está recogido en la Constitución, sin embargo, es una práctica parlamentaria instituida desde el año 1983 y que se ha celebrado ya en 25 ocasiones. Todos los presidentes desde esa fecha (Felipe González, en 10 ocasiones; José María Aznar, en 6 ocasiones; José Luis Rodríguez Zapatero, en 6 ocasiones; Mariano Rajoy, en 3 ocasiones) han rendido cuentas al pueblo de su gestión. Todos los presidentes comparecieron al año siguiente de ser investidos.
Sin embargo, Sánchez está oculto, tal vez porque su gestión en todos los aspectos es tan discutible que no tiene defensa posible para presentar un escenario positivo, más allá de los argumentarios preparados por sus órganos de propaganda. Sólo en los regímenes autoritarios el gobernante no se somete al escrutinio de los gobernados y Sánchez sabe mucho de autoritarismo.
Por otro lado, es ya habitual que el escaño del presidente del Gobierno esté vacío. Cada vez su agenda está más repleta de viajes internacionales con los que justifica su ausencia del Parlamento. Está actuando exactamente igual que un presidente saliente al que ya le importa una higa rendir cuentas o comparecer ante los representantes de la soberanía popular.
Ayer mismo, la propia Presidencia del Congreso le negó su solicitud de voto telemático en el Pleno en el que se votaron diferentes mociones legislativas. Sánchez había solicitado su ausencia en base a sus viajes a Luxemburgo y Finlandia. Sin embargo, ayer estaba en Madrid con las reuniones con los portavoces parlamentarios, por lo que su voto telemático no estaba justificado.
Esa alergia parlamentaria que ha cogido Sánchez, sumada a los tics autoritarios recurrentes, son los que ha despertado las sospechas de los partidos políticos de todos los ámbitos ideológicos de que el presidente del Gobierno puede pretender aprobar el incremento del gasto en defensa sin debate parlamentario alguno.
Así lo ha manifestado de manera clara y contundente uno de los socios parlamentarios de Sánchez, Gabriel Rufián, al afirmar que se tratará de evitar un debate y una votación en el Congreso. Es más, el propio portavoz socialista, Patxi López, afirmó que «puede haber otras figuras que no tengan que pasar por aquí».
La comparecencia parlamentaria del próximo 26 de marzo sobre el incremento del gasto militar no es suficiente, eso no es una rendición de cuentas, sino un acto informativo, dado que no se someterá a votación nada.
Por tanto, al igual que con otros asuntos, Sánchez huye del Parlamento y pretende imponer el incremento del gasto en defensa y seguridad por la misma vía que Trump impone sus órdenes ejecutivas. Sólo falta que le den un rotulador negro y un multimillonario con gorra.